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Marcio Veloz Maggiolo: Toda una vida

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FERNANDO VALERIO-HOLGUÍN [mediaisla] Yo comencé a leer novelas en mi infancia, pero la novela tradicional que uno leyó siempre: las novelas de Alejandro Dumas, las novelas de Víctor Hugo, las grandes novelas de Dostoyeski o las novelas francesas de la época, pero también las novelas de aventuras de Walter Scott.

¿Para qué hay que repetir el mundo real
si hay un mundo que se puede inventar?
Marcio Veloz Maggiolo

Poeta, novelista, cuentista, dramaturgo, crítico, pintor, historiador, antropólogo y arqueólogo. ¿Cómo conjuga Ud. estas diferentes áreas del conocimiento?

—Eso es producto de los años. Son setenta y cinco que voy a cumplir. Comencé como poeta. Ya escribía poesía en el año cincuenta y siete cuando publiqué mi primer libro. Luego intenté escribir una novela, un poco influenciado por Albert Camus y Lagerkvist. Entonces publiqué mi primera novela titulada El buen ladrón, narrada en primera persona, que trata sobre una mujer que ve a su hijo vencido por las enseñanzas de Jesús. Luego pasé al teatro, porque en esa época había ya una actividad teatral y había todo un interés en Franklin Domínguez, Héctor Incháustegui, Iván García y Manuel Rueda. Desde luego, ése era un mundo plural, en el cual todos hacíamos de todo. De modo que llegó un momento en que cuando terminé la carrera de filosofía -había comenzado a estudiar derecho y no lo terminé-, porque mi papá me convenció de que hiciera filosofía. Ya en el año 1969, entré a dar clases en la universidad (UASD), con varias obras publicadas, entre ellas El buen ladrón (1960), novela que tuvo mucha acogida y que ganó el premio de la Fundación Faulkner. Fue la novela más importante de ese período en la República Dominicana, junto con las novelas de Eduardo Mallea, Graciliano Ramos, Miguel Ángel Asturias, es decir, algunos de los escritores más importantes en  Latinoamérica.

Ud. publica en 1957 su primer libro: el poemario «El sol y las cosas». ¿Qué le hizo abandonar la poesía?

—Yo nunca abandoné la poesía. Tengo cinco libros de poesía. Lo que pasa es que la narrativa fue cada vez más importante para mucha gente; en país con poca narrativa, la gente se interesaba más por leer historia, por leer –digamos- momentos de una historia desconocida. Y evidentemente yo seguí escribiendo poesía, pero una poesía muy intimista, muy personal, que publiqué en varias obras. Tengo un libro que publicó la Universidad Central del Este (UCE), titulado Poesía reunida, donde recojo algunos de mis poemas sociales. Pero, la narrativa fue mi primordial modo de hacer que me lanzó hacia la novela de amplia cobertura. Desde De abril en adelante he hecho una novela que tiene una dimensión histórica -no una novela histórica-; la historia contada por un novelista, una historia que surge de la propia historia, si se puede decir eso.  Y ese es el reto que tengo en la novela. Para mí la novela es un reto, más que la poesía, más que el teatro, porque es una forma de conocimiento, de conocer la realidad, de hacerla asequible a mucha gente. Y eso me parece fundamental. Decía Fernández Spencer que la novela es precisamente un método de entender la realidad, no solamente de explicarla, no solamente de hacerla más apetecible para un público, sino también de entenderla, un modo de filosofía, que muchos no consideran así, pero que yo  creo que es así.

Y hablando de sus novelas, como las madres que tienen a un hijo preferido, un hijo al que protegen, un hijo con el cual se encariñan, ¿cuál es su novela preferida y por qué?

—Siempre me preguntan eso y no sé decir cuál es, porque pienso que cada novela tiene su mundo, cada novela tiene su manera, cada novela tiene su proceso y, por lo tanto, cuando uno piensa en la novela piensa en el momento en que la concibió, piensa que ese momento era la mejor o era la más preferida… y que si uno se parcializa se cierra un poco a la otra creación. Hay novelas que gustan, por ejemplo, me gusta mucho por los mundos muy importantes como la arqueología y la antropología. La mosca soldado me entusiasma por la escritura de la misma, cómo está hecha esa novela. Me interesé mucho más que en otras novelas en hacer una buena prosa, en mantener una zona poética y misteriosa que no está en otras novelas, y que luego sí esta también en El hombre del acordeón y también pergeñé en Biografía difusa de Sombra Castañeda, una novela traducida a otras lenguas.

¿Cuáles de sus novelas han sido traducidas a otras lenguas?

Biografía difusa de Sombra Castañeda está traducida al italiano. El hombre del acordeón está en francés. Ritos de cabaret está en italiano. En francés hay varios cuentos traducidos. Están publicadas en muchas editoriales en Cuba, Venezuela. En Cuba, La mosca soldado ganó el premio José María Arguedas, como una de las mejores novelas de América Latina. En España esa novela es finalista, junto con la de García Márquez y de otros escritores, como la mejor novela publicada en el año 2004, en Madrid, por la editorial Ciruela. Hay muchos cuentos míos traducidos al francés, al alemán, al inglés.

Ya que menciona «El hombre del acordeón» y «Ritos de cabaret», en las que la música juega un papel importante, ¿qué significa para Ud. la música con respecto a la literatura?

—Para mí la música popular -aunque también la música clásica me gusta-; la música es un llamado espiritual, un llamado lúdico, a veces. En el caso de la música popular, yo he escrito no solamente novelas de este tipo como Ritos de cabaret, novela que tú mencionas. He trabajado en un estudio sobre el bolero con José del Castillo y Pedro Delgado Malagón, como una pasión de los dominicanos. Esa parte de mi obra es un aspecto apreciable para mí, porque soy un amante de la música popular, sobre todo del bolero. Mi casa estuvo llena de sonidos de boleros, sitios muy cercanos a mi casa donde estaban los cabarets en Villa Francisca, donde se oían los boleros, la música de esa época y donde yo vivía, en las fiestas populares de barrio. En esos bailables de salas que se alquilaban con el picó, con los doce discos que se alquilaban para hacer la música y bailar. Ese tipo de actividad llenó mi vida, porque era la música del mundo popular, donde nosotros oíamos los mejores cantantes de la época, donde apreciábamos la voz de Toña la Negra o la voz de Daniel Santos o la voz de Panchito Risem, o la voz de Bobby Capó, o las voces de los cantantes populares: las voces de Nicolás Casimiro, desde luego, y María Luisa Landín o de Flor de Liz en el programa de Paco Escribano. Ése era un mundo diferente, era un mundo cerrado donde el elemento popular florecía por cuenta propia. Era parte de la vida cotidiana. Se decía que uno se enamoraba con un bolero en esa época; se decía que en el bolero uno le decía a una muchacha lo que quería decirle personalmente y no tenía letras para eso. Es parte de la cotidianidad dominicana. Por eso es que el bolero es una especie de mensaje fundamental, que se ha ido perdiendo, claro está.

En muchas de sus novelas, y en «Materia prima» en particular, Villa Francisca constituye un universo, ¿cuáles son los elementos de ese universo?

—Villa Francisca es un mundo mágico. Los elementos que confluyen en Villa Francisca son los elementos de la dictadura, que son parte de mi literatura también, porque tengo una obra que se titula Trujillo, Villa Francisca y otros fantasmas  en la cual entran los elementos que se viven en ese barrio y por lo tanto en muchas novelas como Materia prima, por ejemplo, está la destrucción del barrio, cómo la  gente emigra, pero no es tanto una literatura que busca  retratar el barrio como barrio, sino también el barrio como elemento humano. En Biografía difusa de Sombra Castañeda, el barrio aparece montado sobre el  esquema de la historia. Es allí donde el personaje que está muriendo, que es un beodo, inventa otro mundo y es en una calle del barrio donde está muriendo.

Y en el caso de otra novela, que es como parte del barrio mismo, yo hablo del barrio como una realidad mágica, como pasa en el caso de la última de mis novelas… ¿cómo se llama?

¿«Uña y carne»

—Bueno, Uña y carne también, pero la otra que… es más cercana a esa realidad mágica es…

¿«Memoria tremens»?

Memoria tremens. Porque Memoria tremens es la historia de un personaje que vivió una época y que cada vez le cuenta a su mujer —no sé si estoy dando la clave— la misma historia, pero de manera diferente y ella sabe que él va a hacer eso porque es un enfermo, un drogadicto, que está sentado, que reconstruye un mundo casi siempre pasado, un mundo de fundaciones, de elementos fundacionales de un barrio, de las creencias, de la historia del circo, de elementos que no están en el barrio pero que él asimila al barrio. Es la invención del barrio cada vez que el personaje habla del barrio. Entonces eso es una manera que ya no es contar el barrio sino de inventarlo. En ese sentido, mis novelas tratan de inventar un mundo siempre, como en el caso de Materia prima, el personaje que se llama Végere, que es un personaje primitivo de la prehistoria, que aparece no se sabe por qué y que se habla de él como un fundador, de una época tan lejana como miles de años antes de Cristo, de ese territorio donde luego se erige el barrio o del personaje que escribe desde Europa y que inventa una serie de cosas para dar una visión nueva del barrio, que no es la visión auténtica,  no es la visión histórica. Entonces, pienso que la literatura -la narrativa- tiene que ser rica en creatividad, rica en la invención de momentos, rica en darle al lector el pie, para que éste también pueda inventar, pueda creer y  pueda decir cosas o llegar a situaciones que él nunca soñó. Ése es el arte. Ésa es la capacidad de generar un mundo diferente, casi siempre. Es la manera que tiene el escritor de hacer una invención. La novela siempre es invención. Por ejemplo, a mí me encantan las novelas de García Márquez, por el mundo de invención que tienen; por esa característica que ya está en Cien años de soledad; que está anteriormente en otras novelas tempranas como El Coronel no tiene quien le escriba. Ese es un mundo que… ¿para qué hay que repetir el mundo real si hay un mundo que se puede inventar?

Y yo creo que, en su novelística, la imaginación es muy importante, la imaginación supera la realidad histórica y la enriquece al mismo tiempo. ¿Cómo logró Ud. descubrir esto?

—Bueno, primero fui poeta. A mí me interesó más la poesía que cualquier cosa. Yo comencé a leer novelas en mi infancia, pero la novela tradicional que uno leyó siempre: las novelas de Alejandro Dumas, las novelas de Víctor Hugo, las grandes novelas de Dostoyeski o las novelas francesas de la época, pero también las novelas de aventuras de Walter Scott. Pero cuando entré en la novela filosófica, en la novela de pensamiento, -yo diría- de autores como el propio Lagerkvist o como el propio Camus o como Sartre, yo me di cuenta de que había otra novela que no era la aventura, que era el pensamiento mismo, diciendo su propia posición. Siempre estudié filosofía  con buenos profesores. Fui un alumno aventajado -si se puede decir- de Roble Toledano, de Antonio Fernández Spencer, de don Vetilio Alfau, que era un hombre de un gran conocimiento -en esa época teníamos unos profesores que nos ayudaban a pensar-, de don Máximo Coiscou Henríquez, que me ayudó mucho, de Carlos Federico Pérez. Esos eran profesores que se empeñaban en que el alumno aprendiera, que el alumno aprendiera a pensar. Y a mí siempre me gustó la filosofía más profunda: leí a escritores como Jasper, o leí a escritores como Kant. Yo discutía con Condecito –con Ramírez Conde- en la Escuela Normal de varones, cuando éramos compañeros, la Crítica de la Razón Pura -no entendíamos-, pero bueno, nos encantaba hablar de eso, y hablar de filosofía, y leer Historia, leer a Julián Marías, leer a Ortega. Me formé en un mundo muy amplio y también en las artes. Por ejemplo, un profesor como don Luis Eduardo Escobar, profesor de arte formidable, como el padre Roble. El padre Roble hablaba de Antígona o hablaba del teatro griego y había que sentarse a escucharlo y eso producía en mí y en muchos jóvenes una fruición, una cosa novedosa, que no a todos los jóvenes que iban a estudiar filosofía les interesaba. Había gente que estudiaba para ser maestros. Nosotros no. Estudiábamos para aprender.

Y hablando de la formación intelectual en el medio dominicano en esa época y de la formación en su casa, la influencia de su padre o su madre u otros familiares, ¿qué me puede decir al respecto?

—Tocaste un tema importante. Mi papá era un autodidacta, era un gran lector, era un hombre de una gran cultura, una cultura silvestre, digamos, pero que había leído mucho. Por ejemplo, yo leí Las vidas paralelas de Plutarco a los doce o trece años, porque mi papá lo tenía. Leí importantes obras. Mi propio tío Luis Veloz me llevaba novelas, porque mi primo Richard las leía y después me las prestaba. En mi familia hubo siempre grandes lectores: mi tía Libia era poetisa, mi papá escribía poesía. Tiene un libro que se llama Vuelos que se ha perdido. En fin, el proceso de la escritura no era ajeno a mí. Tuve amigos que eran lectores también, como Jaime Guillén, y otros con los que asistía a los cursos de cultura hispánica en los años cincuenta, con curas muy cultos como el padre Ascasio Carrasquero, que enseñaba literatura española. Realmente, en la Era de Trujillo, aunque fuera negativa en su entorno, había un espacio que uno utilizaba, que era el espacio de concentrarse en algunas cosas, porque era una manera de escapar, concentrándose -una cosa extraña-. Tú te concentrabas porque no tenías otra cosa qué hacer y te sentías dentro de un mundo que no era el mundo exterior. No es que yo no jugara béisbol o no fuera a ver la lucha libre. Todo eso yo lo hacía, pero tenía unas prioridades que eran culturales, realmente, porque mi vocación era cultural. Yo creo en la vocación. Creo que uno se hace escritor, se hace artista. A mí me interesa la pintura. Norma también estudió pintura -en esa época teníamos amores-. Estudiamos en Bellas Artes. Yo tenía 12 o 13 años cuando fui alumno de Vela Zanetti. También fui alumno de Hernández Ortega, más tarde, cuando fui a Bellas Artes, cuando estudiaba en la universidad. Fui compañero de algunos pintores famosos, como Leopoldo Pérez Espinal, uno de los grandes pintores…. Era un mundo cultural. Yo vivía en un mundo cultural. No tenía mucho tiempo para andar en la calle. Lo que sí, que yo tenía un espíritu de esponja, de concentrarme en lo que me gustaba. Estamos hablando de un período de mi adolescencia, de mis años de juventud, cuando buscaba trabajo para poder subsistir. También estudié meteorología y trabajé cinco años en el Departamento de Climatología. Eso está en mi libro sobre Villa Francisca. Estudié también pesas y medidas. No pude conseguir empleo. Estudié para Tercer Oficial de Marinería, porque quería irme en un barco y mi profesor Cintrón Ramírez, que era Comandante de la Marina me decía: “Tú te quieres ir, yo sé que tú te quieres ir”. Y yo le decía: “No, Comandante, lo que yo quiero es navegar. Me gustan las novelas que hablan de la navegación”. Y así, bueno, en esa época yo era lector de Moby Dick. Ah, no, pero otra cosa importante: me leí gran parte de la literatura de Salgari. Ha sido y es uno de mis novelistas más queridos. Aunque era un novelista ligero, pero me gustaba ese mundo de piratas… Salgari escribió de todo, de todos los temas. Para mí, era un importante escritor. Yo leí las novelas de aventuras de Doc Savage, tales como Los piratas del Caribe y El hombre de bronce. Yo leí de todo

Hablábamos anteriormente acerca de la imaginación y la Historia. Sé que Ud. tiene un doctorado en Historia. ¿Cuál es su teoría de  la Historia, que aparece presente en todas sus novelas?

—Más que la Historia, a mí me llama más la atención el hombre como tal. La Historia es como una especie de construcción que cada uno tiene en función de su ideología. “La Historia”, entre comillas, es algo muy relativo, porque por ejemplo me gusta mucho lo que llaman la vida cotidiana. Para mí la vida cotidiana es la verdadera Historia, porque ahí es donde se dan los hechos más importantes. Los hechos raíces de una historia grande están en la vida cotidiana. El dolor de barriga de Napoleón es muchas veces más importante que una batalla. Es así, porque puede cambiar el rumbo de una actividad, si Napoleón dice : “Yo no voy hoy, voy mañana”.  Ese mundo pequeño de la vida cotidiana que sirve de riel a la Historia. Entonces, evidentemente, en toda mi novelística lo cotidiano es fundamental, lo que pasa en la vida. Hago una historia de un hombre que tiene problemas en la vida cotidiana. Esa es la historia del existencialismo.  O sea, que ese existencialismo que me tocó vivir, lo utilicé en El buen ladrón y en la novela sobre Trujillo, La vida no tiene nombre, que es una novela existencialista. O la novela El prófugo.  Esas son novelas que van hacia la vida cotidiana que tratan de explicar no sistemática sino de manera pasional cómo es que el hombre actúa, cómo es que un “calié” actúa, cómo es que un señor cambia de opinión mañana o pasado y tiene otra manera de ver la vida. Eso es lo que importa. Creo que un escritor como Dostoyeski era más existencialista que todos los existencialistas. En El jugador. En las novelas de  escritores como Tolstoi, por ejemplo, que son novelas de la existencia. No hay una regla para ser existencialista. De manera que creo que siempre cuando se trata de encajonar a la gente en movimientos literarios  y en movimientos artísticos se está buscando tratar de entender, de alguna manera, a través de un hilo conductor, la vida misma. Ésa es mi posición.

Alcina Franchi, en un artículo, denomina arqueonovela a «Florbella» y luego yo denomino etnonovela a «La biografía difusa de Sombra Castañeda». ¿Cómo entiende Ud. esta arquenovela o etnonovela que Ud. ha creado como subgénero literario?

—Hay muchas novelas arqueológicas, pero no hay muchas arqueonovelas…

«Sinuhé, el egipcio» de Mika Waltari…

—…todo ese  mundo de la novela arqueológica, como Los diez mandamientos. Bueno, todas esas novelas son un poco históricas también. Lo que intenté crear fue una novela en la que el dato arqueológico conformara parte, no como un elemento histórico cronológico, sino como un elemento vivencial. Ésa es la gran diferencia. En El hombre del acordeón entran elementos de la etnohistoria. ¿Qué es El hombre del acordeón? En el fondo, es una regurgitación de las creencias dominico-haitianas, las creencias en espíritus que llegan en espíritus que se van, en espíritus que toman parte en la vida cotidiana, como el merenguero o el cura que cae vencido al fin y al cabo, por las creencias. Tú te acuerdas, cuando termina la novela, que el cura es un personaje que no tiene nada que hacer. Y así, pues, muchas de estas novelas son etnológicas. Cuando hablo del desunén, que es el espíritu que entra en la botella, estoy hablando de un tema que entre los haitianos es normal, en el vudú haitiano. Ahora, el desunén es un proceso cultural, porque esa persona no es que entra, en realidad, es que la gente cree que eso es así, y que hay un espíritu guardado ahí, y que eso tiene una explicación en la vida real, aunque sea una creencia. Y eso pasa en otras novelas, como en La biografía difusa de Sombra Castañeda, donde están los personajes de la mitología actuando y son personajes de la realidad, porque cuando los personajes se convierten, como en el caso del símbolo de Trujillo, en un dictador que inventa otro mundo, lo que se está inventando es una realidad diferente. Al fin y al cabo, el que lee esa novela o lee la otra, lo da como una realidad. Ahí hay un factor importante: la relación lector-escritor. André Maurois hablaba de los mundos imaginarios. Y también Nicolás Berdeaf hablaba del ocaso de los mundos imaginarios, porque son mundos, imaginarios, pero mundos. Cuando leo una novela, entro en la vida cotidiana de alguien a quien no conozco, los voy a conocer cuando empiezo a leer. Ese personaje enriquece mi vida, viene a formar parte de mi pensamiento, viene a ser parte de mi cotidianidad. Pienso en ese personaje, a veces, como si fuera real. Cuando pienso en un personaje de Dostoyeski, es un modelo, un parámetro que estoy dando como realidad, sin darme cuenta. Y ésa es una de las características más bellas que tienen los escritores, cuando son capaces de inventar para que el otro crea en lo que ellos inventan. Eso se da en la novelística cuando uno quiere que sus personajes sean recordados de esa manera. Si voy a hacer una historia de un personaje que se comió una guayaba y le dio un problema de estómago, eso podría ser interesante, pero no es lo mismo que cuando tú inventas un personaje o lo retomas de la historia, como el Indio Miguel que anda con su perra y que anda con una puerca, ¿no? Eso está en las crónicas, pero está desarrollado en la novela como una realidad. Entonces, esos son elementos que hay que tener en cuenta.

Yo creo que hay una relación profunda entre la antropología y lo que narro, porque para mí, como te he dicho antes, los elementos de la vida cotidiana son importantes, están en todas partes. Por eso, a partir de mis estudios de antropología, mi novelística está llena de antropología, no formalmente, sino como parte de la vida, que es la antropología. Por ejemplo, cuando Papiro me escribe -y ya me incluyo como personaje-, y narra desde Europa la vida del barrio de Villa Francisca, lo que está haciendo es una antropología del barrio. Y va comparando los pleitos del barrio con los pleitos napoleónicos. Está haciendo una relación de la cotidianidad con la historia mayor. Eso es importante. Así veo yo la literatura de mis últimas obras. Es consustancial con mi manera de ver a literatura. No puedo zafarme de eso. Es un punto clave que hay  que recalcar en mi creación, en mi poesía también.

La relación entre vivir y escribir es muy importante. Ud., a sus setenta y cinco años de  edad, y a sus cincuenta años, Bodas de Oro, con la literatura, ¿cómo se siente?

—Bueno, yo estoy produciendo. Acabo de terminar una novela. Tenía dos novelas comenzadas y terminé la que no pensaba que iba a terminar. ¿Por qué? Porque también la literatura se rebela, se rebela contra el escritor. Uno dice “Voy a escribir esta novela y la tengo lista”, pero comienza la otra  a aflorar sobre temas que te entusiasman. No que te entusiasme más que la otra, pero que para mí estaba siendo más fácil. Ése es un proceso  muy difícil de explicar. Tú, como escritor, sabes que es así.

¿Podría avanzarme un poquito sobre la última novela? No mucho, porque sé que está inédita.

—No. No quiero tocar ese tema. Es una novela sobre el período colonial. Pero no es una novela tradicional sobre la colonia. Eso te avanzo. Es una novela sobre un personaje durante la conquista, un personaje cotidiano. No es Ojeda ni el otro, no. Es un personaje que vive ese mundo y lo cuenta y que termina muy mal después. Todo lo que ha dicho es mentira y lo queman en la hoguera.

¡Y la novela anterior? ¿Por qué se le resistió?

—Yo he estado buscando mucha información. Creo que es una novela que se ha ido demasiado a la Historia. Quiero hacerla más imaginativa. ¡Mira! y estaba más avanzado en esa novela. Ya había publicado fragmentos en los periódicos, pero después volví atrás y me dije “No, tengo que reformularla”. Tengo que encontrar datos y eso mismo me ha hecho pensar “No estoy escribiendo Historia o biografía”. Hay que tener mucho cuidado con eso, porque entonces se convierte uno en un historiador y aunque estudié Historia no soy un historiador.

¿Considera Ud. el mestizaje como el hecho fundamental de la identidad cultural dominicana?

—Sí, sí. Nuestros grandes escritores son mestizos. Los Henríquez Ureña. Su mamá era negra. No es como la pintan. Los Henríquez son descendientes de blancos judíos. Pero aquí hay un elemento importante y es que en el siglo XVII y en el XVII más del ochenta por ciento de la población era mulata. Todo lo que hay de documentación (crónicas francesas, crónicas inglesas) habla del dominicano como mulato, no habla del dominicano como blanquito. Entonces, es evidente, la Historia te demuestra que hay una mulatidad, si se puede decir así, que es no solamente mental sino que también es física. Entonces, creo que somos el país más mulato de América, más que Brasil, porque Brasil tiene un mulataje en la parte occidental, pero en la otra parte, no. Sin embargo, nosotros sí somos más que cualquier otro país, más que Cuba, más que Puerto Rico, más que Jamaica, que es un país negro, más que en las Antillas Menores, donde hay un elemento negro importante, como en Santa Lucía o como en Haití, en las Antillas Mayores. Nosotros somos un país mulato, totalmente, y que se ha acentuado ahora. ¿Cómo se ha acentuado? Bueno, hay que decirlo. Nosotros tenemos 200 años de frontera abierta (con Haití). ¿De dónde viene el negro? ¿Viene de los africanos? Viene de ahí también.

Y la negritud es fundamental en su novelística. Siempre está la presencia indígena, la presencia africana y la presencia blanca. En su novelística, Ud. trabaja esos elementos constitutivos de la mulatidad.

—La biofrafía difusa es eso y El hombre del acordeón, también. Somos un país mulato, muy mulato.

Cambiando de tema, yo tengo una pregunta sobre «De abril en adelante», que es quizás la novela que más se ha reeditado…

—No. Sólo se han hecho dos ediciones. Yo quisiera hacer una nueva edición. No se ha vuelto a editar.

¿Qué opinión tiene Doris Sommer sobre esa novela?

—Doris Sommer dice que es la mejor novela.

Y, ¿a qué atribuye Ud. es opinión de la crítico norteamericana?

—Bueno, primeramente  porque es una novela que cambia el panorama de la novela en ese momento. Yo he sido un experimentador. Experimenté en Los ángeles de hueso. De abril en adelante es una novela de una gran influencia francesa en ese momento: Sarraute, ButorEntonces, ella dice que es una novela diferente, que no tiene las características de la novela dominicana, en su análisis en un libro. Tú lo tienes ese libro.

—Yo creo que usted, Juan Bosch y Pedro Vergés son los escritores dominicanos que más difusión han tenido en el exterior. ¿A que atribuye Ud. la escasa difusión de la literatura dominicana en el extranjero?

—Esa pregunta me la han hecho siempre. Yo creo que no hay mucha calidad. Pienso que las novelas de Efraím Castillo son de calidad, las mismas tuyas también. Pero nosotros no somos grandes lectores de novela. Y el problema del novelista es que tiene que estar metido en la lectura. No se puede decir “Ése es un buen tema para novela”. Yo oigo eso y me muero de la risa. No hay ningún tema que sea bueno para novela. Kafka escribió una novela y no tenía un tema para novela. Y hay escritores que comenzaron a escribir una novela porque no tenían tema, precisamente. Entonces, la novela sale como un elemento de la formación del novelista,  de la formación del escritor, de la formación cultural, de haber leído, de saber por donde anda la literatura, ¡tú me entiendes? A mí me preguntan mucho, “¿Cuál es su autor preferido?” y yo contesto “No sé. Yo he leído tanto que no sé”. A mí me encantó en una época François Mauriac, un gran novelista católico. Yo me leí todo… un Bruce Marshal. Me quedó la estructura de la novelística en general, me quedó una formación que no me la dio la universidad, que me la dio la lectura y que me dice “No, espérate, eso no es así. Así no te va a salir”. Es una lucha interior del escritor con su propia creación. Y eso lo da ser un amante de la literatura, un lector de literatura, un analista, no un gozador, porque una cosa es gozar una historia y otra es analizar cómo está hecho un libro, cómo está hecha una novela. Tú te preguntas “Y, ¿por qué está hecho esto así” y te dices “Mira, esto es interesante. Mira este personaje cómo lo cambia”. Ése es un análisis, que solamente quien es escritor, quien tiene la vocación, lo logra. Eso es así. Porque yo he visto manuales para escribir novelas y ningún manual te va a enseñar a escribir novelas…

…. en los Estados Unidos hay Maestrías para aprender a escribir…

—…sí, hay cursos. Vete a ver lo que hay por ahí, los talleres esos. Eso no ha producido nada.

Bueno, sólo me resta darle las gracias por su tiempo y por su entusiasmo en las respuestas a mis preguntas, que estoy seguro, son las mismas que se hacen muchos de sus fervientes lectores. Gracias. | fvh, fort collins, co Fernando.Valerio-Holguin@ColoState.EDU


Juan Carlos Mieses: “Somos siempre aquí, y ahora”

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FLORIANO MARTINS * [mediaisla] «Si una obra como la de Avilés Blonda o de Franklin Mieses burgos no son globalmente conocidas, siguen siendo universales en su calidad. No veo como la insularidad se pueda aplicar al intelecto».

Sophie Mariñez observa, con respecto a tu «Desde las Islas», que se trata de “recurrencia de una obsesión, la del génesis, y el escrutinio de nuestra identidad y formación como nación”, lo que daría a tu poesía una connotación bíblica, supongo. ¿De dónde vienen esas obsesiones?

—Yo no hablaría de obsesión, sino de preocupación. La búsqueda de los orígenes es una inquietud legítima y natural en todo ser humano, y como intelectual nos adentra en el tema de la creación, la evolución y la definición misma de la vida. La Historia funciona como un espejo temporal de las sociedades; interesarse en ese espejo, mirarse en él, es una forma de buscar la comprensión de lo que somos, como individuos y como grupo social. Desde las Islas es una reflexión en torno a esas interrogantes, hecha desde un lugar específico: el mar Caribe, porque no sólo “somos” en el tiempo sino también en el espacio. Quiero aclarar que no estoy definiendo esa obra, sino compartiendo una faceta de su génesis. Por otra parte, es difícil dejar de navegar por las aguas bíblicas cuando se tratan temas como la Creación o el Apocalipsis (Urbi et Orbi), la saga de un hombre que también fuera  rey, su paso por la historia, su conciencia de ser (Flagellum Dei), o el nacimiento de un nuevo concepto del Yo, (Desde las Islas).

En tu biografía acumulas premios importantes (Siboney, Pedro Henríquez Ureña y reciente Nicolás Guillén, de UNEAC, Cuba). En tanto, me espanta que algunos poetas dominicanos, que habitualmente se dedican al estudio de la poesía en tu país, por ejemplo de Víctor Villegas, Andrés L. Mateo y José Mármol, no mencionen tu presencia en las revisiones que hacen de los innúmeros desdoblamientos estéticos de la poesía dominicana a lo largo del siglo. Esto me parece crea una cierta condición de marginalización de una poética. ¿Cómo observas esa ausencia?

—Mi literatura, a excepción quizás de Urbi et Orbi que obtuvo cierta atención de la crítica (No así su edición bilingüe en Francia que fue, en mi país, un no-acontecimiento), ha sido ignorada por críticos, intelectuales y organismos culturales. Flagellum Dei, a pesar de ser Premio Siboney, no mereció un solo comentario, una sola crítica, ni buena, ni mala; lo mismo pasó con Aquí, el Edén y Dulce et Decorum est…. A Gaia (Premio Pedro Henríquez Ureña), le fue peor: misteriosamente fue censurado, y su distribución bloqueada, y nadie, salvo unos cuantos lectores, gracias a los ejemplares que me correspondían, ha tenido acceso a él; igualmente, el silencio de los críticos fue total. En cuanto a Desde las Islas, no recibí ningún reconocimiento de mi país, ni de organismos culturales privados u oficiales, a pesar de haber ganado un importante premio internacional. Me gusta pensar que una excesiva privacidad, una posición ideológica a contracorriente, un alejamiento físico del territorio nacional y una casi total ausencia de foros, peñas, reuniones, talleres, discusiones, asociaciones, cofradías, programas de televisión y de grupos en general, me han en cierta manera marginado y que esa ausencia la ha pagado, injustamente, mi obra. También puede ser que mucha gente no entienda o no acepte un recorrido intelectual diferente, o que simplemente a la mayoría no le guste lo que hago, o lo considere sin interés, ¿por qué no? Creo que es a los críticos, en última instancia, a quienes les toca responder esa pregunta, y a mí, escribir mi obra, lo que precisamente hago cada día.

El tema me recuerda una idea de la manipulación del tiempo, el aislamiento de los hechos en una especie de instantánea aquí recurriendo a la socióloga Catalina Darbo-Peschanski que concibe el tiempo como un lugar de conflicto de intereses. Creo que es, no sólo por lo que se señaló anteriormente, pero también movido por su propio interés en la historia, ya sea poesía o dramaturgia. ¿Qué piensas al respecto?

—El paso del tiempo me intriga. Si para el intelecto el pasado funciona como herencia palpable, dinámica; algo que podemos medir, observar, manipular… para la conciencia de un individuo es sólo una realidad probable, tan presente como cualquier otro hecho-recuerdo, ajeno o personal, del que tengamos experiencia. Todo hecho histórico está tan cerca de mí como el día de ayer, o la paloma que acaba justo de pasar cerca de la ventana. Como me interesa la vida me interesa la historia. Toda nuestra experiencia, todo el bagaje de hechos y conocimientos se inscriben en él, a excepción de nuestra íntima cognición de ser, ese incesante transcurrir que dura lo que dura nuestra existencia. Mi interés en Atila (Flagellum Dei), en Pedro Santana (Dulce et Decorum) o en Nicolás de Ovando (La Cruz y el Cetro) no es sólo histórico; es humano. Son personajes que funcionan como arquetipos y me ayudan a mostrar aspectos comunes a todos nosotros.

Rómulo Pianacci, al escribir sobre García Lorca, evoca la presencia de Shakespeare y menciona un posible paralelismo entre ambos: “llegan a la madurez trágica luego de haber pasado por la etapa juvenil sin aferrarse al drama histórico, la comedia de costumbres el mero entretenimiento”. Una vez aceptado este paralelismo, ¿cómo situar tu experiencia dramatúrgica en tal contexto?

—Los géneros pueden ser una manera conveniente de clasificar las obras literarias, pero cuando se trata de crear, los considero como estructuras útiles a mi disposición. Independientemente de sus exigencias técnicas, permiten soluciones diferentes, elecciones posibles para los distintos enfoques y soluciones de escritura. He frecuentado algunos, entre ellos la canción dramática, el texto para multitudes, la frase comercial, el cuento infantil, el discurso y el teatro. Me ruboriza que los ejemplos que antepones sean tan ilustres, pero para el caso es lo mismo. El contacto con el drama permite tomar conciencia del efecto dramático de la palabra, su inmediatez y su calidad no-definitiva (es común realizar cambios en los parlamentos hasta momentos antes de la función). Además está el factor “voz.” En el teatro, la palabra deja de ser una sugerencia y se convierte en algo material, algo capaz de golpear. El Otro, el lector, en ese caso el público, está siempre presente y te recuerda el aspecto manipulador de la palabra, sus mecanismos de influencia. El texto teatral, es un entrenamiento eficaz para aprender a calibrar los utensilios de un escritor.

Acostumbras decir que descubriste la poesía con Rubén Darío. ¿Hasta qué punto Darío fue percibido, en su tiempo, en tu país? Explícanos un poco como lo fueron las relaciones entre España y la República Dominicana durante los siglos XIX y XX, y cómo se refleja en tu país el rechazo al Modernismo mencionado por varios historiadores.

—Sin duda, el fenómeno Modernista representó una revolución literaria en mi país. Sirvió de puente entre una renaciente y atrevida poética francesa representada por Verlaine, y la poesía complaciente y respetuosa de la tradición que sobrevivía penosamente en nuestro medio. No soy un historiador ni nada parecido, sólo puedo hablar en términos personales. La primera vez que entré en contacto con el Modernismo tenía quince años y era sólo un lector de poesía, pero ya me daba cuenta de que si pretendía escribir debía encontrar mi propia voz, ya que Rubén Darío había creado un universo del cual era él el centro, y ese universo era cerrado. Lo que le debo a Darío es el placer de la palabra precisa, el sentido de una escritura sonriente, la visión del verbo como sortilegio, la magia sencilla “hecha con las cosas de todos los días…” y esa íntima convicción de que la palabra es un vínculo prodigioso entre lo cotidiano y el misterio. Creo, por demás, que ese descubrimiento pudo haber sucedido con Whitman, con Borges, o con Prevert. El azar quiso que fuera Darío.

Estás de acuerdo que la entrada de la modernidad, en el caso dominicano, se daría solamente con la poesía sorprendida y no con el Postumismo? Aunque no me gusta hablar mucho de las influencias, me doy cuenta de que, al menos a través de Franklin Mieses Burgos, existe un posible vínculo entre tu poesía y la tradición poética renovada a partir de la poesía sorprendida. ¿Te molesta este vínculo? ¿Cómo medir la influencia surrealista en ambos casos?

—La poesía sorprendida refleja un conjunto de corrientes de pensamiento en plena ebullición, en su momento; la búsqueda de un nuevo concepto de libertad con ecos freudianos y tintes surrealistas, la violación de las fronteras del verso, de sus múltiples límites; la liberación, un tanto tardía, frente a un Modernismo avasallante en sus melodías, la búsqueda de una voz acorde con un mundo en pleno cambio… Le debo mucho a Franklin Mieses Burgos, a su persona, a su amistad, a sus palabras de aliento, y también a su poesía, sobre todo a su concepto del ritmo interno del verso, y me enaltecería cualquier relación que algún crítico travieso encontrara. En este punto debo señalar que para Don Pedro Troncoso Sánchez, (a propósito de Urbi et Orbi) mi poesía se inscribía más bien dentro de una tradición postumista. En cuanto al Postumismo de Moreno Jiménez, siempre lo he considerado, más que un fenómeno coyuntural, el renacimiento de una poesía universal, libre en su rigor y sencilla en su profundidad, que podemos encontrar en otros como Virgilio o Whitman.

—¿Cuáles implicaciones tuvieron en tu trabajo tus residencias fuera de República Dominicana? ¿De qué manera la experiencia del exilio define o consolida una poética? Además, ¿de qué manera la poesía dominicana consigue extrapolar los límites geográficos que la definen? Si acaso hay un aislamiento, ¿qué lo define? ¿Y cómo detectar las relaciones entre ese aislamiento y una corriente de pensamiento que se conoce como “pesimismo dominicano”?

—Viajar me ha permitido visitar universos intemporales. Cuando nos desplazamos no sólo lo hacemos en la Geografía, sino también en la Historia, en la dimensión lingüística, en la diversidad cultural, en el espacio vital del Otro. También nos alejamos de lo que hasta ese momento era nuestro pequeño mundo personal y curiosamente es entonces cuando lo vemos con ojos nuevos. Cuando el Hombre llegó a la luna por primera vez, lo primero que se presentó a sus ojos asombrados, girando en el espacio como un azul y esférico milagro, fue ese gran planeta que era su hogar, la Tierra. Los viajes más enriquecedores se realizan a través del lenguaje. La geografía es una fuente de experiencias sensuales generadoras de reflexiones diversas, pero es la lengua la que te hace viajar por el espíritu de las civilizaciones. Aprendí francés en mi adolescencia porque quería leer a Verlaine en su lengua original. Junto a Verlaine me esperaba toda una dimensión de pensamiento, una manera diferente de ver y de expresar el hombre y su entorno, de apreciar la palabra. La lengua inglesa tiene paisajes más arrobadores que las Montañas Rocosas o la costa del Pacífico. Lo mismo es válido para todas las lenguas y las culturas. Hay, sin duda, una relación entre la experiencia personal del exilio y la producción poética pero no es algo que yo intentaría establecer.

Por otra parte, no pienso que la poesía dominicana sea definida por límites geográficos. Las ediciones, la distribución, su difusión, quizá; pero no la poética. Si una obra como la de Avilés Blonda o de Franklin Mieses burgos no son globalmente conocidas, siguen siendo universales en su calidad. No veo como la insularidad se pueda aplicar al intelecto.

Esa idea, de tu interés “en las posibilidades rítmicas del lenguaje y el poder de sugerencia de las palabras”, según la observación crítica de José Alcántara Almánzar, ¿de que manera abordas la escritura de tus libros? ¿Cómo enfrentas el desafío de la escritura poética?

—Cada uno de mis libros ha tenido puntos de partida diferentes que me han empujado, cada vez, a reinventar mi poesía. Creo que lo mismo sucede con los demás poetas. Lo que afirma Alcántara Almánzar se aplica a toda poesía verdadera porque en ella las palabras adquieren valores inéditos en sus connotaciones, en sus resonancias a través del paisaje lingüístico, en las curvas melódicas de las frases, en su riqueza sintáctica y en su tesoro de imágenes, movimientos y referencias de todo tipo, ya que la poesía cuando dice, sugiere; cuando nombra, bautiza; cuando señala, descubre; cuando muestra, asombra como los magos; cuando habla, canta; cuando se asoma, renace cada vez como manantiales de Heráclito. Nunca he tenido la impresión de enfrentar un desafío al escribir un poema, sino más bien, de ir en busca de un acertijo. No se trata de comunicar con otro ser humano, lo que en sí es ya difícil, sino de dejarle ver una parte de la realidad con nuestros ojos, de dejarle sentir el mundo con nuestra intimidad, prestada durante la lectura. Mi escritura, en sí misma, se alimenta de elementos que yo llamo “elemento orbital” porque es a su alrededor que gira y nace la totalidad del texto; puede ser una frase como en el caso de Gaia (Un verso del poeta sueco Eric Lindegren), puede ser una melodía, como en Flagellum Dei (Carmina Burana de Orff), o la imagen múltiple de una ciudad (Aquí, el Edén). Pero como en la música, son los silencios, que la conforman en última instancia; detrás de las palabras, de los ritmos, de las denotaciones y de los temas se esconden sus diversos sentidos y sus verdades. ¿No es acaso lo mismo para todas las cosas de este mundo?

Antonio Leal menciona esa condiçió de cronista de una época cuyas referencias geográficas principales las encontramos en Derek Walcott, Saint-John Perse y Aimé Cesaire, ¿de que manera te relacionas con ese entendimiento de la poesía como canto de un lugar?

—Somos siempre aquí, y ahora. No nos podemos sustraer a un lugar, a una ubicación. Aunque un poeta, un escritor, no busque en forma voluntaria convertir su quehacer en la voz de un lugar, invariablemente su discurso tendrá resonancias locales. Su visión partirá, por más universal que sea el mensaje, de un punto de visión específico, aun así, podrá encontrar la totalidad en cualquier detalle de su entorno. Quizá era lo que pretendía decir Borges al afirmar: sólo hay un hombre. Es a partir de una porción del mundo, (la que sentimos que nos pertenece, o más bien que pertenecemos a ella), que entendemos, imaginamos y construimos todo lo demás. En algún lugar, para cada uno de nosotros, la estrella polar está a su perfecta altura, el barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Ese lugar nos acompaña siempre, nos da el sentido del orden, de la pertenencia, y se refleja, de una u otra manera, en nuestra poesía.

Me interesa mucho esa sugerencia tuya de un “maniqueísmo perfecto” evocando una correlación entre Drácula y Cristo. ¿Podrías hablar un poco al respecto?

—Los últimos veinte siglos, la zona de influencia cada vez más amplia de las renovadas ruinas del  Imperio Romano, se ha visto definida por un fenómeno cultural sin paralelo en la historia: el cristianismo. Sus conceptos de individualidad, de libertad, de igualdad, de bondad, de dicha, de redención, de promesa de vida después de la muerte, han sido el fundamento de la llamada civilización occidental y de sus hechos más significativos. Cristo es la representación humana de esta civilización. Más que un hombre, solía decir Avilés Blonda, es un estado espiritual. Es normal que tal paradigma tenga su sombra, su anticristo. Si en la religión es la Bestia, en la literatura, en mi opinión, es Drácula. Yo no sé si Stoker estaba consciente de ello cuando creó al personaje, pero no tengo la menor duda de que la fuerza de su vampiro y su influencia en el inconsciente colectivo proviene de esa relación. Todo los une y los separa al mismo tiempo. Las promesas de eternidad, que en ambos requieren el paso por una misma puerta: la muerte; el vínculo de la sangre, que en uno es un ritual divino para la supervivencia del alma y en el otro una perversa necesidad del cuerpo; el uno es la luz, el otro la oscuridad; hacedores de milagros, uno camina sobre las aguas, otro vuela con alas bestiales, a uno lo anuncian ángeles y reyes, al otro los orates y las ratas; uno asciende hacia el cielo, otro baja a las profundidades de la tierra en las noches; a uno lo señalan las estrellas, al otro las tormentas; uno es el cordero y el otro el lobo; uno promete la vida eterna y otro sólo una no-muerte sin final. No es de asombrarse que el Conde Drácula, sobreviva las edades y las modas. Una acotación: he notado que la descripción de las facciones del Conde contiene los mismos rasgos que se le prestan al rey Atila, percibido en la imaginación popular, víctima aún de la propaganda del imperio, como un anti-cristo capaz de volver estéril la tierra con sólo pasar sobre ella. | fm, fortalez, brasil agulha.floriano@gmail.com

* La presente entrevista, publicada en un libro con circulación en algunos países de América Latina, ha sido cedida de manera exclusiva para esta publiación.

Lovecraft: genio del horror y supremacista anglosajón

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JOSÉ TOBÍAS BEATO [mediaisla] Si usted cree que por no haber leído nunca a Howard Phillips Lovecraft, no está bajo la influencia de su mundo de excentricidades y locuras, se equivoca pues, quizás, ya se haya colado al través de los relatos de su amigo Robert Howard, o mediante su discípulo y cúspide de los relatos de horror, Stephen King.

Howard Phillips Lovecraft fue un racista convicto y confeso. A su juicio todo mestizo o mulato es un ser inferior, y el negro, específicamente, una figura a media distancia entre el animal y el hombre. Sin embargo, fecundo creador literario, sus relatos rivalizan con los de Edgar Allan Poe.

Fue creador de un universo literario de riquísimas consecuencias, en el que hay posesiones psíquicas, mundos oníricos en los que el tiempo y el espacio cambian continuamente. Y aunque murió pobre y relativamente ignorado, a los diez años de su muerte fue redescubierto y desde entonces su figura se ha ido agigantando. Hoy día, son numerosos sus admiradores e imitadores.

Ahora bien. Si usted cree que por no haber leído nunca a Howard Phillips Lovecraft (1890 – 1937), no está bajo la influencia de su mundo de excentricidades y locuras, se equivoca pues, quizás, ya se haya colado al través de los relatos de su amigo Robert Howard —autor de Conan, el bárbaro—, o mediante su discípulo y cúspide de los relatos de horror, Stephen King (Carrie, El resplandor, Dolores Claiborne, y decenas de textos más, muchos de ellos llevados al cine).

O acaso indirectamente, si ha leído los comics o visto las películas sobre el hombre murciélago, Batman, el cual, viviendo en Gotham City (Ciudad Gótica), es en el asilo de Arkham —ciudad imaginaria de Lovecraft— donde son encerrados sus enemigos mentalmente perturbados, como el “Joker”, “Dos Caras”, y otros más, quienes tarde o temprano siempre logran evadirse para retornar a hacer de las suyas.

Algunos de sus títulos: El caso de Charles Dexter Ward, En las montañas de la locura, La llamada de Cthulhu, El color que cayó del cielo, Dagón, El terrible anciano, El extraño….así como colecciones de poemas, y miles de cartas. Efectivamente, Lovecraft es uno de los maestros del género epistolar. También escribió relatos en colaboración, como Under the Pyramid, junto al gran mago y el mejor escapista de todos los tiempos, Harry Houdini, en torno a los secretos del viejo Egipto.

Michel Houellbecq, el polémico ensayista y narrador francés, describe así su primer contacto con Lovecraft: “Yo descubrí a HPL a los dieciséis años gracias a un ‘amigo’. Como impacto, fue de los fuertes. No sabía que la literatura podía hacer eso. Y, además, todavía no estoy seguro de que pueda. Hay algo en Lovecraft que no es del todo literario”.

Sobre su obra, el mismo Lovecraft decía que escribía relatos fantásticos por satisfacción personal, por acercarse a lo maravilloso, pero sobre todo porque le permitían violar “las irritantes limitaciones del tiempo, del espacio y de las leyes naturales que nos rigen y frustran nuestros deseos de indagar en las infinitas regiones del cosmos, que por ahora se hallan más allá de nuestro alcance, más allá de nuestro punto de vista… Estos cuentos tratan de incrementar la sensación de miedo, ya que el miedo es nuestra más fuerte y profunda emoción y una de las que mejor se presta a desafiar los cánones de las leyes naturales… es difícil crear una imagen convincente de la destrucción de las leyes naturales, de la alienación cósmica y de las presencias exteriores sin hacer énfasis en el sentimiento de miedo y horror… El conflicto con el tiempo es el tema más poderoso y prolífico de toda expresión humana” (Ver al respecto sus “Notas sobre el arte de escribir cuentos fantásticos” en Ciudad Seva.

Ahora bien, ¿quién era Howard Phillips Lovecraft? Porque es obligatorio decir algo sobre el hombre, antes de entrar a considerar algunos aspectos claves de su obra literaria, específicamente, sobre los resortes tras los cuales se balanceaba su obra genial, con motivaciones a ratos truculentas.

Howard Phillips Lovecraft nació el año de 1890, en Providence, Rhode Island, uno de los estados que conforman la región que se denomina “Nueva Inglaterra”, donde puede decirse nació Estados Unidos, una circunstancia que será determinante en la vida de nuestro autor: Inglaterra, madre patria de los estadounidenses, es, a su juicio, la maestra y la cima de la civilización; creía esto en un grado tal que, muchas de sus cartas las fechó doscientos años atrás, en la época de la colonia, como para borrar de un plumazo la guerra y separación de Estados Unidos de la isla de los anglosajones.

Su ascendencia materna empalma con los primeros descendientes del “Mayflower” donde vinieron los célebres “Pilgrim Fathers”. Su padre murió de neurosífilis en 1898, una circunstancia que Lovecraft recreará sublimada en algunas de sus obras: los errores de los antepasados repercuten inevitablemente sobre los descendientes, como una marca imborrable, la culpa atávica.

Mientras, el pequeño Howard quedó bajo la responsabilidad de su abuelo materno, hombre de cultura y empresario, que le abrió las puertas de su amplísima biblioteca donde la curiosidad del niño pudo ser satisfecha. Pues, con salud endeble, Lovecraft fue, sin embargo, un niño prodigio que recitaba poesía a los dos años, que leía a los tres, que a los quince creó su primera obra, y que con solamente dieciséis años ya era redactor de una columna sobre astronomía y más tarde de otra sobre química.

Aunque nunca se  graduó, fue hombre que estuvo al día de la ciencia y filosofía de su tiempo, no un simple escapista o anticuario como piensan algunos, llegando a conocer las teorías de Einstein y de Heisenberg, aunque personalmente no creo que a profundidad, dado que tenía limitaciones con las altas matemáticas que son necesarias para captar las esencias de tales complicadas teorías.

De pronto, cuando Lovecraft contaba con apenas 14 años, se murió el abuelo cariñoso y proveedor, lo que puso a la familia en circunstancias económicas difíciles, en un claro proceso regresivo que nunca pudo revertir. Su madre lo sobreprotege, convirtiéndolo en un individuo falto de calor humano, incapaz de relacionarse con otros.

A los 23 años Lovecraft publicó su primer cuento profesionalmente en la revista pulp “Weird Tales”. Desde sus primeras obras se creó un grupo de amigos admiradores —muchos no se conocerían personalmente—, pero que se carteaban, el denominado “Círculo de Lovecraft.” Se prestaban personajes, situaciones o ciudades imaginarias. Cultivaban el terror, las historias fantásticas, la ciencia ficción, a veces el western… pero el terror que creaban no era a base de apariciones de demonios o fantasmas, sino de seres de otras dimensiones, alienígenas, o seres cuya maldad se origina en las limitaciones humanas o en su misma libertad.

En un viaje, Lovecraft conoció a Sonia Greene, de familia judía, con tienda de comercio en Nueva York. Las dos cosas fueron criticadas por la familia, pero pese a ello, se casaron.

En la gran ciudad, los prejuicios de Lovecraft se acrecentaron al verse rodeado de inmigrantes de otras razas, a las que consideraba inferiores, y que sin embargo se abrían camino, cosa que él no lograba hacer, pues Lovecraft, pese a su relativo prestigio y talento indudable, usualmente tuvo que vivir no tanto de la creación literaria como de la revisión de las obras de escritores con menos calidad, algunos claramente mediocres. Incluso, la complejidad de sus últimas obras las hacía menos comerciales, lo que acrecentaba el problema.

Finalmente, hay que decir que el suicidio de su amigo Robert Howard  —uno de los más influyentes escritores de la fantasía heroica moderna, creador de “Conan el bárbaro”, de “Kull de Atlantis” —, sumió a Lovecraft en la depresión y la perplejidad. Al año siguiente, en 1937, a Lovecraft, con sus propios problemas a cuestas, le fue diagnosticado un cáncer intestinal, complicado con insuficiencia renal. Murió el 15 de marzo de ese año.

Pasemos ahora, muy brevemente, a exponer algunos de los puntos de vista que conforman la obra de Howard Lovecraft. Al igual que su amigo suicida, Robert Howard, quien decía que “La barbarie es el estado natural de la humanidad [...] La civilización, en cambio, es artificial, es un capricho de los tiempos. La barbarie ha de triunfar siempre al final”, el feo Lovecraft consideraba que la barbarie es el destino escrito para la humanidad. Así, en “La llamada de Cthulhu” dice: “entonces la humanidad se parecería a los Grandes Antiguos: salvaje y libre, más allá del bien y del mal, sin moral y sin ley. Y todos los hombres gritarían y matarían, y gozarían alegremente. Los Antiguos, liberados, enseñarían nuevos modos de gritar y matar y gozar, y el mundo entero ardería en un holocausto de libertad y éxtasis”.

Más aún. Lovecraft creía que la mente humana tiene límites tales que no está capacitada para relacionar todos los conocimientos. En sus palabras: que “no es nuestro destino emprender largos viajes. Las ciencias, que siguen sus caminos propios, no han causado mucho daño hasta ahora; pero algún día la unión de esos disociados conocimientos nos abrirá a la realidad, y a la endeble posición que en ella ocupamos, perspectivas tan terribles que enloqueceremos ante la revelación, o huiremos de esa funesta luz, refugiándonos en la seguridad y la paz de una nueva edad de las tinieblas” (Howard Phillips Lovecraft, La llamada de Cthulhu). Por eso es común que muchos de sus protagonistas terminen locos o bordeando la locura.

En la misma obra citada, en otro lugar apunta que “Algunos teósofos han sospechado la majestuosa grandeza del ciclo cósmico del que nuestro mundo y nuestra raza no son más que fugaces incidentes. Han señalado extrañas supervivencias en términos que nos helarían la sangre si no estuviesen disfrazados por un blando optimismo.” Acaso pensaba en situaciones como las planteadas en el Génesis bíblico, donde paradójicamente, es la transgresión lo que asegura la libertad humana, y en las que con espanto y sorpresa descubrimos que fueron los descendientes del asesino Caín los que nos introdujeron en la música y la poesía, así como en las técnicas (Gen 4.21-22).
Sus convicciones racistas están diseminadas a lo largo y ancho de su obra: “Los prisioneros resultaron ser mestizos de muy baja ralea, y mentalmente débiles. Eran en su mayor parte marineros, y había algunos negros y mulatos…” Se lee en la ya citada “La llamada de Cthulhu”. En uno de sus poemas explica el origen del negro, al que con desdén llama nigger:

Cuando tiempo atrás, los dioses crearon la Tierra;
a imagen y semejanza de Júpiter al incipiente Hombre moldeaban.
Para tareas menores las bestias fueron creadas;
aunque de la especie humana muy alejada estaban.
Para llenar el vacío y unirlas al resto de la humanidad,
los anfitriones del Olimpo ingeniaron un astuto plan.
Una bestia forjarían, una figura medio humana,
colmada de vicios, y “negro”, fue llamada.

Pese a todo ello, cuando se enteró de las atrocidades de Hitler, que no llegaría a contemplar en su totalidad, pues murió antes de la segunda guerra mundial, se horrorizó. Y, en cuanto a la economía y política interna norteamericana, como buen ciudadano de “Nueva Inglaterra” apoyó las políticas de Roosevelt, y dio apoyo a una especie de tímido socialismo mezclado con el liberalismo característico de la región.

En fin, que tales son, a grandes rasgos, la vida y la obra de Howard Phillips Lovecraft. El que desee leer algunos de sus relatos —mis favoritos son “El color que cayó del cielo” y “El terrible anciano—, puede hacerlo en “Ciudad Seva”, en la siguiente dirección electrónica: | jtb, miami, fl setobe1@yahoo.com

Mari Cruz Agüera: “sólo intento expresar lo que soy como sé”

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SONIA FIDES [mediaisla] « No trato de ahogar los ruidos, escribo desde fuera adentro, así que lo que procuro es escucharlos y después ordenar y dar forma a lo que me dicen para tratar de conseguir que ese ruido no suene a ruido.»

Podría decir que descubrí a Mari Cruz Agüera por casualidad, pero no fui tan avezada y fue ella quien me descubrió a mí. Por fortuna aún estoy a medio hacer como persona y no tardé en sumergirme en las caudalosas aguas de su poesía. Es exacta, maniática del orden emocional y formal de todas las historias que cuenta. Tierna y voraz, conoce la temperatura exacta a la que ha de cocinar cada palabra para que al leer la lengua y la memoria queden satisfechas.

Para empezar, una pregunta quizás aviesa, pero estrictamente necesaria. Cuando el lector se encuentra frente a frente con tus palabras qué deseas que sienta, la perfección de tu estilo, sobrio y exacto o  te decantas porque lo primero que reciba sea esa letra pequeña que sólo los poetas como tú, en plenitud de facultades, logran introducir en sus poemas sin que sea necesario que existan.

—Lo único que espero cuando un lector se acerca a mis palabras es que sienta lo mismo que yo sentí al escribirlas, que pueda hacerlas suyas y que le sirvan de algún modo. Lejos de la sobriedad y la exactitud, sólo intento expresar lo que soy como sé.

Se nota tu formación clásica, por como articulas y alimentas tus poemas, por eso sería una catetería preguntarte por tus fuentes pasadas, ¿no? Es evidente que está Santa Teresa o Machado sosteniendo la vida de algunos de tus versos, por eso me gustaría saber que le pides a un autor futuro para sumergirte en su universo. La forma, el fondo, la dualidad. Esa supuesta perfección que cacarean los jurados de los premios literarios para seguir sentados en sus poltronas.

—Supongo que están esos y muchos otros autores bastante más actuales, aunque el origen de mis primeros contactos con el poema sean los clásicos, no he dejado de seguir bebiendo en todas las fuentes que he tenido a mi alcance. Yo creo que lo único que le pido a un autor para sumergirme en su universo es autenticidad, y sobre todo que me transmita, y a mí eso me ocurre más fácilmente cuando el fondo se apoya en la forma. Si bastase con el fondo para crear un poema creo que la poesía como género literario no tendría razón de ser.

Y ahora como escritora cuáles son los pasos que sigues para no convertirte en una conductora suicida y alimentar la forma sin chocar de frente contra el fondo. Cómo consigues que la idea ceda protagonismo a la forma. Presumo que será una lucha feroz a la vista de los resultados que consigues.

—La lucha no resulta tan feroz cuando se ha interiorizado la forma, ni se trata de ceder protagonismos, solo de decir lo que se quiere decir de la manera más bella posible, de la que mejor se ajuste a la emoción que se quiere expresar.

Cómo consigues ahogar el ruido de fondo al escribir, se nota por el resultado de tu obra que la única música que acoge tu cabeza cuando te sientas a trabajar es la del ritmo poético. No debe ser fácil, estando tan viva al escribir.

—No trato de ahogar los ruidos, escribo desde fuera adentro, así que lo que procuro es escucharlos y después ordenar y dar forma a lo que me dicen para tratar de conseguir que ese ruido no suene a ruido.

Hablar de nocturnidades o diurnidades contigo me parece altamente inapropiado, si me fijo en que tus poemas clavan el paisaje de cualquier hora del día, pero si me gustaría que nos dijeses que necesitas para  escoger el momento de cambiar de vida y sentarte a escribir.

—La poesía es algo que forma parte de mí, siempre está, lo único que necesito para sentarme a escribir es tiempo.

Imagino que coincidirás conmigo en la poesía posee una eternidad que nos desarma. Podrías confesar  cuántas veces durante la creación de un poema te das por vencida.

—Muchísimas, rompo más papeles que guardo.

Crees en la alegría o en la tristeza cuando dejas de ser una persona para convertirte en poeta, si es que existe esa posibilidad de exilio mental para ti. Necesitas la rotundidad de una emoción o eres más bien una fanática de la mezcolanza emocional para sentarte a escribir.

—No creo que se pueda dejar de ser persona, como tampoco creo que se pueda dejar de ser poeta; creo en ambas, la alegría y la tristeza, se complementan, la una no existe sin la otra, personalmente, además de tiempo, como ya he dicho, necesito sentir que tengo algo que decir.

Cuántas veces has resucitado después de acabar un poema. Cuántas veces has muerto antes de escribir un poema.

—Todas las veces que he escrito un poema y todas las veces que no lo he podido escribir.

Poesía patria o foránea.  América o Europa. Capitanes o beat. Aullidos u Hojas de hierba.

—Poesía, sin más.

Y para terminar, con qué única palabra invitarías a quien nos lee a intentar habitar ese páramo extenso y casi siempre yermo que es la  poesía. Ah y por favor no arruines tu reputación contestando, esperanza.

—Respuestas | sf, madrid, españa deneuve_1969@hotmail.com

Rubén Sánchez Féliz: “Tal vez por Mr. Junco, mi profesor de literatura…”

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RENÉ RODRÍGUEZ SORIANO [mediaisla] «Quizás porque desde niño aprendí a amar la lengua que nos legó Cervantes y que se ha enriquecido con escritores tan geniales y disímiles como Borges y Rulfo».

Cada vez que intento seguirle los pasos a Rubén, ya viene de regreso. Siempre aparece y me sorprende; como Juanita, con su maleta cargada de cercanas lejanías, cada vez viene a por más. Y por supuesto, nos trae más. A veces tengo la impresión de conocerlo desde siempre, que nos encontramos por primera vez alelados en las pegajosas travesuras de un merengue de los ochenta. Contradictorio, tenaz. Escribe muchísimo más de lo que habla en su desmesurada parquedad —casi tan alta como él—; no bien nos sumerge en las aguas del desasosiego y del asombro, emerge airoso con las manos llenas de lauros y azucenas. Desde hace días trataba de hacer méritos para abordarlo y que me contara cómo lo consigue; cómo, como gladiador galante, pluma en ristre va de un premio a otro sin perder el brillo, el tino y la frescura. No bien comienzo a desandar las líneas para poner en orden este diálogo sostenido a lomos de un desvencijado rocín, me sorprende la buena nueva: ¡Rubén arrasa en los premios de Ultramar! Yo viajaba de incognito en la caravana bandereante que celebraba el invicto de la selección dominicana en el Clásico Mundial. Por supuesto, levantaba mi enseña de palabras; de esas que Rubén, con buen tino y adecuada dosificación, manipula y articula para hacer que sus personajes hagan y desfagan entuertos en mundos y ambientes que, a pesar del denodado empeño con el que lo enfrentan difícilmente logran aprehender o dominar.

No bien nos acercamos a Los muertos no sueñan (Editora Nacional, 2011) y Beatriz (mediaisla, 2013), sus novelas ganadoras de los premios de Ultramar y Federico García Godoy (2010), haciendo cola todavía para acercarnos a su volumen de cuentos No volverás la mirada (Parada Creativa, 2012), vuelve a la carga Rubén y se alza con el primer lugar en los géneros de Cuento y novela de Premio de Ultramar 2012. Quisiera preguntarle sobre las claves; qué talismán o resguardo de Azua le legaron los abuelos. Pero no distraeré más esta excusa para que Rubén Sánchez Féliz, con esa sencillez que lo caracteriza, nos cuente. En otra ocasión, tal vez somos dichosos y nos canta.

¿Por qué y para qué escribe Rubén Sánchez Féliz?

—Escribo porque disfruto el trance, porque me permite rescatar ciertas imágenes extraviadas en la memoria. Escribo para redescubrirme, para parirme a mí mismo, infinitas veces.

¿Cuándo sientes que te picó el gusanito y se te dio por enfrentarte a tus fantasmas y escribir?

—He leído desde siempre, pero lo de escribir sucedió por pura casualidad. Ya he contado la historia en varias ocasiones y temo modificarla. Pero ahí te va: un compañero me habló sobre un concurso literario local y me propuso que escribiéramos un cuento para participar. Al principio me negué, pero gracias a los duendes literarios el hombre insistió hasta convencerme.

¿Por qué en español si vienes de una sólida formación académica norteamericana?

—Tal vez por Mr. Junco, mi profesor de literatura en la escuela secundaria. Quizás porque desde niño aprendí a amar la lengua que nos legó Cervantes y que se ha enriquecido con escritores tan geniales y disímiles como Borges y Rulfo. A lo mejor porque veo el inglés como un idioma con fines comunicacionales. No creo que haya una razón concreta; me senté a escribir un cuento y se impusieron mis referentes literarios hispanoamericanos.        

¿Qué te une o te distancia de las letras de tu tierra, de origen?

—Me une el hecho de haber nacido en la República Dominicana, haber crecido escuchando los poemas de Salomé Ureña de Henríquez y Pedro Mir, haber leído La mañosa y algunos cuentos de Bosch y Díaz Grullón antes de emigrar. Me distancia el poco tiempo que he dedicado a los autores dominicanos, aunque ahora intento cada vez más llenar ese vacío. Es muy difícil encontrar literatura dominicana en los cursos que imparten las universidades neoyorquinas. A veces un cuento de Bosch. A veces. La razón no la termino de entender, porque tenemos escritores de valía y las universidades están llenas de académicos dominicanos. Acaso sea el complejo de Guacanagarix; hay que ver cómo los profesores latinoamericanos exaltan y hasta veneran a los autores de su país, a los clásicos y a los contemporáneos. Lo hacen aunque sean sus vecinos. A nosotros, por el contrario, nos encanta descartar, la mayoría de las veces incluso sin haber leído al autor. Conocí a René del Risco Bermúdez a través de un amigo español. Me prestó una antología publicada en España que incluía “Ahora que he vuelto, Ton”, uno de los mejores cuentos que he leído. Lo mismo me pasó con Manuel del Cabral: lo leí por primera vez gracias a un compañero peruano, y no fue precisamente su Carta a Rubén. Pero ahora, cada vez que voy a la Feria, vengo con la maleta llena de libros de autores criollos que leo y disfruto.

Háblame de tus referentes y nexos con las letras dominicanas, ¿encuentras distancias abismales entre la escritura de tus compatriotas de uno y otro lado del océano?

—Sí, hay distancias abismales entre la escritura de los compatriotas que viven en la media isla y los de la diáspora, pero con ello no quiero decir que unos sean mejores que otros. Son distintas por razones que no pretendo enumerar porque me parecen obvias. En ambos lados hay buenos y no tan buenos escritores. Cada grupo escribe su realidad. Es lo mismo en cualquier lugar.

Poeta, narrador, ensayista, autor, ¿cómo se define o se ve Rubén Sánchez Féliz?

—¿Poeta yo? No, qué va. “Lío me dibre”. La poesía me cuesta; cada verso me desgarra, me anula. Por lo demás, nunca me he planteado autodefinirme. Escribo un poco de todo. A veces cuentos, a veces ensayos, a veces novelas. Hace un tiempo recibí un email de Avelino Stanley. Allí me dice que cuando leyó Los muertos no sueñan, se dio cuenta de que por la calidad de la obra y por mi edad, yo estoy entre los autores que tienen las condiciones para aportar a la novelística dominicana. Para ello, según Stanley, debo trasladar mi pasión por la poesía, el cuento y el ensayo a la novela. Dedicarme única y exclusivamente a escribir novelas. Si bien el consejo fue bienintencionado, no lo he podido seguir porque, como te digo, hay veces que me da por escribir un ensayo y, como cualquier otro género, lo disfruto.

Del 2005, año en que diste a la estampa tu novela «El décimo día», a la fecha en que ya tu nombre comienza a ser punto de referencia del trabajo que realizan los más jóvenes escritores dominicanos, ¿cuál sientes que es el trayecto andado?

—Creo haber recorrido un trecho considerable. Desde el 2005 hasta la fecha ha llovido mucho. Me ayudó bastante haber conocido gente talentosa que me ha ayudado desinteresadamente, gente que se alegra cuando te ve progresar, cuando algo te sale bien —ave rarísima en este ambiente—. Es el caso del crítico español Ramón Codina y José Acosta, que fueron mis primeros mentores; además de ti y de mi hermano Osiris Vallejo. A esto hay que sumarle mi pasión desbordada por la lectura y el tiempo que estuve en las aulas universitarias, principalmente la maestría de NYU. Imagínate, tener por profesores a narradores de la talla de Diamela Eltit, Sergio Chejfec, Enrique del Risco, Lina Meruane, Sylvia Molloy, y entre los talleristas y charlistas invitados del programa llegaron escritores como Mario Bellatin y Alan Pauls, por solo citar un par; algo debe pegársele a uno, ¿no crees? Aunque quiero confesar que de todas mis obras, El décimo día es acaso la novela que más quiero, si bien cuando la ojeo me doy cuenta de que hoy diría tal vez lo mismo pero de otra forma. La historia me gusta, al igual que los personajes, la atmósfera y ciertos recursos técnicos, como la polifonía y la metaficción.

Tanto en «Los muertos no sueñan» —novela ganadora del Letras de Ultramar 2010— y «Beatriz» —ganadora del Premio de Novela FUNGLODE del mismo año—, el barrio, el desarraigo, la opresión y la abulia se afianzan como fuertes puntales del ambiente y el discurrir de tus historias, ¿qué relación tienen esas coordenadas con la muerte que como espada pende sobre unos personajes que se sienten presos en un mundo que, aunque les pertenece, no acaba de ser de ellos o al menos como ellos quisieran?

—Has dado en el clavo. Mis personajes están arrojados a un entorno, a la indiferencia, a eso que, como dices, por más que intentan descifrar, no pueden. Están condenados a la inutilidad de la vida. El mejor escenario para exponer esa sensación, si se quiere, es precisamente un barrio donde se conjuguen todos los elementos a los que aludes: el desarraigo, la opresión y la abulia. Mis personajes, sobre todo Héctor, son ese Sísifo mitológico obligado a empujar el peñasco por una ladera del inframundo griego. La muerte merodea estas coordenadas como una posibilidad de escape, por ello la angustia, la impotencia, porque si bien Héctor termina optando por el suicidio, en el fondo le duele (como nos duele a todos) aceptar la condición finita del ser humano.

En el caso de Beatriz, ¿por qué Beatriz y de qué infierno huye? ¿Por qué?

—Quise convertir el Villa Juana de mi niñez, el de los doce años de Balaguer, en un infierno dantesco. Cuando pensé el texto, me sedujo El infierno como posible metáfora. En esta novela los silencios son tan importantes como lo que se dice. Los gestos, las insinuaciones, los símbolos. Es un poco como el juego que hace Rulfo con las piedras en su “Anacleto Morones”. Además, Beatriz, como sabes, personifica la fe en la obra de Dante, y en mi novela sucede lo mismo, aunque las cosas no salgan del todo bien. Las mujeres (sobre todo Dulce y Beatriz) asumen un cierto liderazgo dentro de la historia e incluso sirven de guía en un ambiente opresivo, dictatorial; no toleran el rol pasivo al que suelen ser relegadas las mujeres que viven bajo el rigor de un sistema patriarcal. Y yo añadiría algo más: por mi obsesión hobbiana de explorar la naturaleza lobuna del hombre.

…Y las luciérnagas, las mariposas muertas, el gato llamado Mao y la presencia canina que envenena el aire, ¿en qué medida se relacionan con un tiempo y un lugar en un espacio determinado?

—Son símbolos, obviamente, símbolos que pueden insertarse en un cronotopo determinado, así como el espantoso insecto Samsa existe en la Praga kafkiana. Estos elementos son partes del subtexto. Son imágenes claves en la novela, pero no voy a hacer un ejercicio de lectura de mi propia obra. Lo que sí puedo decir es que las luciérnagas, pienso, juegan un doble rol. La imagen de la mariposa y las hormigas es, a mi juicio, muy poderosa, y el significado es clave y anuncia algo que pasa fuera del tiempo de la novela, por eso el narrador dice: “¿Cómo habrán atrapado a esa mariposa?”. Anuncia, hasta cierto punto, el final del balaguerato. Por otro lado, Mao es el gato de Haché, izquierdista, cuyo padre vive en Rusia. Imagínate el arroz con mango que vivía nuestro país en aquel entonces, ideológicamente hablando. La presencia canina es una metáfora que se establece desde el segundo capítulo con los policías que van a la carbonera del padre del narrador.

Tengo noticias de que acaba de salir «No volverás la mirada», tu primer libro de cuentos. Háblanos un poco de ese libro, su mundo, sus aspiraciones.

No volverás la mirada es un libro que incluye mis primeros cuentos. De hecho, la primera tirada se agotó y según me cuenta el editor el libro ha sido bien valorado por los lectores venezolanos. El texto incluye algunos hiperbreves y otros cuentos que han ganado menciones honorificas en concursos. Creo que la atmósfera es el eje que le da al texto un aire de obra unitaria.

¿Escribes para huir de algún lugar?

—Escribo para huir del mundo en que vivimos, del ruido de los vecinos, de las complicaciones que supone estar vivo, pero cuando me alejo demasiado, me aterra el vacío y pienso en esta vida nada delirante con mucha nostalgia, por eso siempre termino regresando.

¿Eres supersticioso o de la diáspora?

—Le tengo un terror indecible al número 13. | rrs, kingwood, tx rodriguesoriano@yahoo.com

Rodolfo Alonso: “El único don que tengo es un don de lenguas”

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HÉCTOR BERENGUER [mediaisla] «Nunca me propuse escribir, la poesía me ocurre. Hay algo que me descubro haciendo alrededor de los 14 años. Quizás sin antecedente alguno que lo justificara, me encontré un día de lluvia escribiendo»

La trayectoria del poeta, traductor, ensayista y ex editor argentino Rodolfo Alonso, es notable. Constituye una figura reconocida de la poesía iberoamericana. Fue el más joven de la revista Poesía Buenos Aires (que entre 1950 y 1960 se convirtió en el segundo gran movimiento de vanguardia de Argentina, posterior al martinfierrismo de la década del 20). Publicó más de 30 libros propios.

Primer traductor de Fernando Pessoa en América Latina, que fue a la vez la primera de sus heterónimos en castellano. Tradujo también a muchos otros importantes autores del francés, italiano, portugués y gallego. Entre ellos, Pavese, Ungaretti, Éluard, Gillo Dorfles, Marguerite Duras, Montale, Drummond de Andrade, Prévert, Dino Campana, Apollinaire, Baudelaire, Murilo Mendes, Artaud, Manuel Bandeira, Umberto Saba, Rosalía de Castro, Valéry, Olavo Bilac, Mallarmé, Pasolini, Lệdo Ivo, André Breton, Georges Schehadé.

Antologías y libros suyos fueron publicadas en Bélgica, Colombia, España, México, Venezuela, Francia, Brasil, Italia, Cuba y Chile. Escribió textos para cine, como el célebre corto metraje Faena. Suele escribir también sobre artes visuales, y muchos de sus libros fueron ilustrados por grandes artistas argentinos: Badii, Hlito, Grela, Macció, Polesello, Roux, Robirosa.

Premio Nacional de Poesía (1997). Orden “Alejo Zuloaga” de la Universidad de Carabobo (Venezuela, 2002). Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2004). Palmas Académicas de la Academia Brasileña de Letras (2005). Premio Único de Ensayo Inédito de la Ciudad de Buenos Aires (2005). Premio Festival Internacional de Poesía de Medellín (Colombia, 2006).

¿Se descubre poeta en un único movimiento o experimentó un acercamiento progresivo a la poesía?

—Nunca me propuse escribir, la poesía me ocurre. Hay algo que me descubro haciendo alrededor de los 14 años. Quizás sin antecedente alguno que lo justificara, me encontré un día de lluvia escribiendo tres premonitorias líneas concisas, concentradas: “Largos cuchillos de acero / rasgan un paño ceniza. // Lejos, el horizonte agoniza.” Y no mucho después, me convierto en el más joven de Poesía Buenos Aires. Con los años, me he puesto a pensar de dónde sale todo esto y he llegado a algunas intuiciones. Como hijo mayor de inmigrantes gallegos, el primero nacido en una gran ciudad como Buenos Aires, mi infancia fue bilingüe, pero no en un sentido explícito. En mi casa se hablaba a la vez gallego y castellano, espontáneamente. Al mismo tiempo que aprendía a vivir en Buenos Aires por mi cuenta, mi niñez se poblaba de recuerdos y canciones campesinas de mis padres. Esa presencia tan viva de la naturaleza, de verdes matizados por la lluvia, siempre me ha tocado. Acaso debe haber algo congénito. Además, el gallego es un pueblo que siempre estuvo muy ligado a la poesía. En la Edad Media, el galaico-portugués era el idioma de los grandes trovadores. Prohibido durante siglos, vino a renacer con una gran poeta: Rosalía de Castro. Y sin duda, al mismo tiempo, en mi infancia también está el descubrimiento de la gran ciudad.

¿Qué influencia tuvo la atmósfera cultural de aquella Buenos Aires?

—Buenos Aires era entonces una auténtica Babel, donde se hablaba y se cantaba en todas las lenguas del mundo. Y yo percibía la fonética, las tonadas y la diversidad de todo esto. En los 40 el tango llega a su máximo esplendor como letra y como forma. Era como el aire que se respiraba, estaba en todas partes, de la mañana a la noche. Y esas letras eran de Homero Expósito, Discépolo, Homero Manzi. Muchos de los que ahora dicen que hacen poesía no serían capaces de utilizar los recursos literarios que usaban estos poetas populares. Cuando empecé a publicar, enseguida me hicieron notar que había una dualidad en mi trabajo: una poesía de vanguardia junto a las estructuras de la lengua cotidiana. Pienso que el único don que tengo es un don de lenguas, y de oído también, una capacidad de percibir y aprehender otros idiomas. Y los mil matices del propio.

¿Qué diferencias encuentra entre la actual Buenos Aires y aquella en la que usted empezó a escribir?

—Hace poco me encargaron una antología de Poesía Buenos Aires, lo que me hizo revivir mi adolescencia. Y también me invitaron a una mesa para dialogar sobre poesía de vanguardia, y uno de los problemas más grandes que encuentro es que cuando uno dice “poesía”, “vanguardia”, otros pueden decir lo mismo pero, en realidad, muy probablemente no estamos hablando de lo mismo. Y entonces me preguntaba cómo se transmite un contexto, que no es solamente histórico. Es un contexto en el que está mezclada la historia personal con lo colectivo. Pienso que es muy difícil transmitirlo, porque intentarlo resulta siempre parcial. (Ya lo dijo Ingmar Bergman: “¿Adónde va todo? ¿Ha heredado alguno de mis hijos mis sensaciones? ¿Pueden heredarse sensaciones, experiencias, conocimientos?”). Al mismo tiempo hay muchas cosas que se han perdido: la cortesía, el silencio, las tonadas, un lenguaje y una cultura realmente de origen popular. Hasta en las carnicerías o en los almacenes había colgados versos del Martín Fierro.

Es curioso que al pensar esta relación surja siempre el signo de la pérdida, o más bien el de la nostalgia…

—Hay quien afirma que soy apocalíptico y pesimista, que sólo veo lo malo… qué sé yo (risas). No será pérdida porque idealice mi infancia, ni mi adolescencia, que, por otra parte, no fueron agradables, sino más bien lo contrario, pero intento ser objetivo. Por supuesto que había problemas, menos comodidades que ahora, más frío (risas). El peronismo en el poder, un movimiento que funcionaba casi como un partido único, no era una cosa tan sencilla. Había miedo, censuras. Y también, por supuesto, conquistas obreras que a los socialistas les habían sido impedidas. Aunque creando una burocracia sindical centralizada. Claro, mucha gente tendrá otra visión. La desaparición del tranvía para mí es una pérdida, como también los cines de barrio. Se iba a charlar a los cafés. Había peñas en todos lados y uno sabía que se encontraba con determinada gente. Todo eso desapareció. También hay sensaciones que han muerto. Había todo un tempo diferente, porque en primer lugar había tiempo. Hoy te preguntan “¿cómo andás?” pero nadie quiere en realidad que le contestes específicamente si te pasó algo, y por otra parte, ni tiene tiempo para pararse a escuchar. Siento que se ha dejado ir algo muy humano.

Nos gustaría que nos cuente cómo llegó a Poesía Buenos Aires.

—Llegué a la cita que me dieron la noche antes de cumplir 17 años. Es decir todavía con 16 años, ¿no parece mentira? Recuerdo que iba por la calle Florida y en una librería encontré el número 5 de la revista. Mandé una carta y como yo era terriblemente introvertido y tímido, dije que éramos un grupo. Raúl Gustavo Aguirre (el director de la revista) me dedicó esa noche un libro que conservo, donde dice “a Rodolfo Alonso y su barra” (risas). Cuando llegué, saqué un rollo con mis poemas del sobretodo y los desplegué sobre la mesa. Me dieron algunos palos, claro. Poesía Buenos Aires era fraternidad y exigencia, que es otra de las cosas que se ha perdido ahora. Fraternidad en el sentido de que cualquiera podía ser admitido con los brazos abiertos; pero también exigencia, porque la poesía era una cosa seria, el arte era una cosa seria.

¿Piensa que ya no lo es?

—Una obra de arte, como cualquier obra humana, es un hecho en sí, pero después está la evaluación, el significado cultural que otorga la sociedad, un grupo o alguien que lo valorice. Y esto ha desaparecido. Es que hoy arte es, como han teorizado, todo lo que se quiera llamar arte, que es lo mismo que decir que el arte ha muerto. Ya lo decía Discépolo en el tango Cambalache de 1935: “Nada es mejor. Todo es igual”. Mi ideal del arte es la jam session y el cante jondo legítimo, que no son algo pensado para un público que pasa antes por boletería, sino una competencia fraternal para ver quién era el mejor de algo que todos respetaban a fondo, íntegramente. Hoy la idea de exigencia ha sido desmantelada por la demagogia. Gardel tenía miedo antes de salir a cantar. Con esto no quiero decir que un tipo tenga que estudiar en la facultad para hacer un poema; un poema lo puede hacer hasta un analfabeto, que tenga oído, una tradición del lenguaje y una experiencia del mundo. En estos tiempos, la conciencia de la tragedia de la condición humana se ha emasculado de raíz; todo es jajaja, fruto de una locura que se ha venido incrementando. Y fomentando. La sociedad de consumo se fue convirtiendo en sociedad del espectáculo, y ambas nos han sumergido en esta marea de banalidad globalizada. Que ya no domina esclavizando sino mostrándose falsamente transgresora, seductora, joven eterna. Por ejemplo, hay un ruido tan grande que no se escucha nada, ni la voz interior de uno mismo. Cuando se pierde el lenguaje, lo que se pierde no es una herramienta o un útil que no podemos cambiar por otro más moderno, sino algo esencial para la condición humana, algo que nos constituye.

¿Qué relación puede trazar entre poesía e identidad?

—El artista trabaja consigo mismo y con su relación con el mundo. La poesía no es apenas un género literario, sino “la gloria de la lengua” que dijo Dante. Por eso intuí que no usamos el lenguaje; más bien, somos lenguaje. Esto es algo que me he planteado para responderme a mí mismo justamente la pregunta del comienzo: ¿cómo cuernos aparezco yo escribiendo estas cosas? Me sorprenden mis primeros poemas, y no por narcisismo. Si es honesto, uno no sólo escribe, también es escrito. En el lenguaje podemos intentar plantearnos en silencio lo más secreto de nosotros mismos, intentarlo porque no vamos a poder hacerlo. Pero al mismo tiempo ese lenguaje es ineludiblemente social; es a la vez íntimo, primitivo y general. En el lenguaje están vivos los muertos. Hay modismos que surgieron hace cientos de años. Aquello que llamamos poesía tiene más que ver con una experiencia de vida y de lenguaje, que con un género literario.

¿Qué involucra, para decirlo con Tristan Tzara, hacer de la poesía una manera de vivir?

—Esas palabras legendarias, recurrentes para nosotros entonces, eran como el blasón de aquella adolescencia compartida. Yo creo que en realidad es la forma en que he vivido. Pero es muy difícil contagiar vivencias de uno. Transmitir para mí es contagiar. Y esto es quizás lo que la poesía busca. Uno quiere contagiar algo que siente, pero uno mismo es tocado por algo a lo cual quiere llegar. En este sentido, es difícil explicitarlo, porque, para mí, entregarse a la poesía como una manera de vivir no era algo teórico. En esa época la literatura estaba codificada, había toda una estructura armada alrededor de ella, un mundo de academias y escalafones. Me intuía ajeno. Y me sentí reconfortado al descubrir gente que sentía lo mismo, que fueron mis amigos algo mayores de Poesía Buenos Aires. Mi único contacto con la vida académica fue el Colegio Nacional de Buenos Aires, dependiente de la Universidad de Buenos Aires. Después me anoté en Arquitectura (siempre en la UBA) y ante la primera mesa de examen, me di vuelta y nunca más volví (risas); no lo pude soportar. Aún hoy la idea del examen, del juicio, me parece terrible. De alguna forma, la poesía tiene que ver con eso, en la medida en que es una manera de hablar y de no hablar, de mostrarse y de ocultarse.

¿Por qué se siente tan atraído por el ejercicio de la traducción?

—No es algo que me propuse. También es algo que me ocurrió. También es un don. A mí, siendo muy joven, me fueron ofreciendo traducir Pavese, Pessoa, Ungaretti, Marguerite Duras, Gillo Dorfles, y después, como con la poesía, me encontré metido de lleno en eso. Quizá traducir me permite hacer la experiencia de la poesía sin tener la misma responsabilidad. Me dejo poseer por el otro. Es una cosa extraña, a veces se da con muchísima facilidad y al mismo tiempo se plantean grandes problemas. Otras veces hay poetas que no puedo traducir. ¡Están tan encarnados en su lengua!  Un poema, para mí es un ser soberano y autónomo de lenguaje vivo. Escribir, y hasta hablar, también son una forma de traducción. Traducir algo que uno siente que nos llama. Pedro Salinas lo dijo muy bien, “el lenguaje tira de uno”. hb, rosario, argentina hectorberenguer1@gmail.com

Martha Rivera-Garrido: lámpara en el agua

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RENÉ RODRÍGUEZ SORIANO [mediaisla] Yo no voy a hablar de Enma, ni del mar ni la noche o su maithuna. Crucé el mar y la distancia para hablar de Martha. Con Martha en dos tiempos, esta noche. A principio de siglo, en una de esas conversaciones que la modernidad nos permite, Martha y yo sostuvimos este diálogo  que les comparto.

Geometría del vértigo

A Martha la conozco casi desde siempre, desde un antes de ayer en que una paloma breve daba vueltas sin detenerse en la carpeta del pecho o en los aeropuertos de la ausencia. Pienso que la conozco y creo que sé de ella tanto o tan poco como el bombero sobre el fuego o el marino sobre el mar. No domino a plenitud los instrumentos del vuelo para llegar hasta donde ella oficia los enigmas del poema. Asumo que es poeta por los ramalazos de luz con los que me destella la palabra que encienden sus dedos sobre la página en blanco y me dejan sin habla la pericia y la gracia con las que cabalga sobre el sistema convencional de signos que dan forma a la lengua.

Conozco de ella: 20th Century: aún sin título en español, 1985; Transparencias de mi espejo, 1985; Geometría del vértigo, 1995 y la novela (ganadora del Premio Internacional Casa de Teatro 1996) He olvidado tu nombre, 1997. Aparentemente todo lo publicado por ella hasta ahora. Con eso me basta, aunque me gustaría saber algo más…

Truchas del mar muerto

¿Puedes describirme a Martha desde la enigmática transparencia del poema?

—El poema, mis dedos delirantes sobre el teclado, mi oxígeno, la única posibilidad de fundar un mundo donde alguna Martha sea posible, el poema como lo quiso Baudelaire, también en la prosa, el poema, el oscuro en el cinabrio, ¿transparente dices? ¿Dices el poema? ¿Estás nombrando el silencio? ¿Lo innombrable?

Hablo de la soledad, del lado más oscuro de la luz ¿acaso allí tus dedos desentrañan la chispa, la palabra imposible, la que nombra el poema o lo enciende?

—El poema, en su absoluto, siempre está solo. Busco el silencio en el poema, y más allá de él mismo, busco una palabra que nombre ese silencio. Busco toda una lengua en cada verso. Aunque… ¿no será él el que me busca? ¿No será esa palabra que se desangra entre mis dedos, esa única palabra, idéntica a sí misma, insondable, aquella que me inventa?

Yo nunca lo sabré. Sólo escribo delirante.

Y, en esa búsqueda insondable y delirante ¿qué dios, qué pez, qué lluvia o lámpara apagada buscas en el poema?

—Te busco a ti, busco mis otros, busco a la otra que soy siendo yo misma; busco un lenguaje que prescinda de alfabetos. ¿Cómo explicarte sin palabras que hay una lámpara encendida en el fondo del agua? Busco mi ontología, lo oscuro que me nombra, me busco y me deliro; sí, me deliro, porque sé que en esa danza, en su liturgia, busco el ser.

Al parecer encuentras, porque en las aguas del poema, tu ojo avista cierta luz que hace posible lo imposible ¿no es eso lo que tallan tus dedos cuando te desangras sobre el papel en blanco?

—¿Sí? Entonces me preguntas realmente qué es lo que encuentro. Si hay una luz es sólo el fuego. Y la caligrafía, tienes razón, son símbolos delineados por una gota de sangre en la punta de los dedos. Ah, pero ya sé, después está la nada (otro absoluto). La página me inventa para que yo invente mi olvido….

¿Y tus libros, tus poetas amados, la palabra y la música cómo cierran el círculo?

—En las noches todavía viene Alejandra a envenenarme y no sé cuánto tiempo ha de durar ese conjuro. En las madrugadas, creo que soy feliz cuando hay café y respiro el Aire de Gonzalo Rojas. Lezama, Sylvia, las Margarites, John Ashbery, Lovecraft, Mieses Burgos, Vallejo, Mallarmé, qué sé yo, todos ellos. Después, sólo queda Black de Pearl Jam, One de U2, Lamia de Genesis, First Circle de Metheny, algo místico del Parker, Rain de Uriah Heep, Cry baby de la Joplin, un trago, el humo, narcosis, psicosis, las voces de los niños, tal vez un beso y otra vez los dedos, la pupila, el corazón y su arritmia, la fiebre y el teclado…

Y, por último, ¿pudiera saber qué escribías ayer cuando toqué la ventana de tu messenger para hacerte estas preguntas?

—Estaba aquí, tras el cristal, tú sabes, dejando los dedos correr por el teclado, jugando con un poema que me escribió alguien muy amado hoy, montando ese poema en una bicicleta, en fin, qué sé yo… estaba en el cristal encandilado…..

…….

Enmar, la noche…

Y ahora, en este ahora y aquí, frente Enma, el mar, la noche y su maithuna y frente a todos ustedes, ¿qué tiene que decirnos Martha?

—Ahora Enma se ha ido hacia ustedes y qué bueno. Debo empezar a preocuparme que todos esos libros que están esperando para despegar tras ella (como aviones en un aeropuerto).. Están Alfabeto de Agua, Este mar me recuerda algún jardín y el que más me entusiasma: Narraciones de ella. Pero no sé qué pasará. Uno de ellos seguro se impondrá al otro, justo como pasó con Enma…

¿De dónde viene y hacia dónde vuela/nada Enma? Cuéntanos de ella, de tu nadar, urdir palabras… dulces como cuchillos, romas como espuma, arena, enero.

—Enma viene de la noche, que es su estación, y por eso su prisa por trasegarse en la luz. Como toda mi literatura, está hecha de agua. Fácil dejarla ir entre los dedos y tal vez hasta olvidarla. Nace en enero de dos espejos y se busca no en la herida, sino en el dolor. No quiere ser plena sino estar completa. Es simplemente un pequeño cuento de amor. Una minúscula historia de amor de esas que llenan los tiempos en el tiempo. Llena de magias inútiles, como diría Borges, renaciendo desvelada, pulcra y bella, adornada por los collares donde cuelgan vocablos hilvanados con una disposición que se piensa a sí misma lírica, inefable, lúcida, descarnada, lúdica a veces, desgarrada en la belleza como una pepita de oro es la alquimia de relojes imposibles. Hija de una loca y un cangrejo azul. Anfibia, andrógina, des-generada…  Un libro que me gusta haber escrito, no sé hasta cuándo, como todos los demás…

Esta noche no es martes, Martha, pero como si lo fuera. No te retengo más. Es tu noche, la de Enma, el mar y su maithuna.

—No, es lunes… Por eso vámonos ahora. A leer un par de textos de Enma, a bebernos la noche. Total… (Entrevista original publicada en la Web a mediados del 2001, leída en vivo durante la presentación de Enma, la noche, el mar y su maithuna. Sala de la Cultura, Teatro Nacional, Santo Domingo, RD, 8 de marzo 2013). | rrs, kingwood, tx rodriguesoriano@yahoo.com

Nobel Alfonso: “Pienso que los valores siempre son actuales”

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ELIZABETH QUEZADA [mediaisla] “Pienso que todo escritor se hace elitista por el propio oficio de resaltar el grupo humano de pertenencia o de motivación. Ser elitista no es una afrenta”.

Al terminar de leer, Crónicas desde una sociedad de gente cualquiera, de Nobel Alfonso, es obvio que vamos a terminar absorbiendo todo un discurso crítico-social y humano. Por no decir, claro está, una filosofía personal avalada en el respeto y las virtudes morales. Son estos, pues, los temas que engloban la totalidad del libro. Méritos altamente resaltados en el mesurado prólogo de Manuel Matos Moquete, quien destaca que, “por primera vez, alguien se permite denunciar la mediocridad rampante que se ha adueñado de los espacios de la sociedad y de la cultura.”

¿Qué respuesta espera que su libro proporcione a sus lectores y a usted mismo?

—Llamo la atención sobre el hecho de la cualquierización del ser con la pretensión de que apreciemos la calidad de gente y nos agrupemos alrededor de sus valores. Lo dice Juan Bosch, citado en la reseña que hago en la presentación: “… el único antídoto a este mal es que la gente decente y honrada se junte y le haga frente a la amenaza del cualquierismo, siendo juntos, como era antes”. Recalco el final de Bosch: Como era antes. Vale decir, volver al principio de ser gente.

¿Por favor, podría definir el concepto Gente y su antagonista Cualquiera?

—El mayor tiempo en la organización del libro fue para definir esta palabra-idea. Luego de revisar a lo largo de año y medio, definiciones y textos de académicos, filósofos antiguos y modernos, autores, humanistas, educadores, psiquiatras, psicólogos y cuantas fuentes conexas a ellos surgían, me fui a la calle durante casi cuatro meses a preguntar directamente a las personas en diferentes escenarios su entendimiento de la palabra-idea gente. Para ti, ¿Qué es ser gente?, era la pregunta simple que hacía. En la sumatoria de opiniones encontré una gran confusión. Muchas respuestas igualaban el ser gente con los conceptos de persona, individuo, sujeto, humano, ente, ciudadano, rico, culto, tutumpote, poderoso. En una de mis conclusiones apunté que ser una de ellas ni todas juntas te da la condición humana de gente; puedes ser un individuo, rico, blanco, rubio, ojos azules, y no tener la calidad de gente, o lo contrario, pobre, moreno, moñito, ojos negros, y ser muy gente. ¿Qué es ser gente pues? En un gran número, la respuesta fue que ser gente era solo eso: ser gente. De entre estas respuestas, una gran cantidad  asociaba la palabra a la idea de tener valores humanos, concepto del bien, honradez, sabiduría, ser agradecido, despertar confianza, tener sensibilidad, ser bondadoso, amar, ser solidario, ser respetuoso, honesto, no robar, no matar, ser humilde.

Si ser gente es todo esto, quienes no son esto, ¿Qué son?

—La elección de la palabra-idea cualquiera como antítesis de gente viene de la misma citada explicación dada por Juan Bosch al periodista Miguel Hernández acerca del qué hacer para enfrentar el cualquierismo: “Imagínate, Miguel, una sociedad en la que cualquiera sea el maestro, cualquiera sea el policía, cualquiera sea el juez, cualquiera sea la autoridad…”.

¿Es excluyente la cultura? ¿Qué opinión le merece un grupo de artistas que toquen palos de religiones y costumbres sincréticas, por ej., en contraposición de un artista del violín o de una sinfónica?

—En sí misma, la cultura como práctica no es excluyente. Quien se hace excluido es el individuo que no la vive. La cultura es el resultado de un proceso humano y cada ser vivo o muerto forma parte de ella aun cuando no sea consciente de ello. El hecho cultural, desde lo personal hasta lo universal, circunda al individuo y será su decisión o su oportunidad conocerla, disfrutarla, rechazarla, vivirla, estudiarla, amarla, negarla…

¿Es elitista «Crónicas desde una ciudad de gente cualquiera»?

—Mis Crónicas son elitistas; no puedo negarlo. En cada crónica resalto las diferencias entre los dos mundos; evidentemente soy parte de la gente y, no tengo dudas de que la gente es una “élite” humana. Pienso que todo escritor se hace elitista por el propio oficio de resaltar el grupo humano de pertenencia o de motivación. Ser elitista no es una afrenta. Un buen referente de este concepto es el maestro José Ortega y Gasset en sus reflexiones acerca de la relación entre élites y masas (gentes y cualquieras) que nos dejó en su obra  La rebelión de las masas, escrita hace ya más de 80 años.

¿Qué opinión le merece la democratización de los medios y la globalización de la información?

—Los medios no se han “democratizado”. Cualquiera tiene ahora acceso al poder mediático. La gente de los medios se ha rendido ante el chantaje y la chabacanería azuzada por la ambición. Eso no es democratización.

Me gustaría saber sus puntualizaciones sobre el miedo de la GENTE de perder su status, de convertirse en CUALQUIERA. ¿Eso no es de gente?

Es un poco confuso este sentimiento; en algún punto todos nos igualamos como individuos, personas, humanos, hasta que decidimos ser. Infinidad de veces al día la persona debe decidir ser.

Ser gente es una condición que se elige voluntariamente y es condicionada a que sea permanente y continua. Ser gente es un ejercicio cotidiano, 24 horas, 365 días, toda la vida. Requiere de mucha inteligencia y toda la voluntad. Pero quienes persisten encuentran en la calidad de gente un estado ideal en el cual se disfruta la vida más que en ningún otro. Los que así lo hacen cuentan que no hay nada mejor que vivir entre la gente, hablar como gente, disfrutar como gente, vestir como la gente, comer como la gente, compartir con la gente… Ser gente no es una condición que se hereda, ni se compra; es una decisión absolutamente personal que se toma libremente. Claro está que pertenecer al grupo de la gente conlleva cumplir con la ley de la gente, que es muy simple: ser gente siempre y en toda circunstancia. La responsabilidad que se asume es obvia.

Dejar de ser gente es muy fácil, sólo tienes que sucumbir a una tentación cualquiera; pero para la persona en su ser intrínseco y en el entorno familiar, social, laboral, económico, entre otros, es devastador el tormento y la vergüenza que produce la traición a los principios, la moral y la ética.

Después de sucumbir en manos de cualquiera es muy difícil volver a ser gente. Todos lo saben y por ello el temor y el rechazo a la cualquierización.

Para Nietzsche y su “Genealogía de la Moral”: La moral y la ética que hacen pasar por “verdad universal” son  falsos valores. Lo cataloga como “moral de esclavo”. Propone que cada hombre tenga libertad creativa. Libertad creadora. Similar de la que se vale un artista, en el arte contemporáneo.

—¿Es un cualquiera un esclavo de su ignorancia; o un esclavo del sistema de gentes?

—Según Hannah Arendt la maldad es la falta de conocimiento. Según ella la maldad no es más que un producto del desconocimiento del efecto que podría tener una acción. Si sabes de antemano que una acción va a producir un daño, no es maldad, es crimen.

Una de las confusiones acerca de la palabra-idea gente, y por consecuencia de su enfrentada cualquiera, es que la gente es rica, culta, bonita, libre y muchas etcéteras más, y que cualquiera es pobre, bruto, negro, feo, esclavo y todas las etcéteras más que provoca la confusión. Nada más lejos e incierto; hay mucha gente gente entre los pobres, prietos, iletrados, diferentes, oprimidos y excluidos; lo mismo que hay muchos cualquiera cualquiera entre los blanquitos, bonitos, licenciados, tutumpotes, etc.

Ciertamente, se necesitan condiciones aún más especiales para sobrevivir como gente en la pobreza y la exclusión. En la marginalidad de la pobreza y como producto de la exclusión decidida por la gente, hay mucho más posibilidad de contagio del cualquierismo.

¿Son convenientes o inconvenientes los sistemas de valores actuales?

—No sé. Los valores que conozco de mis antepasados son los mismos que les inculco a mis hijas y espero que ellas hagan lo mismo con mis nietos. Pienso que los valores siempre son actuales.

Igualmente tengo referencias, también por mis antepasados, de antivalores puestos como trampas en medio del camino.

“Nunca tengas miedo a la mentira; no la contradigas, sólo déjala pasar y síguela porque ella te llevará a la verdad que tiene secuestrada”, era una de las muchas maneras que me enseñó el maestro Max Reynoso para descubrir mis dudas y detrás de ellas los valores que las enfrentan.

¿Sería justo impedir que Cualquiera venga a la ciudad de la Gente a violar descaradamente todas las leyes de convivencia y a hacer lo que entre la Gente nunca se ha hecho?

—Finalmente, pero no menos importante, quiero referirme a la teoría ética de J, Habermas. Habermas inquiere en la expresión, en la lengua, y en las situaciones híbridas de comunicación entre la gente. Erige una serie de umbrales: criterios que deben proveerse en todo parlamento, diálogo, entrevista, etc. para que pueda desarrollarse y concluir desde una utilidad moral mutua. Y lo nombra, el discurso. Yo contendré esas normas en una sola palabra y es: incluyente. Todos tienen derecho a la palabra. A la inclusión, a la igualdad.

Si me permite, tres preguntas en una: ¿Es su discurso incluyente? ¿Es Ortega y Gasset y su “Rebelión de las masas” uno de sus referentes tácitos? ¿Cuáles son sus autores preferidos?

—No. En las Crónicas hay un planteamiento explícito de que ambos mundos, el de la gente y el de los cualquiera, tienen que coexistir, interrelacionados pero separados.

Sí. El personaje de Antonio César Augusto plantea a lo largo del trabajo la necesidad de que la gente reconozca y acepte la existencia de cualquiera como su contraparte en la vida.

No conscientemente. La rebelión de las masas es un referente obligado (muy influyente) para todos los que en los años ’60 nos situamos en los frentes de las luchas sociales, en sus diferentes trincheras desde la punta izquierda a la punta derecha. Junto al de José Ortega y Gasset hay otros muchos referentes, en un abanico de colores tan amplio como el Arcoíris.

Mi autor preferido es René Del Risco Bermúdez. | eq, santiago, rd EliQuezadaJ@gmail.com


Sally Rodríguez: “Y no tengo prisa, la verdad”

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DANIELA CRUZ GIL [mediaisla]A todos nos gusta que nos reconozcan, es verdad, pero yo prefiero que lo poco que haya escrito logre pasar la prueba del gran jurado que es el tiempo. Ese que no tiene simpatías particulares ni partidos políticos, ese que termina desbaratando todo ruido para hacer su propia lista”.

Con pausas y sin prisas. Así discurre la vida personal y literaria de esta poeta mocana. Sally es Sally desde que Manuel Mora Serrano así la nombró para la poesía. Pero eso ya lo sabemos. En Estancia Nueva, Moca, nació como María del Carmen Rodríguez. Se graduó de Filosofía y Letras en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra de Santiago. Ha sido docente y actualmente también la artesanía.

Su bibliografía se compone de Luz de los cuerpos (Editora Nacional, 1985), Diálogos sin cuerpos (Ángeles de Fierro, 2003), La llama insomne (mediaIsla, 2008) y las antologías Una mujer está sola, textos de Aída Cartagena Portalatín (Angeles de Fierro, 2005) y Milagro de jueves, Antología del Taller Literario del Centro de la Cultura de Santiago (Angeles de Fierro, 2005).

Ya nos habíamos encontrado muchas veces. Tardes de miércoles, luego jueves, todas las semanas. Luego los encuentros han tomado la frecuencia de los cometas: pocas veces los ves en el cielo, pero la luz que te dejan, iluminan todo un siglo. De todas las reuniones, ésta es la primera que mediamos por las redes virtuales. Aun así, sus palabras casi se escuchan con la densidad de su voz suena en una tarde de café y confidencias.

Hace 28 años de la publicación de «Luz de los cuerpos». ¿Qué quiso decir en aquella ocasión que tal vez no dijo?

—Es posible que me inquietara la idea de no haber sido muy bien entendida en Luz de los cuerpos. Tal vez reducida o simplificada como si se tratara de una literatura de carácter puramente erótico y nada más. De ahí que, en el segundo libro Diálogo sin cuerpos hay cierta intención de expresar que “cuerpo y corazón es lo mismo” y siempre situar en el plano de lo sagrado todo lo que pertenece a las sensaciones y al cuerpo.

¿De dónde proviene esa preocupación temática por los cuerpos que se aprecia en sus dos primeros libros?

—Para ser sincera, la que escribió Luz de los cuerpos nunca se planteó que tenía que escribir sobre el cuerpo o algún tema en particular. Sencillamente empezó a mirarse por dentro, a encontrarse, a descubrir sensaciones y a escribir. Parte de ese poemario fue escrito a los 19 y 20 años, en tiempos de literatura social y política. Me costó mucho atreverme a compartir mi escritura tan íntima y personal.

Luego, en Diálogo sin cuerpos, mi intención (porque en este caso sí tuve un propósito) fue, no negar el cuerpo, (con ese título, cualquiera pensaría que intentaba hacerlo) sino más bien ahondar en lo que significa el encuentro más allá del cuerpo: verdadero erotismo ese reto de entrar en el otro “adentrándome adentrándome/ y el animal sagrado que hay en ti/ cruzará los caminos del silencio/ sumergiéndose en neblinas/ que hay en mí/ para entrar ven/ cierra los ojos”.

Ya lo predecía Pastor de Moya en el epílogo de «Diálogos sin cuerpos», cuando habla de una llama múltiple y, sin embargo, no dejamos de presentir esos cuerpos en «La llama insomne».

—Sí, Pastor habla de la llama múltiple, acordándose de Octavio Paz con su Llama doble, donde teoriza sobre el erotismo y el amor. Y en efecto, sigo siendo la misma en La llama insomne también. Parece que esa llama me ha perseguido siempre.

Hay un erotismo sigiloso, sin pretensiones ni estridencias, pero incisivo en los tres poemarios. ¿Se lo planteó así desde siempre o se ha ido dando en el tiempo?

—Claro que no. Esas cosas no se plantean, creo yo. El erotismo es parte de esa llama. Sencillamente fluye si está dentro de uno. Y si es delicado es porque eres así. Además siempre he sabido (al principio por pura intuición) que en esto hay una frontera, si la traspasas, se acaba el misterio y muere todo. De manera que es asunto de delicadeza. Fuerza y delicadeza al mismo tiempo. Es como la llama: tú sabes que arde suavemente, pero igual, quema.

Siempre versos, siempre sin puntuación. ¿Por qué o para qué?

—Quizás por creer que tengo más libertad, no sé.

1985, 2003, 2008… ¿Hasta cuándo será la pausa esta vez?

—Estoy trabajando un texto nuevo, pero sé que le falta bastante. Y no tengo prisa, la verdad.

En 28 años, 3 libros de poesía. Con tanta gente urgida de publicar cualquier cosa, con ansiedad ¿qué puede decir Sally sobre su dilatada obra poética publicada?

—Es que no importa la cantidad. Eso no hace que un escritor sea mejor. Hay quienes se preocupan todo el tiempo por mantener su nombre vigente, por sonar sin hacer pausas porque andan buscando notoriedad, algún reconocimiento, algún puesto, algún favor. A todos nos gusta que nos reconozcan, es verdad, pero yo prefiero que lo poco que haya escrito logre pasar la prueba del gran jurado que es el tiempo. Ese que no tiene simpatías particulares ni partidos políticos, ese que termina desbaratando todo ruido para hacer su propia lista.

¿Le ha interesado alguna vez trabajar otros géneros literarios?

—Me encantaría poder escribir cuentos o novelas (leo más narrativa que poesía). Sin embargo, tengo dudas de que pueda lograrlo. Recuerdo que una vez me hiciste esa pregunta y conversábamos al respecto. La verdad es que me queda cierta frustración, pero quién sabe…

¿La discreción poética se extiende a su vida personal o viceversa?

—La discreción es parte de mi personalidad. No me gustan las exageraciones ni el ruido. Amo la privacidad y estar lejos del bullicio, ocupándome solamente de vivir con lo que considero esencial.

¿De qué no sería capaz en nombre de la literatura?

—La literatura es parte de lo que considero esencial. La poesía es sagrada para mí. Sin embargo, no estaría dispuesta a venderme, a cambio, por ejemplo, de dar a conocer mi obra. No sacrificaría por ella la propia vida. En orden de prioridades, antes que el yo-artista está el yo-humano enfocado en crecer espiritualmente. Por suerte, hasta ahora he podido convivir con todo lo que de verdad me interesa.

Que la poesía no sirve para nada o que sirve para todo. A usted, ¿para qué le sirve la poesía?

—¿Y para qué sirve la belleza y para qué sirve el arte? A mí me sirven para vivir. La verdad, no logro imaginarme un mundo sin poesía. Descubrirla, encontrarla viva en el camino, en un texto, un cuadro, una melodía o en una escena cinematográfica es un verdadero privilegio, un regalo divino. O mejor aún, lograr que nazca en nuestras propias manos por obra y gracia de esa alquimia que convierte el dolor en maravillosa luz estremecida, eso sí tiene un gran sentido. | dcg, santiago, rd lapetitearare@yahoo.es

Juan Ramón Saravia: Para entrar en la eternidad serenamente por el ojo de una aguja

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(Diálogo en 48 instancias entre un preguntón y un respondón que no se andan por las ramas)

EDGARDO NIEVES-MIELES [mediaisla] Honduras es una selva, te lo digo amor en mano y con el dolor a flor de piel. Selva no solamente porque es el país más inseguro del planeta, sino porque en casi todo somos una caricatura trágica.

Ya antes, en un eficaz Diálogo de sombras (1993), tu paisano y colega Roberto Sosa te acribilló con otras interrogantes igualmente puntillosas dirigidas a poner al descubierto lo que, entre matraces y retortas, esconde el Poeta en su trastienda. Allí, el destacado premio de poesía Casa de las Américas 1971 pasa inventario y ajusta cuentas con los pormenores que conforman tu perfil ideológico (y el de otros 33 hacedores culturales). Matizados por el devenir político-social que a diario nos machaca las neuronas, los intríngulis en la ciudad letrada de los países hermanos del orbe hispanohablante a menudo operan, más que como vasos comunicantes, como espejos manchados de bruma, sal y desidia. He ahí la hiel nuestra de cada día. También la encrucijada del ciempiés.

Como fervoroso seguidor del béisbol allá en el que nombran el circo grande, desde chamaco sigo a los Indios de Cleveland. Entre los lanzadores que han vestido su franela, siempre he admirado a un zurdo de velocidad meteórica que, no empece a que para entonces su equipo seguía siendo eterno perdedor, hizo de las suyas allá por los 60, Sam McDowell. Él usaba el número 48. Ése es un buen número. Honrémoslo, pues.

Así que, juntemos espalda con espalda y, a la cuenta de 10 pasos hacia adelante, giramos sobre nuestros talones y desenfundamos nuestras mortíferas armas de alta velocidad.

Describe, por favor, en rápidos trazos, el paisaje cultural de tu país, Honduras.

—Honduras es una selva, te lo digo amor en mano y con el dolor a flor de piel. Selva no solamente porque es el país más inseguro del planeta, sino porque en casi todo somos una caricatura trágica. Y eso se agudizó 5 veces más con el golpe de Estado. El proverbio latino es claro: Primum vivere deinde philosophari. De ahí que desde siempre, pero mucho más en estos momentos, para el pueblo profundo sea más perentorio un bocado que un libro o una escultura. Y las clases poderosas tampoco dan pábulo a la cultura del hondureño de a pie. ¿Qué importancia puede tener la cultura nacional, el sistema educativo, el arte y otras manifestaciones de la creatividad para la casta que se ha apropiado a sangre y fuego de este país alienado, desnutrido y abierto en canal?  Porque Honduras es una patria descuartizada y puesta a la venta; las transnacionales y la oligarquía la ven como un jugoso pastel, y para esos poderes omnímodos y pavorosos, la educación y la cultura son gastos innecesarios, incompatibles con nuestra calidad de Estado fallido. Aquí, la poca cultura popular que se manifiesta está hecha con las puras uñas y por pocas personas, y eso será así mientras seamos rehenes. 

De la política cultural del gobierno hondureño, ¿qué cuentas?

—Te decía que no hay una política cultural encaminada a engrandecer lo nacional. Sí que hay una cultura del despojo, no solamente de los bienes que pertenecen al pueblo, sino también el despojo de nuestras raíces fundamentales como nación. Nos imponen la cultura del desmontaje ideológico, del desmantelamiento como país. El sistema está diseñado para que el amor a la patria se desdibuje.  Nuestros héroes fundadores son recordados –y epidérmicamente, además- sólo durante el mes de septiembre. Asimismo, en cuestiones de pintura, investigación científica, escultura, literatura y todo aquello que no sea comercialmente rentable, impera la regla del “Sálvese quien pueda”. De otra parte, el contenido cultural de los grandes medios masivos de comunicación es tremendamente exógeno; lo extranjero es el paradigma de bondad, utilidad, belleza y conveniencia, mientras que lo nacional (es decir, lo hondureño) es sinónimo de mala calidad, inutilidad y fealdad, más digno de burla que de aplauso.  En última instancia, cuando se aborda lo nacional, se hace bajo la óptica bucólica del bwana que generosamente apadrina al buen salvaje. Esa es la matriz de opinión que sistemáticamente imponen los grandes medios masivos que, desde luego, son privados.

¿Existe en Honduras un ambiente que estimule y fomente la creación de actividades literarias de envergadura en las que participen destacadas figuras de la región y a las que tenga acceso el pueblo?

—Hay de cuando en cuando algunos eventos pero, por su carácter de esporádicos y asistemáticos, no son capaces de crear un ambiente que podamos llamar plenamente cultural.  

¿Festivales, encuentros, congresos? ¿Premios serios, certámenes locales e internacionales? 

Esto está comprendido en las respuestas anteriores.

     5) ¿Abundan librerías para gente ávida de leer la gran literatura?

—La Cultura (con mayúscula), con las características que te he mencionado, está centrada en San Pedro Sula y Tegucigalpa. Y te puedo asegurar que en estas ciudades nunca he visto una librería de gran calado. En los países de economía capitalista la oferta obedece a la demanda. En Honduras, el círculo de grandes lectores es más bien raquítico y enfocado en temas. No constituye un mercado apetecible para los libreros. Así que los libros que más se venden son los de uso escolar, no para el deleite literario, sino para usarlos como herramientas pedagógicas.

¿Cuál es el balance entre el público lector serio y el lector de literatura blanda, comercial y desechable?

—La literatura ligera es la campeona. Al público lector serio hay que buscarlo con el método de Diógenes el cínico. Es decir, con la ayuda de una lámpara encendida. Pero la vigencia de la lectura light es un fenómeno bastante normal en casi todo el continente, incluyendo buena parte de los Estados Unidos de América y, ahora, con la crisis económica, seguramente el panorama es igual en la Europa que nomás ayer se consideraba el ombligo cultural del mundo.

Y la crítica literaria, ¿qué tal?

—Como yo no soy especialista en esa rama, no voy a entrar en juicios de valor en torno a si en Honduras la crítica literaria es buena o no. Lo que sí te aseguro es que quien ha sostenido tesoneramente esa actividad durante casi 30 años es Helen Umaña. A ella se debe la exégesis de los autores nacionales, desde los del siglo XVIII hasta casi todos los de nuestros días. Ha producido muchos volúmenes de análisis literario. Sus páginas suman varios miles. Desde luego, ha habido muchos otros escritores que han oficiado de críticos (puedes ponerle comillas, si quieres) pero han sido apariciones más bien fugaces. Nadie ha ejercido una labor de carmenadura con tanto empeño y tan sistemáticamente como Helen Umaña.         

¿Existen revistas literarias -aunque sean cibernéticas- de proyección internacional?

—Si metiera mis manos a favor de una gran revista literaria de la Honduras actual, se me quemarían.  Durante la década de los 80 y parte de los 90 existieron revistas muy completas, como Presente, Imaginaria, Sobrevuelo, Tragaluz, Imaginación y dos o tres cuyo nombre no recuerdo, pero en la época actual no te puedo mencionar ninguna. Si la hay, pido perdón por mi ignorancia. Hablando de lo cibernético, te digo que desde que se inventó la Internet, una tropa de cibernautas hondureños se encaramó en la tribuna virtual para ofrecer el perfil de sus quejas, la savia de sus cantos, el bálsamo de sus promesas literarias y sus punzadas de mala leche. Quizás haya excelentes portales literarios en Honduras, pero yo no tengo noticia de ellos. En los pocos que he visto, desgraciadamente, he percibido una dialéctica de agresividad, descalificación gratuita, burla y desprecio contra autores nacionales. Es como si el maltrato cibernético fuera una novatada que deben pagar no solamente los que van entrando al ruedo, sino los que ya son abuelos en el oficio. Es una especie de guerra de los dueños del portal contra todos los que no pertenecen a su cofradía. Es la práctica consuetudinaria del argumentum ad hominem.        

De no haber sido escritor, ¿cuál otra profesión u oficio te hubiera gustado ejercer?

—Me habría encantado cualquier oficio en que yo pudiera aplicar mi creatividad. Tal vez habría sido un diseñador de zapatos y de ropa, o un ebanista con gran gusto artístico, o acaso un talabartero de fino trazo. Siempre he admirado la libertad interior de los grandes artesanos.

¿Cuál es tu personaje histórico favorito?

—Tengo muchos; yo admiro a centenares de iluminadores del mundo, pero en mi escala los 3 más importantes son Fidel Castro, el Che Guevara y Hugo Chávez.

¿Cuál es tu personaje de ficción favorito?

—Soy devoto de una multitud de personajes literarios bien logrados. Sin embargo, quien resume en su “historia” los más altos valores humanos y los ridículos más consustanciales al diario vivir es Don Quijote de la Mancha.  Él es el sincretismo perfecto entre lo sublime y lo grotesco. O sea, que es un fiel espejo de la vida misma.   

Si pudieras, ¿qué cambiarías en tu vida?

—La soledad de mi niñez.

¿En qué época diferente de ésta te hubiera gustado vivir?

—En la Grecia Clásica, porque no había capataces ideológicos ni comisarios teológicos. 

¿Cuál es tu música favorita?

—La que tenga un mensaje inteligente y una melodía dulce y decididamente elaborada desde la sensibilidad exquisita. Dentro de ese esquema puedes poner tangos, boleros, música country, danzas húngaras, valses, baladas brasileñas, melancólicas melodías macedonias y antiguas canciones caribeñas, especialmente cubanas y puertorriqueñas. Y la producción de Violeta Parra, Inti Illimani, Leonardo Favio, Silvio Rodríguez, Alberto Cortez, Jorge Cafrune, Atahualpa Yupanqui. En fin, todos los que tienen alma y corazón de seda y que desgraciadamente son minoría, pues tú sabes que, como existe la música, existe el ruido disfrazado de ritmo. La primera es para el espíritu, la segunda es para el cuerpo estulto. La música se elabora con el alma, el ruido se hace con las pezuñas. Cuando el ruido haya terminado por desplazar a la música, el mundo habrá perdido su mejor ángel. Y para que eso suceda no falta ya mucho. 

¿Algún evento que haya marcado tu particular inclinación hacia la lectura y, posteriormente, por la creación literaria?

—Lo identifico como la primera vez que descubrí con toda claridad lo que un renglón decía y, a partir de eso, lo que decía una página y las demás. Eso fue en un agosto, yo había cumplido 5 años en junio. De ahí en adelante supe que tenía un poder omnímodo sobre esos corpúsculos que se llaman letras. Si el apego a develar el secreto de lo escrito se puede llamar vicio, yo afirmo que me envicié. Y del vicio de la lectura al de la escritura hay una vía bastante practicable.

¿Cuáles fueron tus primeras lecturas y cuándo las hiciste?

—No sé cómo llegó a mi bohío (de bahareque y piso de tierra, albergue del campesino depauperado que era mi padre) un libro que para mí fue un verdadero amigo. Se llamaba Silabario Mantilla, su autor era Miguel F. Mantilla. En esas páginas encontré un universo de piezas literarias escritas por los más elevados espíritus de América y de otros continentes. Fue en el ámbito maravilloso de ese texto que hice mis primeras armas como degustador de lecturas literarias. Mi encuentro con el Silabario fue en los meses de mis primeras vacaciones escolares, o sea entre fines de noviembre de 1956 y fines de enero de 1957.  Había en aquel libro hermosa poesía, prosas ágiles y reflexiones profundas. Aquellas lecturas despertaron mi imaginación, mi amor por el buen pensar y por el mejor decir. En alguna de las vueltas de mi vida adolescente perdí de vista a mi amigo el Silabario, pero es indudable que aquellas páginas inolvidables me acompañaron amorosamente durante muchos años, y sé que su dulce fantasma va conmigo a todas partes, pues es mi referente de la buena literatura.     

¿Alguna persona que haya influido en el desarrollo de tus inclinaciones literarias?

—Sí, mi padre, un autodidacta de cepa; él me llevó a la poesía. Tendría yo tres años y medio de edad.  Mi madre se había ido para su país, El Salvador, seis meses atrás y ambos estábamos muy tristes. Creo que en el afán de alegrarnos, mi padre se sentaba conmigo y me recitaba cinco o seis poemas moralizantes. Nunca me dijo dónde los aprendió ni si los captó por el oído o por la lectura, pero sé que aquellos poemas eran para él como talismanes, como mantras, como varitas mágicas. Mira qué cosa, mi padre jamás fue a la escuela, pero leía y aprendía cosas de agradable uso. Uno de los poemas que me enseñó, decía: “Subió una mona a un nogal / y cogiendo una nuez verde / en la cáscara le muerde, / conque le supo muy mal. /  Arrojóla el animal / y se quedó sin comer. /  Así suele suceder / a quien su empresa abandona, / porque halla, como la mona, / al principio qué vencer.”  Esa riqueza de contenido para la vida capturó mi voluntad y de ahí para acá no he podido ni querido escapar de la poesía. En el andar del tiempo, a mis trece años conocí al profesor Raúl Zepeda Montoya, un purista de la gramática, y con él, a través de largas conversaciones, aprendí a respetar y engrandecer el espíritu de nuestro idioma. Yo estudiaba en un instituto nocturno y siempre caminábamos con el profesor por el mismo rumbo al salir de clases, pues vivíamos cerca. Esas informales cátedras literarias peripatéticas duraron tres años, al cabo de los cuales llegó a mi instituto otro profesor de Literatura, don Marcio Pascua. Era un ex cura español y, ¡cómo no!, falangista, pero de lo más buena gente. Él descubrió al instante que yo, además de loco, tenía algunas luces para la literatura, y no se demoró en ofrecerme su ayuda en cuestiones de poesía y prosa. Le pedí prestado un libro y él me prestó, de uno en uno, al menos doscientos libros de la más excelsa producción española de todos los tiempos. Religiosamente, al salir de clases, conversábamos acerca de lo que yo había leído, corregía mis percepciones librescas y me entregaba otro libro. Era un gran pedagogo. Gente con esa luz didáctica ya casi no hay.      

¿A qué edad comenzaste a escribir?

—A los ocho años. He dicho que vivíamos en una choza. Añado ahora que esa choza estaba en el lindero de uno de los usuales bosques que había por todas partes en la Honduras de hace medio siglo. En ese bosque junto a mi choza había serpientes, gatos monteses, monos, ocelotes, gavilanes y varias especies de animales comestibles, dígase armadillos, conejos, perdices, tepezcuintles. Los gatos salvajes a veces contraen la rabia y atacan a los humanos. Una noche mi padre le estaba contando a un amigo su experiencia con un gato rabioso y cómo tuvo que pelear y matarlo con el machete después de quince minutos de ataques feroces. Imagínate, aquello me impresionó tanto que decidí guardar memoria de lo que mi padre contó. Así fue que escribí mi primer relato. Cuando lo hube terminado, lo copié en limpio y se lo di a leer a mi maestra. Estaba yo en tercer grado de primaria. La maestra le echó una ojeada. Me preguntó que qué era aquello. “Es un cuento”, le dije. Ella tomó una vara y me pegó muy fuerte, para que dejara de ser mentiroso. Así me inauguré como escritor.       

¿Qué lectura te tocó el alma más intensamente?

—Te vas a reír. Como tú sabes, yo me inicié con el Silabario.  Sin embargo, mi calistenia diaria era con los comics, que en Honduras llamábamos paquines. Cuando yo era un niño los comics se alquilaban por unos centavos y había puestos de lectura en cualquier calle. El niño pagaba, recibía su ejemplar y se sentaba a leer. Podías pasar horas en aquel ejercicio, hasta que tu padre (o tu madre) te encontraba y te llevaba asido por la oreja hasta tu casa, porque según la costumbre doméstica, con los paquines se perdía el tiempo porque tales lecturas eran sólo para vagos. Casi todos los comics los traían de México y su temática era bastante interesante para un cerebro niño, pues incluía series educativas. Recuerdo estos títulos: Mujeres célebres, Grandes inventos y Vidas ilustres. Pero había muchas otras series que nos elevaban al Paraíso de la imaginación. Se podría declarar con toda responsabilidad que, en general, los paquines convirtieron en lectores a muchos niños de aquella época, y que mucha de la cultura general universal nos llegaba por aquellas lecturas tan amenas e instructivas. También había basura tóxica, pero estaba bien balanceada la temática entre lo benéfico y lo disolvente. De Argentina nos llegaba uno de los fascículos más ingeniosos y se llamaba Billiken. Para mí, esos tiempos están ligados al inmenso placer de la lectura. Más allá de estas declaraciones, te confieso que los libros que más me tocan el alma son: El Quijote (Cervantes) y Cuentos de cipotes (Salvador Salazar Arrué, Salarrué, salvadoreño). El texto de Salarrué lo he dado a leer a muchísima gente y, sobre todo, a mis hijos. Con mi hija Gabriela, lo leemos constantemente, casi como un acto de comunión.

Un inevitable lugar común que representa los malentendidos de quienes se acercan a las artes con la mentalidad de que, en éstas, 2 más 2 siempre son 4: ¿qué es la poesía para ti?

—La poesía tiene una achura de nueve de la mañana y es más leve que el color azul. La poesía duele como un banquete de perlas porque guarda bajo su voz un martillo de seda. Salta en la pupila; es una niña antigua que hace bailar los lirios y hace tajadas el sueño. No camina, se vuelca sobre el hombro de la madrugada. La poesía nunca ha tenido amigos, sólo amantes. Dice adiós y no se va; dice espérame y no viene. La poesía no tiene pies pero inventa el andar sobre las aguas. Es el número más alto, más uno. Es una milésima más grande que el Universo y dos metros más persistente que el recuerdo. La poesía sirve para que el clavel bale, para que brame el pájaro, para que las piedras nos hiervan en la garganta. La poesía es más delito que ella misma. Se sienta con quien quiere. O se recuesta en los andenes, como recién nacida, a beber café con su toga en la mano y un blanco carbón en la lengua. La poesía es el pozo del insomnio. Es el beso en los senos de la luna.          

Viviste varias temporadas en Puerto Rico. ¿Algún autor boricua cuya obra te haya despertado simpatía?

—Una gran cantidad. Me gusta mucho la voz literaria de Ramón Luis Acevedo. Siempre releo su libro de cuentos No mires ahora. Y los poemas de Juan Antonio Corretjer, y el amor a lo puertorriqueño en Terrazo, de Abelardo Díaz Alfaro, y la elevadísima lira de Julia de Burgos, Francisco Matos Paoli y Luis Palés Matos. También me simpatizan los escritos de Enrique Laguerre, Luis López Nieves y Ana Lydia Vega. Muy especialmente me tocan el alma los poemas de Marcos Rodríguez Frese y los de ese gran cirujano de la palabra que es Juan Sáez Burgos.

¿Con cuáles autores puertorriqueños, si alguno, sientes afinidad? ¿En qué consiste tal afinidad?

—Mucha de la literatura puertorriqueña me encanta porque está muy bien escrita, pero yo siento gran afinidad con los escritores que salpican de humor sus textos. Por eso he leído casi todo lo de don Washington Lloréns, mucho de Hjalmar Flax, todos los libros de Edgardo Nieves-Mieles y dos de Juan Sáez Burgos. El humor de Lloréns y el de Flax me parecen desenfadados; el de Sáez y el de Nieves-Mieles son bastante ásperos y picosos, pero todos ellos tienen un sitial –como se dice en Puerto Rico– de panas míos y me identifico con sus versos.  

¿Quiénes son los escritores extranjeros que, a tu juicio, más han influido en la formación de los autores de tu país?

—La influencia no es uniforme, como no son uniformes las calidades de los autores hondureños. Pero, tratando de responder tu pregunta, hablando de los clásicos extranjeros y asimismo de los grandes autores hondureños, yo diría que mucha influencia proviene de Cervantes, Boccaccio, Calderón de la Barca, Lope de Vega y Francisco de Quevedo. Asimismo, me consta que hay autores contemporáneos, de un siglo a esta parte, que han dejado su huella, entre éstos te menciono a Giovanni Papini, García Márquez, Roberto Bolaño Ávalos (éste casi exclusivamente entre estudiantes de Letras), Ernesto Cardenal, Octavio Paz, García Lorca, Miguel Hernández y César Vallejo.  

¿Quiénes son actualmente los autores hondureños más destacados en cada género?

—Temo ser injusto, pues Honduras tiene bastantes escritores cuyos nombres son pronunciados con respeto por los de adentro y los de afuera. Muchos de ellos no aparecen en los portales cibernéticos ni en los actos culturales. Desde luego, ya imaginarás que leo mucho a los que ya dejaron este planeta. Pero te hablaré sólo de los que están vivos y que yo más leo, a sabiendas de que mi criterio es absolutamente subjetivo, pues no soy especialista en Literatura y, además, desde hace más de 12 años decidí alejarme de los actos literarios y sus concomitancias para dedicarme a trabajar en mi obra. En consecuencia, ignoro casi todo acerca de los novísimos escritores que, según me dicen mis amigos, son muy buenos. Bien, los escritores que más leo, son: en poesía, José Adán Castelar, Pompeyo del Valle, José Luis Quesada y Rigoberto Paredes; en cuento, Julio Escoto, Eduardo Bähr, Marcos Carías Zapata, Armando García y Jorge Medina García; en novela, Julio Escoto y Jorge Medina.  Quiero mencionar, en homenaje y reconocimiento a su enorme calidad literaria, a uno de mis muertos más queridos y admirados, me refiero a Roberto Castillo que, con su novela La guerra mortal de los sentidos, cada vez me deja más sorprendido.

¿Qué influencias reconoces en tu obra?

—Refiriéndome a escritores clásicos y del siglo XVIII y del XIX, sé que les debo mucho a Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, Juan Ruiz de Alarcón, Leandro Fernández de Moratín, Jacinto Benavente, Gustavo A. Bécquer, Boccaccio, François Rabelais, Dante Alighieri, Rubén Darío, Nicolái Gógol, Nicolái Ostroski, Alexánder Pushkin, Anatole France, León Tolstoi, el Infante don Juan Manuel, Marcel Proust, Geoffrey Chaucer, John Donne, Thomas More, Erasmo de Rotterdam… Y no te digo más por no parecer cargoso.

De la obra de tus contemporáneos hondureños y centroamericanos, ¿cuáles tus preferidas y cuáles las más relevantes?

—Podría mencionarte muchos libros y autores, pero por la escasez de espacio sólo te mencionaré un libro por país y por autor. Así: de Guatemala, Ana María Rodas, con Poemas de la izquierda erótica; de El Salvador, Manlio Argueta, con Caperucita en la zona roja; de Nicaragua, Ernesto Cardenal, con Epigramas; de Costa Rica, Fabián Dobles, con El sitio de las abras. De Honduras te mencionaré varios: Roberto Sosa, con El llanto de las cosas; Rigoberto Paredes, con Materia prima; José Adán Castelar, con Tiempo ganado al mundo; José Luis Quesada, con Sombra del blanco día; Efraín López Nieto, con Fruto convulso; José González, con Las órdenes superiores; Julio Escoto, con la novela Rey del albor Madrugada; y Roberto Castillo, con su novela La guerra mortal de los sentidos.       

¿Qué te parecen las voces de Roberto Sosa, Manlio Argueta, Roberto Armijo, Jorge Debravo, José Roberto Cea, Kijadurías, José Adán Castelar, Rigoberto Paredes, Humberto Ak’Abal?

—Estos autores son voces de la gran literatura centroamericana. Sosa, el solemne; Argueta, el luchador bonachón; Armijo, el rotundo exiliado en París; Debravo, el anticonvencional; Cea, el querido pícaro; Kijadurías, el iluminado, cuyo libro de cuentos Para mirarte mejor edité en Honduras hace ya 25 años; Castelar, el hermano del Universo; Rigo Paredes, el del jocundo estilete; Humberto Ak’Abal, el verbo profundo y transparente.  Excelentes escritores, ciudadanos con un corazón de mil quilates.

Las de Claribel Alegría, Ana Ilce Gómez, Gioconda Belli y Julieta Dobles.

—Me hablas de grandes señoras de las Letras. Desde luego, hay muchas escritoras centroamericanas importantes, de ayer y de hoy, con cuyos nombres podríamos llenar páginas tras páginas, pero sin duda estas escritoras son de un éxito arrollador y marcan la pauta en poesía y (dos de ellas: Belli y Alegría) también en narrativa.   

¿Y las de maestros como Parra, Coronel Urtecho, Cuadra, Pasos, Cardenal, Sabines?

—Yo los defino como escritores fundacionales. Haciendo abstracción de los “ismos”, la literatura de Parra, Cardenal y Sabines navega en las aguas del desembarazo temático y formal. Son, digámoslo así, verbalmente cotidianos, de una cercanía doméstica. En cambio, Pablo Antonio Cuadra y José Coronel Urtecho son de un decantado lirismo y de una manifiesta erudición que fluyen naturalmente. De Joaquín Pasos debo decirte que aunque murió en 1947, a los 33 años (como Cristo y como mi compatriota Juan Ramón Molina), ya era dueño de un prestigio conseguido palmo a palmo. Pasos es un punto aparte en la literatura centroamericana. Era un superdotado. Su poesía es incontestable, recia, todopoderosa y tan accesible como un guacal con agua. Lo mató el alcohol, como a tantos faros de estas tierras.

¿Cuáles son tus afinidades estéticas con otros poetas de Nuestra América?

—En cuanto a la disciplina en la elaboración del verso sustantivo, me anoto como afín de Joaquín Pasos, de P. A. Cuadra y de Roberto Sosa; en cuanto a decir la alegría cuando es el único discurso demoledor que cabe, soy afín a Parra, Paredes, José González, Antonio Cisneros y José Batres Montúfar. 

A tu juicio, ¿quiénes constituyen la zapata de la poesía moderna?

—Esa respuesta podría tomarme diez o quince minutos, porque, para comenzar, hay distintas definiciones de lo moderno en poesía, amén de que lo mío –como lo de cualquiera otro– sería simple juicio de valor. Esto, como preguntarle a un ferviente religioso cuál es la mejor religión o a un fanático futbolero cuál es el mejor equipo. Fíjate, por ejemplo, que ya en 1888 salió a la luz el Azul, de Rubén Darío, a quien la policía literaria sindica como perpetrador del Modernismo. Pero también se le llama moderno a lo contemporáneo.  Yo quiero zanjar este problema así: después de Darío y de ciertos balbuceos que pretendieron imitarlo, los grandes poetas son Luis Cernuda, Paul Éluard, Federico García Lorca, Antonio Machado, Miguel Hernández, León Felipe, William Carlos Williams, William Butler Yeats, Salvatore Quasimodo, T. S. Eliot, Fernando Pessoa, Pablo Neruda, César Vallejo, Jorge Luis Borges, Allen Ginsberg, Constantino Kavafis, y, en cierta medida, Nazim Hikmet. En ese sendero es posible enhebrar cien nombres más, pero, como te he dicho, se trata de juicios de valor, pues lo que para mí es una gran poesía, para otros podría ser basura.

Tu obra, sobre todo la poética, ha sido ampliamente reconocida en virtud de una larga y consistente trayectoria. En 1988, participas en el certamen de poesía del Premio Casa de las Américas con tu cuaderno Puntos cardinales. El jurado compuesto por Juan Bañuelos (de México), Luis Pastori (de Venezuela), Juan Manuel Roca (de Colombia) y Julio Valle-Castillo (de Nicaragua), lo declara desierto. Al año siguiente ve la luz pública, con el propio sello editorial Casa de las Américas, una antología titulada Cinco puntos cardinales, que incluye poemas de tu libro junto con un puñado de los de los otros 4 finalistas: Zoé Valdés (de Cuba), José A. Mazzotti (de Perú), Eduardo Llanos Melussa (de Chile) y Adrián Desiderato (de Argentina). ¿Algún comentario?

—No sé qué razones tuvieron para proceder como lo hicieron, pero creo que, independientemente de sus desacuerdos, debieron emitir un fallo, para salvar su responsabilidad como Jurado y para evitarnos el limbo eterno, no sólo a los participantes, sino a los lectores. 

¿Qué aprecias más en el lector?

—La racionalidad teñida de sinceridad, lo cual es una prueba de inteligencia.

Si tuvieses que escoger un texto tuyo por el cual te gustaría ser recordado, ¿cuál sería?

—Es un poema que aparece en El tiempo que me sobre (2000) y que se titula: “Un poco hay de eso”.  Sabrás que te estoy diciendo esto con gran dolor de mis epitelios, pues para un padre todos sus hijos son lindos. Sin embargo, puesto a escoger, pienso que ese texto es el que mejor me define desde el punto de vista existencialista.

Uno de los mayores méritos de tu arte poética es que, por medio de la fina ironía, el humor irreverente, el desenfado iconoclasta y cáustico, adoptas con facilidad camaleónica moldes y espíritus de la más variada factura. Otro estadio de tu poesía igualmente memorable es el de carácter lírico. Tras comenzar con pie firme dando a la luz varios cuadernos en los que predomina una voz pintada de sarcasmo e irreverencia sin concesiones, pasas al otro polo medular de tu quehacer que predomina en textos posteriores: lo mismo exploras la relación entre los “amorosos” desde los ingenuos suspiros del temprano enamoramiento y las asfixiantes rutinas que irremediablemente desembocan en el desencanto y la tirantez, que escarbas en las íntimas vivencias de nuestra cotidianidad, meditas acerca del amor, la soledad, el tiempo y la muerte hasta hacer rebosar una poesía madura, serena, reflexiva y sumamente evocativa. Por favor, abunda acerca del desarrollo de ese tenaz proceso de búsqueda.

—Dice mi padre que uno debe arroparse hasta se lo permita la cobija. Cuando yo era joven sentía que el mundo era mi coto de caza y que nada me detendría. Los años me fueron enseñando que cada edad tiene su contenido y su dinámica. Como que las aguas van tomando su nivel a medida que la vida avanza, y por eso el abordaje de los mismos temas va adaptándose a las nuevas circunstancias. Creo que el peso de las evidencias va dictándole al escritor normas respecto de lo que es importante y de cómo debe lidiar con ese tema. Dice el Eclesiastés que hay un tiempo para cada cosa. Pero te aseguro que el haberme retraído de mi antigua forma de expresión literaria no se debe a que yo sienta aprensiones o porque esté comprometido a ser políticamente correcto. Más bien, mis cambios en el quehacer literario se han debido a que he ido dándoles preeminencia a aspectos creativos que antes dejaba de lado. Sin embargo, sigue incólume –e innegociable, además– mi derecho a burlarme de los títeres cabezones, aunque, como tú sabes, ahora lo hago desde otros parámetros y con nuevas aproximaciones; como que gradualmente he afilado mi punzón con piedra fina.       

¿Qué comentario te merecen los conceptos “inspiración”, “musa”?

—Esas palabras son inventos de los poetas gondoleros o, en último caso, de los haraganes. La actividad literaria es un trabajo como cualquier otro, y a menudo más fuerte y agotador que cargar camiones con bloques de plomo. Nada extrahumano interviene en la creación de una obra literaria. Quien piense lo contrario, no sabe lo que significa ser escritor.

¿Crees que el escritor tiene alguna obligación?

—Tiene muchas, pero la principal es escribir genuinamente. Eso significa poner la conciencia social por delante, ser honesto con los lectores, dar lo mejor de sí, evitar el facilismo, buscar el mejor modo de que los lectores accedan al discurso literario. Escribir mal es contrarrevolucionario.

¿Alguna manía al escribir?

—Sí, cuando estoy en soledad, escribo sin  boina, sin reloj, sin pulsera, sin camisa, sin camiseta, sin cadena, sin pantalón, sin calcetines…  En este caso, sí que vienen bien los puntos suspensivos, ¿ves?  Tengo otra manía: jamás inicio un escrito sin haber investigado hasta en sus mínimos detalles todo lo referente a un tema o a un personaje. Una manía más: siempre estoy revisando las nuevas acepciones de vocablos o los cambios en las reglas gramaticales aprobados por la Real Academia de la Lengua, e inmediatamente aplico lo nuevo. A pesar de que rompo tantas veces la gramática oficial, soy el primero en informarme de lo que está pasando con la gramática. O sea, que cuando tú veas en mis textos publicados una palabra “mal colocada” o una frase redactada con una sintaxis del demonio, ten por seguro que fue absolutamente intencional. Y la añadidura: aunque sea una carta anodina o una frase para un programa de veladas, siempre escribo con afán de universalidad.

Es conocido que además de la poesía, has cultivado otros géneros. ¿Cómo comparas el proceso de creación al escribir un poema con el de escribir un texto de otro género literario? 

—Comienzo por decirte que concibo la creación poética como una síntesis, como una implosión, y la creación narrativa como el proceso de desarrollo de una supernova. La poesía renuncia a explicaciones, porque tiene una majestad que se siente agredida por el exceso de palabras. En cambio, la narrativa es el regodeo, la pirotecnia verbal, el flujo de la voz hasta el torbellino. Pero no nos engañemos: siendo ambos procesos un hecho literario, tienen un común denominador: la dificultad. Quien escribe profesionalmente sabe que por sencilla que parezca una narración o por fácil que se nos presente un poema, siempre hay que suponer que su autor(a) dio lo mejor de su inteligencia para poner ante los lectores un texto. Se entiende que te hablo de escritores que toman en serio su trabajo y rehacen sus líneas hasta la náusea.

¿Qué libros le regalarías a un principiante?

—Si se trata de alguien que desea ser poeta, le regalaría Poemas humanos, de Vallejo. Y si es para quien desea lanzarse a la narración, le daría las Novelas ejemplares, de Cervantes. En la poesía de Vallejo está la humanidad sin adornos, cubierta solamente por la dignidad de la poesía. En las narraciones cervantinas está la vida, abordada con la palabra serena, madura y tremendamente reflexiva. 

¿Qué ingredientes se necesitan para aspirar a ser algún día buen escritor?

—En primer lugar, leer con responsabilidad. Es decir, estudiar los escritos, analizar su factura, bucear en las raíces de sus acantilados, escuchar el pálpito de la vida en las palabras. En segundo lugar, escribir empecinadamente, no sólo para desentumir las falanges sino para encender las neuronas que se agazapan en las praderas del pensamiento. A nadar se aprende nadando y a torear toreando. Nada de eso se aprende de oídas o con manualitos. La literatura es una dictadura que las bases (las letras) ejercen sobre la dirigencia (el escritor). Pero todo eso no nos sirve si no hemos vivido. No me refiero a tener una edad avanzada, sino a la capacidad que la persona haya tenido de registrar las cúspides y los abismos de su día a día, que al final es un reflejo del pulso de la sociedad en la que transcurre. No olvidar que el escritor debe ser, primero, un gran observador, y, luego, un testigo de cargo e incluso un fiscal implacable.

¿Qué piensas de los conceptos “promoción” y “generación”?

—Con todo el respeto por la academia, yo digo que esos conceptos están llenos de arenas movedizas, pues los límites entre generaciones son altamente antojadizos y dependen del gusto de quien los fija. Rechazo las camisas de fuerza. Eso es como hablar de literatura femenina. Para mí la literatura es un producto humano, a secas, pues no se escribe desde los ovarios ni desde los espermatozoides, sino desde la instancia de la vida, más allá de la compartimentación de los sexos. Hay hombres que son escritores y mujeres que escriben, eso es así y no pasa nada, pero basar el juicio literario en los conceptos de promoción y generación nos puede llevar a errores. ¿Por qué se ha de encasillar la obra literaria por razones de fecha de nacimiento o de eclosión de los autores o por razones de sexo?

En los últimos años he tenido la oportunidad de leer una significativa tajada de poéticas refrescantes y recias cataduras. Entre éstas, las de Ana Istarú (Costa Rica, 1960), Otoniel Guevara (El Salvador, 1967), Luis Chaves (Costa Rica, 1969) y Vania Vargas (Guatemala, 1978). ¿Qué opinión te merecen los escritores más jóvenes de la patria chica y de Centroamérica tanto como los del orbe hispanoamericano? ¿En qué países crees que se están produciendo las propuestas poéticas más prometedoras?

—Conozco de primera mano la poesía de Guevara y la de Istarú y bastante de lo que escribe Luis Chaves y hace unos días he leído a Vania Vargas. Te digo que estas voces tienen una sobria personalidad y mucha fuerza expresiva, un profesionalismo fuera de toda duda y, por eso, altísima resonancia. Respecto de la calidad de los escritores, te digo que temo pecar de injusto, pues cada país tiene su tradición poética y resulta que algunos “ismos” encuentran reticencia en el gusto de unos lectores y son aplaudidos a rabiar por otros. Ambos bandos esgrimen razones “válidas” (¡ah, los juicios de valor!) en pro y en contra.  En mi concepto, la mayoría de lo que se está produciendo por parte de la juventud es hermoso, insólito, agradable, sorprendente, digno de ser abrazado con cariño y admiración. Hay quienes rompen lanzas contra algunos estilos. Es decir, contra cierto abordaje y desarrollo de los temas, el famoso savoir-faire; a esas personas les recuerdo esta regla de oro: el tiempo es el mejor juez; los poemas que perduren son buena poesía, lo que no resistan el ácido del tiempo no eran buena poesía. Así que, lo más justo es augurarles a todos los jóvenes mil éxitos del tamaño de la alegría.    

Con el advenimiento de los cambios geopolíticos generados a partir de las revoluciones cubana (1959) y sandinista (1979) en Nuestra América, la poesía se ha ido enriqueciendo hasta cobrar un cuerpo digno y admirable. Claro, en unos países tales logros han cuajado con mayor consistencia que en otros. Sin embargo, un hecho que escapa a mi entendimiento es el que, en las antologías de poesía contemporánea centroamericana consistentemente se excluye una representación de Panamá. ¿A qué lo atribuyes?

—Yo soy un lego en Geopolítica, pero creo que eso se debe a que Panamá fue desgajada de Colombia por el poder de las cañoneras norteamericanas, con lo cual dejó de pertenecer a Sudamérica y, como durante un siglo se dijo que Centroamérica estaba integrado por 5 repúblicas, resultó que Panamá era algo así como “advenediza” y por eso –creo yo– quedó como la india María: no es ni de aquí ni de allá. Es una situación parecida a la de Belice, territorio que le fue birlado a Guatemala por los británicos a cambio de la promesa de construir un ferrocarril. Nunca lo construyeron, así como las compañías bananeras norteamericanas no construyeron en Honduras más que los tramos  ferroviarios que a ellas les servirían para sacar a los puertos su producción. Ahora, cuando hay campeonatos deportivos se dice Centroamérica y Belice o Centroamérica y Panamá. A ver cuándo construimos la Patria Grande que soñaron Bolívar y Morazán.

Mientras uno de mis heterónimos detectives literarios, Dick Bichotowski-Puñetier, hace lo suyo para llevar mi tarea a puerto seguro, advengo al conocimiento de la existencia de recientes compilaciones nada austeras. Durante el 2009, el ecuatoriano Mario Campaña da a la luz pública Pájaro relojero: Poetas centroamericanos, una creatura obesa que privilegia las voces de únicamente 13 poetas, casi todos dueños ya de sus respectivos altares mayores. Sus 877 páginas excluyen a autores oriundos de Costa Rica, Honduras y Panamá. (Dice el maestro José Luis González: “De cerca, se ven los árboles; de lejos, se ve el bosque”.) Esas limitaciones le corta el vuelo a mi goloso entusiasmo. Qué inmensa alegría no decir lo mismo del pastel confeccionado por Sergio Ramírez para el Fondo de Cultura Económica, Puertas abiertas: Antología de poesía centroamericana (2011). La misma tiene la particularidad de que el recorrido desnuda un amplio espectro generacional compuesto por 66 autores vivos. Sí, vivos. Las 379 páginas brindan constancia de la buena salud del refrescante trabajo poético en tiempos muy convulsos. Según leímos, la numerosa presencia de creadoras femeninas en esta antología evidencia que su inclusión ha dejado de ser esporádica. Enhorabuena. Además, hace unas semanas recibí, recién sacada del horno, una selección poética de 13 jóvenes autores, MicroFé. Poesía guatemalteca contemporánea. El cuidado y hermoso diseño de la misma es una irresistible tentación para quien paladear el sabor de las palabras es una ceremonia de visos carnales. Cuando me aliviane un poco de mis tareas, le hincaré el diente gustosamente a esa promesa vestida de jugosa fruta tropical. He (h)ojeado La herida en el sol. Poesía contemporánea centroamericana (1957-2007), compilada por Edwin Yllescas Salinas y que lleva el sello editorial de la prestigiosa Universidad Autónoma de México. Se trata de otra corpulenta y atractiva publicación de 520 páginas. En el prólogo de la misma, Yllescas Salinas asevera que, distinto a Nicaragua, el proceso evolutivo de la poesía en Honduras, El Salvador, Costa Rica y Guatemala es moroso, tardío, lento e irregular. ¿Qué te parece esta opinión?

—Acerca de tu primera pregunta, te respondo que hay antologías y hay antojologías.  De Puertas abiertas, la antología de Sergio Ramírez, soy muy respetuoso del criterio del antólogo, pero me entristeció no ver allí poetas de gran valor centroamericano. Repito que debo respetar esa decisión, es seguro que se debe a las molestas limitaciones de presupuesto. En torno a lo afirmado por Edwin Yllescas Salinas, yo creo que se dejó llevar por la ausencia de poesía publicada de los países que enumeras. ¿Por qué Nicaragua comenzó tempranamente a producir más poesía que los otros países centroamericanos? Eso se explica diciendo que el Modernismo literario se debe a Rubén Darío, nicaragüense (otros afirman que ese parto fue a 4 manos con Francisco Gavidia, de El Salvador), y el haber Darío descollado mundialmente, quiérase o no, impactó de inmediato en el imaginario de sus compatriotas, que se enrumbaron hacia la poesía hasta el sol de hoy. Lo otro es que poco a poco se ha venido descubriendo en revistitas locales antiguas de varios países centroamericanos una producción literaria que no sólo no alcanzó la gran prensa, sino ni siquiera tuvo una mediana difusión. He dejado para el final lo de la antología guatemalteca de MicroFé para decirte que la leí de cabo a rabo y que simplemente me deslumbró. Mis aplausos más sonoros y sentidos a los compañeros productores y a los escritores que aparecen en esa bienhadada antología.

Todos los países centroamericanos han sufrido, con diversos nombres, la garra cruel del autoritarismo, que ha marcado de modo particular el surgimiento y desarrollo de los filtros creativos con los cuales sus artistas abordan y confrontan la realidad. Algunos poetas llevaron hasta las últimas consecuencias su compromiso con los destinos de sus pueblos. Esto resultó en el derramamiento de sangre y muerte de valiosas voces de la colmena. Entre éstas, la de Roque Dalton (1935-1975) y las de los todavía más jóvenes, pero igualmente talentosos, Otto René Castillo (1936-1967) y Leonel Rugama (1949-1970). ¿Algún comentario?

—Lo del autoritarismo es verdad y en Honduras, El Salvador y Guatemala sigue existiendo esa aberración, aunque muy camaleónica y emperifollada con mayor o menor cantidad de bisutería ideológica. Con excepción de Nicaragua y Costa Rica, Centroamérica sigue podrida por una terrible desigualdad social que no existiría si los ejércitos no fueran enemigos del pueblo. Este sistema de opresión es tan antiguo como la gran propiedad privada. En los tres países que mencionas hubo infinidad de intentos infructuosos de alcanzar el poder usando las reglas democráticas, pero las castas políticas de entonces y la mayoría de las de ahora –con brillantes excepciones– era y sigue siendo antipueblo. Eso desató conflictos en que murieron muchos de los seres humanos más lúcidos y patriotas, muchos de ellos con una genialidad probada, como son los casos de Rugama, Dalton y Castillo. Rugama, un gran ajedrecista, el mejor estudiante de su promoción, valiente hasta la muerte; a él se le debe la frase: “¡Que se rinda tu madre!”.  Roque Dalton, el mejor poeta salvadoreño de todos los tiempos, que ganó el premio Casa de las Américas y que, en plena guerra, escribió varios libros. Otto René Castillo, poeta que, por andar día y noche en la guerra, no tuvo tiempo de alcanzar la plenitud literaria y de cuya poesía hicimos, Helen Umaña y yo, una antología que titulamos Para que no cayera la esperanza (1989). Esas muertes de mentalidades tan lúcidas fueron un enorme costo social. Uno se pregunta cuánto tiempo habrá de pasar para que surja otro escritor tan integral como Roque Dalton, para que se desarrollen conciencias tan definitivas como las de estos escritores. Todas esas muertes y centenares de miles más pudieron haberse evitado de no ser por el autoritarismo.   

¿Cuáles son las contribuciones esenciales que existen en la poesía que se hace en tu país que deberían tener repercusión o reconocimiento internacional?

—Yo leo y releo la poesía de mis compatriotas y sé que tiene mucho ángel, pero, en aras de la honestidad, debo decirte que se me hace imposible determinar qué elementos la hacen digna de especial aplauso internacional. Mi ignorancia se debe a que no soy académico de las Letras, sino un mísero tránsfuga de la Filosofía; pero en esta ignorancia no estoy solo: recuerdo que García Lorca afirmó que él no podía hablar de su propia poesía, y añadió que era poeta por la gracia de Dios o del demonio y por esto y por lo otro y también por darse perfecta cuenta de lo que es un poema. Allí tienes, me encantan los poemas de mis paisanos, pero no sé exactamente por qué. 

¿Qué impide una existencia de relaciones más estrechas entre los diversos países que conforman Hispanoamérica?

—Los intereses económicos de las compañías transnacionales, cuyo peso se expresa en la hegemonía política que nos impone con sus mil tentáculos el Norte revuelto y brutal. | em-n, isabela, puerto rico edgardonievesmieles@hotmail.com

Ana Istarú: “Con la poesía vuelo.”

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MIGUEL ANÍBAL PERDOMO [mediaisla] «¿Qué me distingue de un zapatero? Poca cosa: lo que él hace es algo útil. Lo que hago yo es inútil, desde un punto de vista mercantil […]. Con los zapatos camino, con la poesía vuelo. Los quiero a ambos».

Hace unos cinco años descubrí la poesía de la costarricense Ana Istarú, que me deslumbró por su vehemencia comunicativa, el erotismo desenfadado, la preocupación humana, el cromatismo, y el equilibrio formal que tiene la impronta de la Generación del 27 y de la poesía del Siglo de Oro español. Me di cuenta en seguida de que estaba frente a una poesía trascendente. Meses después fui invitado a la Feria de la Poesía de Granada, Nicaragua. Tocó la coincidencia de que Ana Istarú y yo arribamos al aeropuerto de Managua casi a la misma hora; y juntos viajamos a Granada en el vehículo que nos habían asignado. A los pocos minutos ella me envolvió en una conversación que se refería a sus hijos y a los míos, como si hubiéramos sido antiguos compañeros de escuela secundaria. Su calidez humana me hizo pensar en el aserto socrático-platónico de que sin grandeza de alma es imposible crear algo valioso.

Otro aspecto que llamó mi atención con respecto a Ana Istarú es que yo no hubiera conocido su poesía antes. Tal vez porque en una época de estridencia formal, su obra, como ya dije, posee características clásicas, pese a sus atisbos vanguardistas. Y en esto radica paradójicamente su valor: asimila la tradición para situarse en el presente. Al mismo tiempo, Ana Istarú retoma y culmina algunas inquietudes de las poetas postmodernistas de la primera mitad del siglo veinte. Pero aquellas poetas estuvieron limitadas y en ocasiones destruidas por las trabas patriarcales de su época —lo que se refleja en una que otra vida trágica— y a veces su poesía trasluce amargura hacia el varón. En contraste, la poesía de la costarricense se caracteriza por el optimismo, porque tiende a  la consolidación de la pareja perpetuadora de la especie. Hombre y mujer son aliados, no contrincantes. El osado erotismo de su poesía tiende hacia este fin: a estrechar los lazos entre ellos y a rechazar la infidelidad. En el fondo, valga el oxímoron, es un erotismo conservador.

Ojalá que el presente trabajo contribuya a difundir mínimamente unas de las voces más sólidas de la poesía latinoamericana actual.

Ana Istarú nació el 3 de febrero de 1960 en San José, Costa Rica. Además de poeta, es actriz y dramaturga. Ha recibido críticas elogiosas y premios que la ubican entre las más prestigiosas escritoras de Hispanoamérica. Algunos de sus galardones son el María Teresa de León y el Hermanos Machado, ambos recibidos en España por sus destacadas cualidades como dramaturga. Istarú cultiva también el periodismo. En 1990 fue becaria de la Fundación Guggenheim de Nueva York. Algunas de sus obras poéticas más importantes son: Poemas abiertos y otros amaneceres (1980), La estación de fiebre (1983),  La muerte y otros efímeros agravios (1989) y Verbo Madre (1995).

Me parece que tu poesía retoma actitudes y temas de las poetas postmodernistas Delmira Agustini, Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou y Gabriela Mistral. ¿Es pura coincidencia o un influjo directo?

—Cuando era adolescente y era mi padre mi mentor literario, nunca me puso, curiosamente, en contacto con la obra de esas poetisas, a excepción de la Mistral. Había leído en mi infancia un relato de Juana de Ibarbourou, pero no fue sino tardíamente que las descubrí. Imagino que si existe coincidencia en temas y actitudes se debe a que las circunstancias en las que ellas desarrollaron su escritura lamentablemente no han variado tanto, a pesar de la distancia en el tiempo. Su esfuerzo en visibilizar el cuerpo femenino, en lo que se refiere a su deseo y a su capacidad de creación, de gestación, lo retomo yo asombrada, escandalizada por la omisión o banalización que de ellos se hace en la literatura convencional. ¿Es eso, el tema, la urgencia de reivindicar lo que nos diferencia, lo que torna “femenina” nuestra escritura? No lo sé. Tal vez. Quizás sea también una manera diferente de entender y vivir las relaciones afectivas y, por tanto, de expresarlas. El mismo hecho de priorizarlas marca ya una diferencia esencial con la visión de mundo del varón.

De todos modos, el  erotismo sugerido de Agustini, en tu poesía asume completa libertad, coincide más con la abierta sensualidad de Ibarbourou; la maternidad universal de Mistral, en tu caso, adquiere matices políticos, se acerca más al individuo de carne y hueso; pero das un giro a un poema como “Hombre pequeñito”, de Storni. No hay rechazo al varón como en algunas corrientes actuales. El hombre es un aliado de la mujer para sostener la continuidad de la especie, de la vida.

—En efecto, la masculinidad que me toca históricamente enfrentar no es quizás ya tan primaria y hegemónica como aquella con que lidiaron las mencionadas autoras. O quizás sí, pero yo intento esbozar la contraparte ideal y me permito describir a un varón ubicado ya no como sujeto que posee, sino como objeto de deseo, como ser complementario cuya virilidad no me somete ni lastima, y que celebro. Es el festejo de una sexualidad, no sólo de la pareja heterosexual en general, sino incluso de la conyugal, con lo cual intento escapar del cliché del erotismo restringido a las relaciones furtivas. Aquí la transgresión contra la mentalidad patriarcal sería precisamente hablar del deseo de los esposos, que implica aceptar la existencia del deseo de nuestros padres que a veces, incluso, como hijos, rechazamos.

Algunos teóricos creen que las dotes poéticas nacen de alguna temprana experiencia traumática. Por ejemplo, en el caso de Pablo Neruda, el haber quedado huérfano al nacer pudo ser determinante. Esto explicaría esa evocación de una mujer ideal en sus «Veinte poemas de amor y  una canción desesperada». ¿Es esta tu experiencia?

—Todo lo contrario. Mi experiencia es realmente muy precoz: nomás soy capaz de empuñar un lápiz y escribir. A los siete u ocho años, mi padre toma la decisión de convertirme en escritora, quizás para paliar su propio deseo, más o menos frustrado, de ser poeta. El resultado es que la atención que me dispensa y la pasión que me transmite generan una complicidad y una admiración mutua que hacen las delicias de mi Edipo femenino. Sé que continúo escribiendo para él, a pesar de su ausencia. Mi escritura, pues, nace del gozo, de una suerte de estado de gracia. ¿Será por eso que me cuesta tanto escribir cuando la adversidad me contradice?

Un aspecto de tu poesía que llama mucho la atención es la expresión desnuda, directa, un vocabulario que nos recuerda a la «Biblia», «La Celestina» o el habla rural de cualquier país.    

—Mis lecturas de juventud iban del ejercicio coloquial de la poesía exteriorista centroamericana al abigarramiento de la poesía barroca. Amaba a Miguel Hernández porque él había amado el Siglo de Oro. Pienso que heredo de este la voluntad de un verso de cierta complejidad. De Cardenal y Dalton proviene quizás el empleo del vocabulario al que haces alusión. El hecho de escribir poesía erótica plantea, a ese nivel, un nuevo reto: ¿qué palabras emplear para designar al cuerpo y sus fogosidades?, ¿qué ofrece el idioma? Palabras técnicas, frías, médicas, científicas, o términos soeces, cargados de cierta violencia. La dificultad estribó en emplear las primeras, revistiéndolas de una carga afectiva, emocional, eufónica.

En una época caracterizada por la obsesión formal (tanto que la poesía se ha convertido en una lengua críptica, para iniciados), ¿escogiste de manera consciente una expresión clara, sencilla, que coincide con el estilo de las postmodernistas mencionadas antes o con la literatura española clásica y la Generación del Veintisiete?

—Agradezco de la poesía la experimentación, el juego, la búsqueda, pero me preocupa que la oscuridad del poema sea tan extrema que excluya al lector. Un poema, obviamente, no tiene la obligación de ser comprendido, aunque pueda serlo. Más que el significado racional que carga, nos interesa por el impacto emocional y estético que produce. Si ese impacto no se da, si incluso un lector sensible se siente fuera del juego, tomado por bobo, obviamente se distancia. Ha ocurrido que toda una sociedad, en ciertas épocas, se haya sentido excluida como interlocutora en la escritura de sus poetas y su revancha haya sido abandonar la poesía, su lectura y su publicación. Es una pena.

Para el romanticismo el poeta era una especie de profeta, un ser con ribetes sobrenaturales. Las corrientes socialistas del siglo XX lo definían como una persona común y corriente, quizá con un poco más de sensibilidad. ¿En qué corriente te situarías a ti misma, tomando en cuenta que tu poesía proclama lo que muchas mujeres no pueden expresar?  

—Para poder escribir, las mujeres, como en todo, enfrentamos más dificultades. Es difícil sentirse un ser extraordinario cuando, luchando contra el sueño, para poder sentarte a tu mesa de trabajo has tenido que vencer tu jornada de la calle, tu jornada doméstica y las demandas familiares. ¿Qué me distingue de un zapatero? Poca cosa: lo que él hace es algo útil. Lo que hago yo es inútil, desde un punto de vista mercantil. Pero según Ortega y Gasset vivimos para lo superfluo: sin lo superfluo, sin aquello que no es estrictamente necesario para sobrevivir, la vida tampoco tendría sentido. Con los zapatos camino, con la poesía vuelo. Los quiero a ambos. 

No recuerdo ninguna poesía donde el parto sea un tema tan central como en la tuya. Apenas me llega a la mente un hermoso poema de Sylvia Plath sobre la preñez. En tu caso, poemas tales como “Ábrete sexo” y “Al dolor del parto” indican la relevancia que ese hecho tiene para ti. ¿Se trata de una celebración o de un conjuro contra la angustia y el dolor del alumbramiento?

—Prefiero pensar que es una celebración. Si me pongo anecdótica, puedo contarte que los partos en mi familia siempre estuvieron rodeados de un aura de muerte o enfermedad. Me tomó muchos años tomar valor para enfrentar mi propia maternidad, su hecho físico, y la experiencia del parto, que había imaginado tan extrema, me resultó en comparación una fiesta. La fiesta del dolor, sí, pero de un dolor útil y de un dolor para el cual el cuerpo estaba preparado. Ese cuerpo ejecutando las notas de su dolor era un cuerpo escribiendo la música de su poder. Me interesaba también establecer el intenso ligamen que existe entre gozo sexual y maternidad, destacar que al fin y al cabo la última es producto del primero, y que la experiencia de la maternidad es también una experiencia erótica en la que se exacerban los sentidos y el cuerpo alcanza su máxima potencia.

“Mis criaturas nacen de un hondo rechazo”, decía Neruda. ¿De dónde nacen las tuyas? ¿De una experiencia vital, de una imagen o de una conceptualización?

—Mi impudicia, si alguna tengo, se manifiesta en la estrecha relación entre mi escritura y los eventos que van conformando mi vida: la irrupción del amor, la del deseo, la muerte de mi madre, la gestación de mis hijas. Más que un afán exhibicionista, creo que proviene de un deseo de honestidad que no he sabido controlar.

 Al terminar un poema, ¿sientes que  has plasmado una epifanía, que has “visto” el otro lado de la existencia, o todo es ceniza, el resultado de una combustión cuyo resultado se te escapa?

—No creo ser el tipo de poeta traspasada por una fuerza sobrenatural que se sirve de ella como médium para transferirle su dictado. Bueno, no creo que exista ese tipo de poeta. No hablaría tampoco de epifanía, tan sólo quizás del gozo pedestre que brinda el enamoramiento por aquello que se escribe. Ese gozo narcisista en que lees y relees tus propios versos con el mismo éxtasis que te provoca la contemplación de tu bebé, a mí por lo general me dura tres semanas, luego de las cuales empiezo a notar los graves defectos de carpintería de lo que he escrito. Ese es el momento adecuado para empezar a pulir el poema, con paciencia y humildad de artesano. Pero la droga de esas tres semanas es quizás (sé que es inmoral admitirlo, pero qué le vamos a hacer), lo que te impulsa a escribir.

Sin embargo, ahí está la poesía mística del Siglo de Oro, período literario que tanto te gusta. En esa época San Juan de la Cruz y Santa Teresa aspiraban a ser aquel tipo de poeta, y a lo mismo tendían algunos románticos y Rimbaud en el siglo diecinueve. Por otra parte, La literatura es un mensaje gratuito. El verdadero escritor escribe porque sí, en forma compulsiva. La poesía sobre todo lo confirma, pues aparte de Neruda, nadie en Hispanoamérica ha vivido de ella. ¿Cuáles son las satisfacciones que la poesía te ha dado?

—Raras veces he conseguido el amor de un caballero con lo que escribo. Esa es una finalidad tan válida como cualquier otra, ¿no? Pues ni siquiera pude conservar el amor del hombre para quien escribí La estación de fiebre. Sin embargo, gracias a la poesía he obtenido el gozo que mencioné en la pregunta precedente; además he conocido a gente maravillosa. Me ha querido también y gratuitamente gente que desconozco; me han odiado también gratuitamente algunos desconocidos; he viajado por muchos países que de otra manera difícilmente habría visitado, y sobre todo he tenido el honor de saber que muchas mujeres han encontrado voz en mis escritos, se han sentido reivindicadas y se han reconciliado con su ser, su cuerpo y su sexualidad, deformados, mutilados y sometidos por la mirada patriarcal. | map, new york, ny mperdomojimenez@yahoo.com

David Cortés Cabán: “Hay que cuidarse de la espontaneidad”

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DCC. 1JUAN MANUEL RIVERA [mediaisla] Hay que aprender a tachar y corregir, a tirar al bote de basura lo que no sirve. Hay que desarrollar una conciencia crítica para poder crecer como poeta y lector del trabajo que uno  mismo hace.

Tuve la fortuna de toparme con el poeta David Cortés Cabán hace muchos años en Nueva York. Para entonces yo era un joven profesor de literatura en el Hostos Community College de la City University of New York, y David era uno de los alumnos que le daban gloria al «colegio» por su motivación intelectual y sus afanes literarios. Recuerdo que, equivocándose de médico pero con absoluta fe en la medicina, en una ocasión David me hizo entrega de un voluminoso manuscrito conteniendo sus poemas. Una semana después nos reunimos a conversar sobre su obra. David no podía contener el deseo de conocer mi parecer sobre sus poemas. Creo que lo decepcioné. Sus poemas, nacidos de una desbordada sensibilidad muy suya, eran sin embargo un remedo del romanticismo desgastado, matizado por cierto brillo modernista. No le oculté mi opinión, pero tampoco insistí en ella. David se puso triste. Aproveché su silencio para escribir  en una hoja amarilla algunos nombres de poetas vanguardistas y contemporáneos y se la extendí. Al par de días me lo encuentro en el pasillo camino del aula. “Ya he empezado a leer la obra de uno de los poetas que usted me dio. Esto es otro mundo.” Mi alegría ante su reacción tan constructiva no culminó aquí. Un mes más tarde, David me trae un nuevo manojo de poemas.

Era otro mundo.

Estamos con el poeta en un apartamento del Viejo San Juan, propiedad de éste. El poeta acaba de regresar de un viaje a Colombia la noche anterior y parece que no ha dormido ni descansado lo suficiente. Aun así, accede con suma amabilidad a conversarnos alegrías y azares.

David, sabemos que acabas de regresar del Festival de Poesía de Cali, Colombia. ¿Podrías explicarnos un poco tus impresiones de este viaje?

—En el corto tiempo que pasé en Cali, la ciudad dejó en mí una impresión de ternura y admiración. Cali es una ciudad hermosa por el contraste de sus edificaciones y la calidad humana de su gente. Hay que admirar en la hechura de sus edificios el contraste entre lo  moderno y lo colonial. El Museo de Arte Moderno «La Tertulia» es una admirable construcción; como también lo es el Teatro Municipal y la hermosa Catedral de Santiago de Cali, representativa del estilo barroco, sin dejar fuera tampoco la iglesia San Francisco de Asís con su hermosa torre mudéjar que parecería estar resguardando la ciudad en amorosa complacencia. Por otro lado, la Avenida Colombia o Bulevar del  Río Cali, le da un aire clásico y solemne a la ciudad. El Río Cali pasa casi como un susurro imperceptible. La ciudad tiene un clima cálido y agradable que parece invitar al extranjero a pasearse cómodamente por sus plazas y avenidas llenas de gentes respetuosas y amigables.

Tu participación ¿se limitó a compartir tu poesía en público? ¿No hubo algún conversatorio entre poetas?

DCC.2—Tuve ocasión de participar en dos lecturas. La primera en una biblioteca pública comunitaria donde se reunió un atento grupo de personas, entre ellas, algunos niños de la comunidad. Participé junto a la poeta Elvira Alejandra Quintero y la joven ganadora del Segundo Premio de Poesía que ofrece el Festival para promover el amor a la literatura. Leímos algunos textos y motivamos a las personas a participar y a expresar sus inquietudes y sentimientos sobre la poe-sía y el oficio del escritor. Todo se dio dentro de un ambiente de interés y de suma cordialidad. Mi segunda participación se realizó en el Teatrino de la Tertulia (una especie de anfiteatro al aire libre) junto a los poetas Luis Armenta Malpica (de México), y los poetas colombianos Nelson Romero Guzmán, Jotamario Arbeláez, Elvira A. Quintero, Águeda Pizarro y Rómulo Bustos. Todos con sus estilos singulares en el sentido de sus temáticas y el lenguaje de sus textos. Me impresionó que aún con la lluvia ligera que comenzó a bautizar el final del acto, el público (cerca de 300 personas) se mantuvo atento y respetuoso hasta el final; creo, sobrecogido por la  magia de la poesía.

¿Cómo compararías el fervor por la poesía que notaste en Colombia, y que has vivido en  otras ocasiones en Venezuela, con lo que has visto en NYC o en Puerto Rico?

—El fervor por la poesía en Cali es notable y contagioso. Cali es una ciudad que se interesa por la poesía y por sus poetas. De hecho hay una plaza dedicada a escritores caleños. Allí, a manera de homenaje amoroso, hay una estatua en bronce dedicada a Jorge Isaacs. Pero te digo que hay un interés sincero y admirable  en todo lo que allí se hace. Y se logran cosas importantes porque todas las instituciones promueven y ayudan a que estos festivales se lleven a cabo. Te nombro, por ejemplo, el Ministerio de Cultura, la Alcaldía de Cali, la red de bibliotecas públicas, la Organización de Jóvenes Cristianos, y el apoyo de otras entidades privadas que ahora no recuerdo. Me sentí sumamente agradecido de compartir con poetas nacionales y extranjeros que poseen ya una obra y un nombre reconocidos, algunos más y otros menos, en sus países y fuera de sus fronteras. Fue de particular emoción volver a compartir con el poeta Horacio Benavides a quien conocí en Caracas en la Feria Internacional del Libro de Venezuela, 2012 (FILVEN) y quien amablemente me invitó a su casa y a caminar y conocer algunos lugares de la ciudad. Caminar que reanudé más tarde con el poeta mexicano Luis Armenta Malpica y la poeta colombiana Elvira Alejandra Quintero que también nos dio un recorrido por la ciudad. Creo que todas estas nuevas voces son sumamente importantes para tener una idea más real y profunda de la nueva poesía hispanoamericana.

¿Cuántos años llevas ya en este oficio de poeta?

—En el solitario oficio de la poesía llevo desde que estaba en la escuela secundaria de Arecibo, la «Escuela Antonio Lucchetti». Pero fue en la «Escuela Intermedia José W. Padilla» que despertó en mí el interés y la pasión por la poesía. En aquella época no tenía predilección ni conocimiento de autores ni de estilos. Esto tampoco creo que hacía falta. Leía todo lo que caía en mis manos. Lo importante a esa edad, creo, es sentir lo que dice la poesía, dejarse llevar por la carga emocional que ésta encierra. En aquel entonces una de mis maestras nos hizo probar algo de Gustavo A. Bécquer, Juan Ramón Jiménez y Rabindranath Tagore. Sentí algo que no podía explicar pero que me conmovía profundamente.

¿A qué edad aproximadamente hiciste los primeros pinitos de poeta?

DCC.3—Creo que tendría unos 15 años cuando comencé a escribir mis primeros versos. En la escuela secundaria ya escribía algunos poemas de tono modernista; pero no fui ningún niño prodigio sino que fui creciendo… En realidad lo que escribía en aquellos años de mi primera juventud eran textos impregnados de tonalidades modernistas. Nada recuerdo de aquello que valga la pena. Sí, creo que le mostré algunos poemas a la bibliotecaria de la escuela, una señorita de 60 años que quedó encantada. Pienso que estaba tan ciega como yo, pero me animó a que siguiera escribiendo y esas palabras tuvieron mucho peso en mi inconsciente. También hubo una maestra de español que mirándome de soslayo me dijo que yo tenía cierto parecido con José de Diego. (¡!) Creo que lo dijo por hacerme sentir bien y no por mofarse. Luego, después de mirar las fotos de De Diego y de leer sus textos he comprobado que él era mejor parecido y mejor poeta que yo.

¿Cuáles fueron tus primeros referentes literarios? ¿Qué poetas leías y admirabas de pequeño que posiblemente te ayudaron a ir forjando a tropezones tu voz poética de infancia?

—Mis primeros referentes fueron todo lo que leía con un afecto desmedido. Todo lo que estaba escrito en verso. Y de los poetas románticos más conocidos, Bécquer; y de los otros, Juan R. Jiménez, al que he seguido leyendo. Pero también el Neruda de Veinte poemas de amor y una canción… Los poetas puertorriqueños Luis Lloréns Torres, Julia de Burgos, Luis Palés Matos también dejaron una huella. Leía los libros que podía conseguir en la biblioteca pública de mi barrio, hoy desaparecida para siempre. Muchos de estos poetas, incluyendo al máximo representante del Modernismo, Rubén Darío, me ayudaron a entrar al mundo de la poesía.

¿Hay un hilo conductor en tu evolución, o en algún momento se produjo una crisis, sí, una ruptura con lo que hasta entonces habías considerado «poesía»?

—El hilo conductor a que te refieres me lo dieron las lecturas mismas que me ayudaron a sentir la poesía de una forma especial. A través del tiempo fui aprendiendo y desaprendiendo en los cursos de literatura que tomé en los colegios y universidades a los que asistí. La ruptura… Es que uno evoluciona y comienza a romper con aquellos hábitos que creía que tenían mucho valor. Algunos escritores que comienzan  a escribir sus primeros versos se aferran a estos hábitos y esto les impide avanzar y/o evolucionar en su visión poética. La poesía debe ir en pareja andadura con los tiempos. Esto lo saben muy bien los cantantes y compositores, por ejemplo los que están en esos ritmos de reguetón y de rap o reggae. Ellos saben bien qué es estar a la moda aunque esto, como sabemos, es cuestión de evolución social, estilos y gustos. Yo, por mi parte, considero que la moda no es la mejor vía para escribir una poesía que esté a la altura de los tiempos.

¿A qué edad sientes que se produce un cambio radical en tu poesía y dónde (en PR, o ya en los EEUU)?

—En verdad el cambio no fue radical sino gradual. Se fue dando a través de mis experiencias de lector y de mis estudios universitarios. Ingresé al colegio universitario tarde, a los 23 años, en Nueva York. Los cursos de Literatura Hispanoamericana que un profesor de cuyo nombre ya no puedo acordarme (¡jajajá!) impartía en Hostos Community College (CUNY) y los de poesía ofrecidos por la poeta Diana Ramírez de Arellano en el City College o el crítico y profesor José Olivio Jiménez en Hunter College, me ayudaron a conocer el rumbo de la poesía y de la literatura contemporáneas. Pienso que tuve mucha suerte. Tener excelentes profesores que en la disciplina de la literatura daban mucho más de lo que se podía esperar, ya no se destila. El sentido humanista que investía a aquéllos los convertía en guías y mentores del estudiantado. Eran  profesores de una profunda solidaridad humana, y esto es poco común en algunos centros universitarios de hoy.

¿Crees que hubieras sido el mismo poeta que eres de haberte quedado viviendo en Puerto Rico?

DCC.4—Pienso que si me hubiera quedado viviendo en Arecibo, posiblemente mi destino hubiera sido otro; como es natural, por las condiciones y las situaciones que allí se dan. Creo que por la realidad misma de la emigración, mi vida tomó otro giro, por mis circunstancias personales y por mi relación con los libros y la escritura. La experiencia de la emigración siempre es dolorosa para cualquier persona, no importa su lugar de origen e independientemente de las circunstancias. Esta experiencia no sólo transformó mi vida sino también la de miles de puertorriqueños de mi generación que se vieron (que se ven) obligados a emigrar. En el momento que salí de la Isla no imaginaba cómo iba a ser mi futuro, nadie sabe esas cosas. Toda vida es un proyecto que se va realizando de forma impredecible y grano a grano. Vivir es un proyecto que está condicionado por muchas situaciones, experiencias y circunstancias. Las experiencias son las que transforman la existencia de todo ser humano. Todos vamos adquiriendo otra percepción de la realidad a través de los años. En mi caso siempre persistió el entusiasmo por la lectura y la poe-sía. Y una voluntad de trabajo que me ha ayudado a seguir adelante. Mi vida se ha transformado, como ocurre con la de todo el mundo. Ahora, desde la distancia de la adultez, puedo contemplar el camino recorrido y sé que aún hay más camino por recorrer. Creo que mi vida hubiera sido completamente diferente si me hubiera quedado viviendo en Arecibo. A lo mejor hubiera sido carpintero como mi padre, o quincallero, o vendedor de periódicos en una esquina.

¿Conservas algunas reliquias (poemas) de tu prehistoria como poeta?

—Por mi salud mental, no conservo nada de aquellos tiempos. En este sentido entiendo muy bien lo que han hecho muchos escritores y lo que hizo Bécquer mismo cuando llegó a Madrid con los poemas que llevaba en un arca, los escritos en Sevilla: se deshizo de ellos. No daban la medida de sus nuevas expectativas.

Ya en tu etapa adulta como poeta, ¿qué voces cardinales puedes reconocer que ayudaron a forjar la tuya o a trazarte una ruta?

—La poesía o cualquier género u oficios que uno siga es un trazarse caminos. Yo he tratado de trazarme mi propia ruta con la ayuda de los poetas que he leído y con la de los poetas amigos que han leído mis versos. Todos, de una forma u otra, me han influido para bien. En este sentido no puedo hablar de una sola voz, sino de muchas. Esto es así desde que tuve la idea de que la poesía requiere de tiempo y trabajo. Tiempo, para asegurarse de que lo que uno escribe se sostenga por su propia calidad; y trabajo, para corregir y pulir las asperezas del oficio. Hay que aprender a tachar y corregir, a tirar al bote de basura lo que no sirve. Hay que desarrollar una conciencia crítica para poder crecer como poeta y lector del trabajo que uno  mismo hace.

¿Cómo definirías tu poética? ¿Cuáles son los lineamientos generales de tu hacer poético?

—Para ser honesto, nunca he tratado de cuestionarme los lineamientos que sigue mi poesía. Creo, sin embargo, que la pregunta es interesante porque pone a uno frente a su yo lírico y a lo que uno ha logrado, si ha logrado algo, a través del tiempo. Mi poesía se ha ido construyendo sobre mis experiencias y recuerdos. No busca exaltar ninguna situación en específico. Habla de las cosas que nos acontecen a todos en un lenguaje claro y directo. El sentido de las imágenes me es grato porque le dan un matiz sorprendente y novedoso al lenguaje. Pero los temas que trato son los mismos temas de siempre, los que aparecen en la literatura a través de todos los tiempos: la soledad y el silencio, la muerte y la vida, el amor y la amistad, el paisaje de la patria, la memoria y el olvido, en fin: la búsqueda de uno mismo en un lenguaje que refleja un imaginario variado y múltiple.

Fue Rubén Darío el “aprontao” que se atrevió a decir: ‘¿Quién que es, no es romántico?’ ¿Cómo te defines en relación a esa aseveración del genio nicaragüense?

DCC.5—La influencia de Don Félix Rubén García Sarmiento ha sido profunda y permanente. ¿En  quién no ha dejado una influencia Rubén Darío? Somos románticos de algún modo. Solamente hay que escuchar los boleros para darse cuenta del romanticismo que impregna las melodías populares. ¿Hay algo más romántico que estas composiciones? Rubén Darío dijo una gran verdad: ¡todos somos o hemos sido románticos! Creo que en mi poesía existen estos elementos que matizados con otros rasgos y expresiones sentimentales provocan este sentimiento. Pero creo que el  romanticismo siempre ha existido en todas las relaciones y manifestaciones humanas. Y en la historia de la literatura el romanticismo fue un estilo, una tendencia, una explosión de ideales y una rebelión del yo contra las posturas más académicas del neoclasicismo. En mi poesía la tendencia romántica existe con diferentes tonalidades y matices. Si fijas la mirada en el Cancionero, o en los textos de Quevedo o de Lope de Vega, o en nuestros días, verás anticipos (o residuos) de poesía romántica, aunque en algunos poetas este romanticismo se refleje más descarnadamente que en otros.

¿Cuántos poemarios tienes a tu haber?

—He publicado seis libros en total, entre ellos una selección antológica de mis poemas. Mi primer poemario salió publicado por el Instituto de Cultura Puertorriqueña en 1981; se llama  Poemas y otros silencios. Los otros, en orden de publicación, son: Al final de las palabras (1985), Una hora antes (1991), El libro de los regresos (1999), Ritual de pájaros: antología personal (2004), y el más reciente, Islas (2011).

¿Siguen todos tus poemarios una línea identitaria homogénea o para ti cada libro inicia una nueva poética?

DCC. Books—Como sabes, dentro de un libro siempre existen nuevas temáticas y matices. Yo pienso que cuando uno elabora un texto éste debe ir trascendiendo lo ya hecho aunque los temas al parecer sean los mismos; o puede que sean las mismas temáticas tratadas desde distintos ángulos. Pienso que un escritor siempre debe trazarse nuevos caminos, debe evitar la autocomplacencia y buscar tonos que proyecten el sentido de evolución que debe mostrar la obra.

 

Insisto en la pregunta anterior de otro modo: ¿encuentras que tu libro más reciente ya estaba de algún modo insinuado en tu primer poemario?

—Puede que sí, pero no te lo puedo asegurar ciertamente. Lo que sí puedo decirte con seguridad es que cada libro de poemas marca sus propios tonos y características. Es decir, va proyectando su modo de acercarse a las cosas. La voz del autor puede variar de acuerdo a la nueva perspectiva. Pienso que cada libro encierra una imagen distinta condicionada por las experiencias que van entrando en la vida de un escritor. Todo esto hay que acomodarlo de acuerdo a la época y el tiempo en que el poeta escribe.

¿De qué variaciones estilísticas o temáticas eres consciente que van tomando lugar en tu poesía a medida que avanzas?

—Posiblemente de la depuración misma del lenguaje, del modo de vivir la experiencia poética, de la forma de sentir la cotidianidad y de acercarme a mi realidad. Pero las variaciones y temas de mis poemas no nacen “a priori”, como parte de una agenda predeterminada. Creo que en la medida que uno avanza en la escritura van apareciendo nuevos motivos y asuntos que añaden otras dimensiones a la obra.

Tu disciplina de trabajo, ¿se rige por un plan concertado, o se acomoda de manera informal a las cotidianidades del día y sus demandas?

DCC. David Cortes Caban y Juan Manuel Rivera—Escribo cuando puedo y cuando siento la necesidad de escribir. En realidad no tengo un horario fijo o especifico, aunque sabemos que hay muchos escritores que se ajustan a un horario riguroso de trabajo.

Se dice que “Muerte sin fin”, esa obra capital, le tomó once años al poeta mexicano José Gorostiza. Esto contradice de forma dramática la creencia popular de que las obras de arte caen como maná milagroso. ¿Recuerdas casos en que algún poema te haya hecho esperar por el verso de cierre (pongamos por caso) por semanas o meses?

—Un poema puede tomarse el tiempo que el poema mismo exija. Hay que tener voluntad y paciencia para corregir y pulir lo que uno escribe. Hay que estar consciente de que no todo lo que uno escribe es publicable. Hay momentos en que un poema puede ser espontáneo, pero luego viene la revisión y el trabajo de pulir. El lector ve el producto terminado, pero no conoce el tiempo ni el trabajo que costó producir un poema o un cuento, una reseña, o cualquier otro tipo de escritura. El sentido de espontaneidad (a secas) no forma parte de mi proceso creativo. En este sentido te puedo hablar de mi libro inédito, Presencia de lo efímero. Es un poema largo de temática amorosa cuyas estrofas breves me han tomado bastante tiempo. Y el libro en su totalidad me ha llevado un par de años. Cuando uno quiere que las cosas salgan bien, lo mejor es esperar y releer muchas veces lo que uno escribe y, si es posible, compartir esa escritura con algún amigo que entienda de poesía. Yo no creo en el sentido milagroso de la espontaneidad. Lo que sí puede ser espontáneo es un verso, el embrión de un verso o la estrofa de un poema que luego el poeta irá trabajando y puliendo hasta que adquiera el sentido y la forma deseada. Pero la espontaneidad puede ser un engaño en el proceso creativo. Hay que cuidarse de la espontaneidad. La escritura, no importa el género que sea, necesita voluntad de trabajo y dedicación. Hay que trabajar la obra y restarle importancia al tiempo, si en verdad uno quiere que lo que se escribe tenga valor ético y literario.

D’ Alembert, un ser humano que al nacer fue dejado en una canastilla frente a una iglesia de París, y vivió para ser un prodigio matemático y un sabio co-fundador de la Enciclopedia, dijo en una ocasión: La ley rigurosa, pero injusta, que nuestro siglo impone a los poetas, hela aquí: solo considera ya en verso lo que encontraría excelente en prosa. En su siglo, que fue de grandes contiendas verbales, D’ Alembert veía un prejuicio a favor de la prosa. ¿Sientes como el francés, o ves el asunto del verso y de la prosa sin jerarquías?

—Pienso que es cuestión de gustos y afinidades estéticas. Yo prefiero el verso libre pues me da libertad de decir lo que deseo sin ajustarme a una métrica o un ritmo especifico. No me gusta establecer jerarquías entre poesía y prosa. Ambas formas son esenciales y resulta arbitrario separarlas.

¿Te has visto tentado alguna vez a cambiar de género, digamos a dejar la poesía por la novela?

DCC. Ritual de pajaros—No. En verdad nunca me he visto tentado por otros géneros literarios. Me quedo en lo que hasta ahora estoy aprendiendo a hacer. Nunca me ha interesado incursionar en la novela. Toda-vía necesito aprender más de la poesía ¿cómo voy a dejar el camino andado por el camino que apenas conozco? Hay quienes han sido magníficos escritores en varios géneros. La historia de la literatura está llena de estos casos. Yo, en cambio, prefiero quedarme con la poesía.

¿Cuál es tu relación con la actual literatura puertorriqueña?

—Reconozco que he sido un mal lector de literatura puertorriqueña, especialmente de la poesía. No conozco, como quisiera conocer, a los poetas de la nueva generación pero, como sabes, este desconocimiento se debe en parte a factores de los cuales todos estamos conscientes.

Siempre he sentido amor y admiración por la literatura puertorriqueña. Aunque vivo en Nueva York, creo formar parte de la literatura puertorriqueña. Pero no sé si la crítica isleña lo entiende de este modo.

¿Sostienes vínculos cotidianos (telefónicos, Internet) con escritores de la Isla, o tus relaciones son más con sus creaciones que con los creadores de nuestra literatura?

—Puedo nombrar algunos escritores que tienen ya una obra importante pero mi contacto con ellos es a través de la lectura de sus libros y de las reseñas que de vez en vez leo en la Internet. Tengo que conocer sus obras, especialmente la de los nuevos poetas pues presiento que están aportando otras propuestas y temas que nos conciernen a todos.

¿Existe un bloqueo real entre los poetas de la Isla y los de la Diáspora, o esto es solo un rumor malintencionado o una impresión superficial que se esfuma tan pronto uno cae en San Juan o los escritores de acá caen en NYC?

DCC. El libro de los regresos—El bloqueo a que te refieres es real. Yo, aunque regreso a Puerto Rico todos los veranos,  puedo decirte que a veces somos tan invisibles en la Isla como lo somos en Estados Unidos. Pero esta realidad no debe desanimar al escritor que vive concentrado en su trabajo y no va tras el reconocimiento pasajero. Hay que reconocer, además, que muchos de los poetas que viven en la Isla suelen a veces ser tan invisibles en otros países (a excepción de unos pocos nombres muy bien establecidos) como lo es cualquier hijo de vecino. Esto no me lo invento yo, lo puede comprobar cualquiera que se asome a las librerías Barnes & Noble de Nueva York buscando un libro de algún autor o crítico puertorriqueño.

¿Has sido alguna vez invitado a participar de alguna actividad literaria de ‘verga dura’ en la Isla?

—Solo he recibido invitaciones de la Junta Directora del Festival Internacional de Poesía de Puerto Rico (FIPPR), al que hubiera tenido que asistir por cuenta de mi propio bolsillo.

—¿Cuáles dirías que son las razones principales para que este bloqueo, rechazo, desconocimiento o “extrañamiento” mutuo se siga dando entre los escritores de la «band’ allá» y los de acá?

—Creo que se debe, sobre todo, al desconocimiento o falta de interés para conocernos mejor. Los egos y actitudes influyen mucho en la percepción de nuestra realidad. También nos faltan estructuras y súper lectores poco prejuiciados. Hoy echamos de menos la presencia de gente como la estupenda crítica Josefina Rivera de Álvarez, quien no escatimó esfuerzos en presentarnos como una “generación en perspectiva” en aquel excelente libro, Literatura puertorriqueña: su proceso en el tiempo.

Islas… Viví cerca de 30 años en NYC y pude comprobar que nuestra fragmentación allá, aunque muy distinta a la de acá, también es perniciosa. Por ejemplo, el brazo de mar que separa a los escritores puertorriqueños que escriben en español y los que escriben en inglés es casi tan insalvable como el que nos balcaniza acá. ¿Qué opinas?

 ¿Crees que hay modos de remediar ambos abismos? ¿Cuáles?

DCC. Al final de las palabras—Imagino que si hubiera un interés genuino de ambos lados, las cosas serían diferentes. Pero me duele pensar que no es así. El desconocimiento mutuo es real pero esto podría cambiar. Hay que crear nuevos puentes para compartir nuestras realidades e inquietudes, crear una realidad más solidaria frente a los nuevos retos que vivimos.

En toda época (y ésta no es excepción) ha habido un vacío “generacional” entre los escritores. ¿Cuál es tu relación con los poetas puertorriqueños más jóvenes?

—Te soy honesto. No tengo relación con los poetas jóvenes de la Isla. Me es desconocida la producción poética de muchos de ellos. Y lo mismo creo que ocurre con ellos respecto a mi trabajo y a otros poetas que residimos en Nueva York. Pienso que el joven poeta Ángel Antonio Ruiz está haciendo un gran trabajo en su Editorial Erizo. Ha venido proyectando las nuevas voces que van formando el mapa de nuestra poesía actual. He leído algunos textos de Ángel Antonio Ruiz en la Internet y siento que es un poeta consciente de su trabajo y de los textos que publica en su editorial. Y, aunque no lo conozco personalmente, me llena de alegría el trabajo que está realizando. Ojalá que haya muchos jóvenes con la voluntad y ética de trabajo que Ruiz tiene.

La pintura que los poetas varones hacen de la mujer resulta bastante problemática, especialmente para las nuevas lectoras. ¿Te enfrentas de manera consciente a esta problemática en tu poesía, o tratas de ser lo más espontáneo posible sin preocuparte por el cuadro que dibuje tu estética?

—No te puedo contestar esta pregunta de un modo honesto.

¿Crees que los poetas (de ambos sexos) están abordando como es debido ciertas temáticas cruciales a que nos expone el siglo XXI?

—Pienso que en la década del 70 surgieron nuevas tendencias, particularmente por las escritoras que exploraron en sus obras temáticas feministas y dieron un sentido de libertad en un lenguaje que retaba abiertamente las posturas y convencionalismos sociales de la época. Creo que esta visión se ha dado más en la novela y el cuento. Luego ha repercutido en la poesía con temas que exploran el cuerpo y el placer, el amor y la complejidad social frente a la sexualidad y otros temas que anteriormente parecían fuera de lugar. Pero el siglo XXI parece que será tan conflictivo como el siglo anterior. El modo en que las literaturas de este siglo reflejen las dolorosas y escabrosas situaciones que sufre la humanidad depende de la visión y la postura que los escritores asuman en sus obras. No creo, sin embargo, que hay que exigirle a un escritor que asuma esta o aquella posición. Creo que lo único que podemos exigirle a un escritor, desde el punto de vista literario, es que escriba bien. Y desde el punto de vista moral y ético, que no se venda a las ideologías y los intereses del mundo capitalista. Por eso, creo que los temas que un escritor aborde en su obra tienen que ser afines con su realidad. No podemos obligar a nadie a escribir lo que a uno le interesaría leer; aunque soy de la opinión de que el escritor debe manifestar un compromiso por lo que ocurre a su alrededor. No se puede adoptar una actitud de silencio ni de indiferencia ante las injusticias sociales.

Julian Assange, Bradley Manning, Edward Snowden… ¿Nos estamos aproximando a tientas y a ciegas a la concepción de un nuevo universo que aún no define sus perfiles? ¿Estamos en los albores de una nueva era?

DCC. Islas—Sí. Estamos ante los albores de una nueva era que está tratando de buscar una salida a los grandes males que afectan la humanidad: los poderes hegemónicos que tratan de controlar el mundo, el capitalismo, las oligarquías recalcitrantes y monarquías anacrónicas, el latifundio que todavía existe en muchos países de Latinoamérica, la brecha cada día más profunda entre ricos y pobres, la miseria en que vive la gran mayoría de los seres humanos, las riquezas desmedidas en mano de unos pocos, y la carencia de servicios por millones de seres que mueren cada día en el mundo… Todo esto es producto en cierta medida de la avaricia rampante que promueve el sistema capitalista.

¿Cuántos años llevas viviendo en EEUU?

—Llevo tantos años fuera de mi país (casi 38) que ya casi he perdido la cuenta. Llegué a Nueva York pensando (como muchos emigrantes) que iba a estar uno o dos años para luego regresar y establecerme definitivamente en la Isla, pero el destino cambió mis planes. Ya puedo cantar y hacer mía aquella canción que llevamos tan hondamente en el corazón todos los puertorriqueños: “En mi Viejo San Juan / cuántos años….” (Yo, por mi parte, tendría que cambiar un poco la letra: “En mi Viejo Arecibo / cuántos sueños forjé / en mis años de infancia…”)

Como ya has insinuado en esta entrevista, algo valioso debes haber recibido de la pena del exilio. ¿Están ya esta nación y la ciudad de NY incorporadas a tu poesía?

—El exilio es como un trago amargo, pero también es un trago aleccionador. Te permite ver la realidad desde distintos ángulos, y te permite también reencontrarte y estar más consciente de tu identidad. Como toda vida es un aprendizaje, uno aprende muchas cosas en el transcurso de ese viaje (para usar aquí esta metáfora que tan bien se ajusta a tu pregunta), que se termina físicamente con la muerte. El exilio te permite una visión más profunda sobre quién eres y cuál es tu realidad social respecto a los otros grupos étnicos (latinos o no) que han emigrado, te permite también reflexionar y poner en una balanza tus diferencias, actitudes y referencias culturales ante la idiosincrasia y el estilo de vida estadounidense. Allá nos percatamos de que estamos más cerca, y somos más afines al Caribe, a Latinoamérica y a España que a los Estados Unidos. Esto lo sabe mucha gente, pero más de cien años de colonialismo sajón crea una confusión tremenda. Y no digo esto por resentimiento o animadversión hacia el pueblo norteamericano, sino porque es una realidad tan clara como el agua, pues somos un pueblo con una cultura y una visión de la vida totalmente diferentes a la estadounidense.

Las influencias del ambiente sobre una persona determinan a veces el rumbo y la posición que ésta tomará. En mi caso no puedo decir que todas han sido negativas pues en Nueva York hice mis estudios universitarios, allí conocí a la que hoy es mi esposa, allí nació mi único hijo, allí conocí también a excelentes profesores y poetas con los cuales mantengo una bonita y duradera amistad. Pienso que toda ciudad a la que uno llega como emigrante se convierte en un laboratorio de expectativas y luchas, de anhelos y ansiedades. A veces cosas negativas suelen destruir la fortaleza humana y uno tiene que  sobreponerse y luchar contra la soledad y el olvido, contra la discriminación y el prejuicio, contra todos los obstáculos que se interponen para hacernos difícil la vida.

¿Has logrado establecer vínculos con poetas estadounidenses?

DCC. Una hora antes—La única poeta «americana» que conozco es la excelente Elizabeth Macklin. Esto es así porque no está en el interés de los escritores estadounidenses conocer y tener vínculos con escritores puertorriqueños, aunque puede haber siempre la excepción.

¿Vives relativamente aislado o tienes algún grupo con el que compartes tus trabajos con cierta regularidad?

—Comparto en Nueva York o cuando vengo a Puerto Rico con pocos amigos. En realidad vivo un poco aislado como suele vivirse en Nueva York. Pero comparto mis reseñas con amigos como el crítico y traductor Orlando José Hernández que siempre me ha ayudado con sugerencias y señalamientos oportunos. También conozco un buen grupo de excelentes poetas dominicanos, ecuatorianos, peruanos y mexicanos, pero no solemos reunirnos para leer nuestros trabajos, a menos que nos encontremos compartiendo en una misma lectura programada por alguna institución.

Se sabe de un fenómeno cultural que siembra luto. La pérdida de las librerías hispanas de NYC es el equivalente, en la ficción, a la huida del Sabio Catalán de Macondo. A partir de ahí, el mundo decadente será tragado por las hormigas. Ante ese escenario desolador para los amantes del libro, la presencia literaria de los boricuas y de otros grupos hispano/latinos en NYC, ¿ha encontrado la forma de fortalecerse o ha decaído en los últimos años?

—Pienso que ha decaído. Librerías como Macondo y Lectorum, ubicadas hasta ayer en la calle 14, han desaparecido. En Lectorum, como recordarás, se hacían presentaciones de libros y asistía un gran público interesado en la literatura. Hoy día no existe nada de esto. Por otro lado, los departamentos de literatura de CUNY ya rara vez promueven algún acto poético o algún encuentro cultural. Las cosas van cambiando con el tiempo, pero cambian en este caso para lo peor. Son tiempos difíciles para la poesía puertorriqueña en Nueva York; me refiero a la poesía escrita en español. La Ciudad siempre ha sido un espacio cultural agitado y lleno de sorpresas y novedades, pero en lo que respecta a la exposición de nuestra poesía me parece muy pobre. No podemos juzgar nuestra experiencia personal como poetas puertorriqueños con todas las otras manifestaciones artísticas que ocurren continuamente en Nueva York. Sabemos, por supuesto, que allí está el Instituto Cervantes y El Centro Rey Juan Carlos I en New York University, pero estos centros son para un público que, como suele decir la crítica, puede resultar excluyente.

Además de poeta, eres reseñista, comentador de textos y crítico. ¿Son tareas complementarias de tu hacer poético o las ves como oficios marginales al del poeta?

—De vez en vez escribo una que otra reseña, pero no soy un reseñista en el amplio sentido de la palabra. Es decir, no poseo la facilidad de esos críticos que sacan semanalmente una reseña en los periódicos. Las reseñas son también una parte de mi oficio y me deleita escribirlas pues aprendo mucho cuando examino los elementos y los temas que hacen posible y tangible la estructura de un libro, pero no soy un reseñista de oficio. Las reseñas ayudan a conseguir otra óptica de los libros que he leído o los que llegan a mis manos a través de poetas amigos. Las reseñas fijan más detenidamente nuestra mirada sobre la obra de un autor.

¿A cuántos festivales de poesía te han invitado en Venezuela?

DCC. Poemas y otros silencios—Me han invitado a dos festivales internacionales en la ciudad de Valencia, también a la Feria Internacional del Libro de Venezuela (FILVEN) en Caracas, y al Festival Mundial de Poesía que se celebra allí cada año en el mes de junio. Al primer festival que asistí fue en la hermosa ciudad andina, Mérida, cuando les otorgaron el Doctorado Honoris Causa a los poetas Ramón Palomares, Juan Sánchez Peláez y Rafael Cadena. Fue una experiencia llena de gratos recuerdos y de nostalgia cuando pensamos que alguno de esos queridos poetas ya no está con nosotros.

¿Crees que el público lector puertorriqueño es conquistable por autores diaspóricos como tú o esta plaza está perdida para Uds.?

—Pienso que sí, pero sin el apoyo de los medios de comunicación y la crítica contemporánea el público lector no podrá enterarse de la literatura que se escribe en Nueva York u otros estados de la nación americana. Pero no sé si en Puerto Rico existe un gran público lector de poesía…

Con su Simone, el puertorriqueño Eduardo Lalo se ha convertido en el primer antillano de habla hispana en obtener el «Premio Rómulo Gallegos de Novela», un gran honor que esta patria nuestra merecía desde hace tiempo. A raíz de esta sorpresiva noticia… Sorpresiva ya que Eduardo Lalo era hasta ayer un escritor de larga trayectoria pero –por ingratitud del raquítico establecimiento cultural y otros vicios sociales endémicos que sufrimos– era también un novelista muy subestimado por unos, y muy desconocido por el universo de las letras. A raíz de este importante galardón, ¿crees que la llamada “invisibilidad” de la literatura puertorriqueña a escala internacional llegue pronto a su fin, como (de seguro) ya ha llegado para Lalo?

—Me alegra mucho este premio porque es en el fondo un triunfo de todos. ¡Qué bueno que la obra de uno de los nuestros sea reconocida con un premio tan prestigioso! Los premios de esta índole quitan el lastre de la invisibilidad. Son premios importantes no solo porque en ellos se reconoce la calidad literaria de un escritor sino también porque proyectan su obra a Latinoamérica, España y al resto del mundo.

La Feria del Libro de Guadalajara (1998) tuvo, y ahora la Feria del Libro de Lima (2013) tiene a Puerto Rico como país invitado de honor. ¿Qué aportación crees que estas experiencias nos otorgarán al fin de salir de nuestro silenciamiento cultural?

—Tu pregunta sobre la Feria Internacional del Libro en Lima, Perú (FIL-Perú), me hace reflexionar sobre el asunto: nuestra presencia como una nación portadora de una expresión artística es tan importante y esencial como la de cualesquiera de las que conforman el nuevo panorama literario latinoamericano. Pero me sorprendió que confundieran nuestro himno con el  “Star-Spangled Banner”. Estas confusiones revelan la visión que se tiene en el mundo  moderno de nuestra realidad política y cultural ya que, como sabes, no existimos como país soberano. Lo del himno fue un lapsus lleno de una connotación cultural y política. Pero en fin, ¡qué bueno ese gesto solidario de Eduardo Lalo sobre el injusto encarcelamiento del patriota Oscar López Rivera! ¡Qué bueno que llamara la atención en el Perú sobre el cruel encierro al que es sometido nuestro compatriota por amar una patria libre y soberana!

Nuestro aislamiento cultural del mundo, ¿se debe a nuestro carácter insularista, a la calidad extraña de nuestras entregas, a las mega-industrias editoriales que (en general) nos ignoran, o al sistema colonial que padecemos? ¿Cómo precisarías las responsabilidades que le corresponden a cada uno de esos factores?

DCC.6—Son varios los factores que deben entrar en juego con el fin de crear las condiciones necesarias para que los artistas puertorriqueños y sus obras adquieran una  presencia más significativa en Latinoamérica y España, o que sus obras sean traducidas a lenguas extranjeras. Se necesita, primeramente, crear un Departamento de Cultura que no sea partidista, al que se le asignen los fondos necesarios para que funcione independientemente de la gobernación de turno; se necesita crear una sensibilidad hacia las artes, tan ignoradas por el Departamento de Educación a través de los años; la Prensa y los medios de difusión del país deben contribuir, dejando de lado la chabacanería y haciendo un aporte significativo a nuestra calidad de vida. Yo sé que tenemos editoriales que producen hermosas y excelentes ediciones, pero sus recursos económicos no les permiten promover sus libros y hacerlos accesibles al lector español o latinoamericano. Hay que explorar otras vías para impulsar el mercado del libro puertorriqueño, como lo han venido haciendo España y otros países de Latinoamérica.

¿Está en tus planes volver a residir de forma permanente en la Isla? ¿Te atemoriza volver, o estás deseoso de vivir ese reto?

—Por ahora no tengo planes de volver. Es posible que un día regrese definitivamente, pues sé que tarde o temprano mi cuerpo reposará ya para siempre en esta tierra.

¿Qué reajustes o sacrificios implicaría esta mudanza?

—Por ahora prefiero ni mencionarlos, porque en realidad eso conlleva un reajuste emocional al que a veces no es fácil adaptarse.

¿Estás dispuesto a pagar el precio del regreso a un lugar en el que tendrías que comenzar (a tan tierna edad, ¡ja!) a darte a conocer como si fueras un novato, a menos que…?

—No, este regreso no tiene que ver nada con el reconocimiento o la situación literaria en la Isla. Eso en realidad es lo de menos. Yo no añoro ni busco ningún tipo de reconocimiento que no merezca. Y si regreso, seguiría haciendo lo que siempre he hecho en la soledad y el silencio que requiere la escritura.

¿Eres religioso, librepensador, agnóstico o ateo?

—No soy un fiel cristiano pero tengo fe y me siento un poco cristiano. Creo que Eugenio Montejo escribió un pensamiento sobre este asunto y cuyas palabras ─que no recuerdo muy bien ahora─ parecen que dicen lo siguiente: “la poesía nos ayuda a librarnos de los excesos del ateísmo”. Se me hace difícil pensar en un poeta ateo ya que la poesía está llena de mundo y de los misterios del mundo mismo en que vivimos. La poesía también, para mí, es un acto religioso o, es, como he escuchado en alguna ocasión, lo más que se parece a la religión.

¿Qué te parecen estas expresiones de Saint-John Perse? Cuando las religiones se derrumban la poesía es el refugio de lo divino.

—Creo que sí. Me parece que la poesía y la religión siempre han ido de la mano. Toda la poesía mística española se funda, en cierto modo, en este concepto de la divinidad y el alma. Pero no sé si las religiones se derrumban o lo que se derrumba es la fe de quienes las profesan.

¿Tienes alguna obra ya preñada, en gestación, en estos días?

—Como te dije, he terminado un libro que permanece inédito. Se encuentra en espera en la Editorial El Perro y la Rana, en Venezuela, pero no sé exactamente cuándo saldrá a la luz. Lleva por título, Presencia de lo efímero. Pienso que da una idea de todos esos pequeños y grandiosos instantes de que está hecha la vida, es decir, esas experiencias que entran en nuestro caminar por el mundo; instantes como relámpagos que marcan para siempre nuestro modo de ser y se extinguen como esas pavesas de que habla la canción del Trío Los Panchos en el bolero “No me quieras tanto”.

¿Nos regalas unos versos del nuevo poemario?

—Si me das unos segundos…

Regreso donde mis ojos vieron volar las golondrinas
no las que Bécquer vio sino estas otras
que de la vida traigo y aquí dejo
la vida que me dieron mis padres una noche
vida que cada instante me vive y me desvive
como una lluvia que escapa entre los árboles
y no vuelve jamás y es inútil quedarse y retenerla
cuando la piel se tiñe de gris como un ocaso
que se está yendo siempre para siempre.

Después de leernos en voz muy íntima estos versos tan amarrados al desexilio, el poeta queda por un instante en estado de éxtasis, como si se fuera a viajar por la niñez, o a quedarse dormido. Luego, de un salto, se incorpora, mete las cejas debajo de las alas del sombrero, y dice: “Te invito a un sancocho en El Jibarito”. | jmrn, san juan, pr jumanuel1711@yahoo.com

Fernando Valerio-Holguín: “El poeta debe morir en cada poema…”

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fdo 2ELI QUEZADA « El poeta debe morir en cada poema y con el mismo propinarle un hachazo en la sien al lector —pienso en Kafka—. El poeta debe convertir en visible lo invisible, trascender la mezquindad y crecer en su humanidad».

Simbiosis de temas de la realidad real o imaginaria, contrapunto en sol mayor de una surrealidad onírica: el poeta. Constructor de ensayos de investigaciones exhaustivas del hombre de letras,  del académico comprometido con la historia: el pensador. El buscador de verdades. Inquisidor de contenidos que nos invitan siempre a profundas reflexiones… Fernando es sinestesia total por no decir eclipse y catarsis, pensamiento y razón, ilusión y verdad… su verdad retratada en su obra, mientras dice “La vida se agota, queda la palabra, la palabra en mí.” Esto es leer la obra de Fernando Valerio Holguín* y trascender a su pensamiento. No se equivoca en su arranque Wildeano de querer rejuvenecer a través de sus RETRATOS. Ciertamente, tu palabra siempre quedará.

No me detendré en la formulación de preguntas —lugar común— de muchas otras, vale decir, sobre estructura, estilos y motivación poética; es como querer indagar sobre el secreto elemento con que sazona su prosa poética, es decir, su filigrana única… su sabor. Ningún chef del mundo cuenta sus secretitos. Lo que podemos extraer, en esta entrevista, se los prometo, es el pensamiento del escritor, del hombre detrás de sus retratos; quien, en definitiva, como todo buen escritor,  hace de su discurso, su espejo.

Lacan dice: “Le stade du miroir comme formateur de la fonction du Je telle qu’elle nous est révélée dans l’expérience psychanalytique”,  ¿qué nos puede decir de este pensamiento, en relación a sus retratos, auto-retratos?

—“Yo soy otro” (Rimbaud). Frente al espejo, se supone que debería verme imaginariamente mejorado en mis autorretratos. Sin embargo, lo que el espejo me devuelve es un yo complejo y conflictivo con respecto a la sociedad. Cuando comencé a escribir los autorretratos, tuve la ilusión y la esperanza de que los poemas envejecieran en mi lugar. Pero cada uno de los autorretratos, en los sucesivos aniversarios de cumpleaños, me acercaba más a la muerte. El último, lo escribí a los cincuenta y entonces paré de contar.

Con respecto a los retratos, hacer retratos de palabras es otra manera de escribir sobre uno mismo, y terminar haciendo autorretratos. Me identifico con los retratos de las personas que admiro o amo: César Vallejo, Violeta Parra, Mercedes Sosa, la Morena del Colmado, Michael Camilo, Olga Kern, Luisa Futoransky, entre otros. Hay en cada uno una cualidad esencial a través de la cual me conecto con ellos. ¿Sensibilidad artística? No sé.

¿Es “Fernando Espejo” una especie de alter ego o usted frente a un espejo (valga la redundancia)?

Fernando Valerio Holguin. Cafe insomnia—Efectivamente. Fernando Espejo es mi alter ego. Me miro frente al espejo, que me devuelve ese otro que no soy y soy. En el Alzheimer encuentra Fernando Espejo el placer de olvidar, lo que representa una paradoja, porque la escritura se funda en la memoria. En el cuentema “La noche del poeta Fernando Espejo”, más que afán por la fama, el poeta le da la bienvenida al olvido de sí mismo y de los demás para evitar el dolor. En Rituales de la Bella Pagana, el poeta deambula enamorado, insomne,  ebrio,  por los pasillos ajedrezados de un Palacio de Espejos (“con una enorme herida luminosa”). El Alzheimer viene a rescatar al poeta de ese amor. Hay una vocación de olvido en Fernando Espejo. 

¿Debe, el poeta, el escritor, ser recipiente, médium, cortina de humo, bufón, oCronista de la sociedad en que vive?

Si hablamos de compromiso, pienso que el primer compromiso de un escritor es escribir bien. Luego viene la libertad de palabra, que no haya una coacción por parte de ningún poder. No se trata de tener un mayor o menor éxito, de vender la mayor cantidad de libros u obtener los más codiciados galardones. El poeta debe morir en cada poema y con el mismo propinarle un hachazo en la sien al lector —pienso en Kafka—. El poeta debe convertir en visible lo invisible, trascender la mezquindad y crecer en su humanidad.

Particularmente creo que el mundo está cansado de las malas noticias, y que las artes siempre han sido un medio catártico para sobrevivir al estrés. ¿Qué es lo real y lo irreal, en su obra, en su vida?

—En el poema “Scrivo”, el yo poético expresa: “Escribo/ para escapar de los sueños/ al verso que madura/ con perfume de cosa dulce y podrida/ y se convierte en realidad/”.  Esto parecería una contradicción, porque se ha hablado del arte como escape de la realidad o como catarsis, pero lo que el emisor quiere expresar es que la poesía funda su propia realidad. Los sueños se han convertido en pesadillas y sólo queda “la vasta realidad del poema”. En el sueño habita lo Real (el inconsciente). De nuevo, Fernando Espejo quiere olvidar lo Real y despertar en el poema.

Leyendo su grandiosa y multifacética obra he podido disfrutar de su metáfora sinestésica. De su amor por la naturaleza, por la mujer, su amor al amor. A la música. A las frutas, al color, al arte… Erick Fromm, declara en su famoso libro «El arte de amar» que: “…el amor es creador” —que potencia la acción creativa. ¿Es el escritor, el poeta, un ser que ama, que siente mucho? Su concepción del amor.

—En Rituales de la Bella Pagana, que es un poemario sobre el amor, encontrarás muchas definiciones del mismo: “El amor es un dulce hechizo de felicidad en la bruma silenciosa en que nos reinventamos a cada instante”, “…es una luminosa herida de la que brota el tiempo transfigurado en palabras”. El amor es …. “conocimiento. . .  el amor es también una salvación, es infinito y aun imposible, es una catástrofe, es una muerte lenta, segura, es una patología del tiempo y la palabra, es tiempo y también religión, es también una patología trivial del lenguaje, es como el vino, un suave merlot de pausada euforia, es el alcoholismo de los amantes, es un furor que se consume en su propia llama…” Más que amar, el poeta quiere ser amado y ofrece en la palabra precisamente aquello de lo que carece: amor. El amor como salvación es una propuesta idealista que potencia al ser humano en la escritura.

Por tanto, si se ama mucho, se tiende a desilusionarse mucho. ¿Es el dolor, materia prima de los escritores? Su concepción del dolor.

fdo4En la tragedia clásica griega, el actor, a través de lo que se denominó anagnórisis, aprendía, encontraba su identidad, a partir del dolor. Hay quienes sólo sufren pero nunca aprenden nada ni saben quiénes son. Si aprendes a escuchar tu dolor y lo transformas en arte, entonces el dolor se convierte en materia prima. En el cuentema “Anagnórisis” de Elogio de las salamandras, el narrador expresa lo siguiente: “Hay gente que sólo sufre, pero nunca aprende de su dolor. El desamor de una mujer, la súbita pérdida de la vista, la muerte de un hijo, el genocidio de tus coterráneos en una distante frontera, el diagnóstico de cirrosis en tu verde hígado, pueden, de alguna manera, iluminar tu vida”. Luego, hay una epifanía en el dolor. Eres, si se quiere, la suma de tus “luminosas heridas”.

Escindes en tus letras, en algunos de tus versos a la idea de ser un enviado, un ícono, un ejemplo de algo o de alguien. ¿Quieres ampliar de lo que se trata?

—Algunos poetas (Neruda, Mir) se erigieron en voceros del pueblo sin que el pueblo los nombrara. Es por lo que respondo, y gracias por acordármelo, en un poema de Retratos: “No vengo de parte de nadie porque no me han nombrado vocero de grandes multitudes”. ¿Por qué escribo? Para escapar de los sueños, ya lo he dicho. Creo que aunque el poeta deba hacer visible lo invisible, como parte de su responsabilidad frente a sí mismo y a la sociedad, el poema no ofrece soluciones reales, sino imaginarias. Vallejo fue diferente: escribió desde su dolor individual el desgarramiento social.

Volviendo a la sinestesia, ¿Son los grandes poetas –malditos- si se quiere, fuertes referentes en su obra? (Rimbaud, Baudelaire, Verlaine). Si quiere ampliar sobre el surrealismo.

Muy acertada tu pregunta. Cuando allá por los remotos años de mis estudios de letras en la UASD (1974-1982), conseguí una edición bilingüe de estos poetas y como en esa época también estudiaba francés, la lectura-traducción-comparación fue para mí una maravillosa revelación. Como además estudiaba música, comprendí que la eufonía, el ritmo y la musicalidad en el verso serían cruciales en mi poesía. Al surrealismo llegué, en la poesía, a través de Federico García Lorca, y en el cine, Luis Buñuel. Por supuesto, a Breton, Apollinaire, Éluard, Artaud… los leí, poco pero bien. Encuentro en el surrealismo la posibilidad de articular en mi escritura ese mundo onírico que durante tanto tiempo me ha atormentado: la contradicción, lo disímil, lo que no tiene relación en el mundo visible.

Hablando de referentes. ¿Qué prefiere leer? ¿Qué lee ahora?

Fernando Valerio Holguin. RetratosMis lecturas van desde teoría literaria, pasando por crítica cultural, marxismo y sicoanálisis, hasta novela y cuento (pocos) y poesía (mucho más)… Mis preferencias han cambiado. En una época me propuse leer todos los cuentos que pudiera conseguir. Fue la época de Bouvard y Pécuchet que compartí con mi amigo el lingüista y poeta Juan Byron. También leí muchas novelas clásicas: latinoamericanas, españolas, francesas y rusas. Actualmente, prefiero leer poesía. En estos días estoy leyendo al poeta israelí Yehuda Amichai y al irlandés Seamus Heaney. Estoy leyendo, para mi curso “Imagen, música, texto”, el libro Códigos del color: Teorías modernas del color en filosofía, pintura y arquitectura, literatura, música y sicología de Charles A. Riley II. Estoy leyendo también La poesía del pensamiento de George Steiner para un ensayo que me han solicitado.  En fin, con la preparación de las clases durante el semestre, no tengo mucho tiempo para leer textos que no sean académicos, por lo que aprovecho las navidades y el verano para leer. Acabo de regresar de Santo Domingo, donde me pasé un año sabático de investigación. Pude leer bastante durante todo ese año.

Parafraseando a Sartre, en el hecho de —“no ser necesario o excedente” — y aunque, luego de leer varias de tus obras, creo saber la respuesta… pero el público no… finalmente, ¿escribe para ser necesario? ¿Cree que la obra artística otorga cierta eternidad a su creador?

Ars longa vita brevis. La vida se agota, queda la palabra, la palabra en mí. Creo en la escritura como concreción del pensamiento. Cuando un lector hala un libro mío del anaquel de una biblioteca o lo descarga en su computadora y me lee, allí se abre un diálogo que actualiza mi pensamiento. A la vez, mi obra es parte de otro diálogo más amplio con algunos escritores contemporáneos y con otros del pasado. De alguna manera soy parte de una constelación de voces que pasaron y voces que quedaron. En mi escritura habita todo lo que he sido y no he sido. A través de mí, como un ventríloquo, hablan también mis muertos. | eq, santiago, rd eliquezadaj@gmail.com

René Rodríguez Soriano: Las fronteras son de tiza *

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rrsMAURICIO ORELLANA SUÁREZ [mediaisla] «De donde vengo no es un lugar; es el lugar en el universo donde confluyen muchas aguas, muchos vientos y aires de todos los confines. Africanos, malasios, chinos, indios (de la india) y europeos, además del polirritmo, nos legaron sus creencias, sus mitos y leyendas. Nos leemos y nos reflejamos en todos los espejos».

René Rodríguez Soriano, Constanza, República Dominicana, 1950, es poeta, narrador  y publicista. Ha obtenido varios premios en certámenes literarios de su país, entre ellos, el de Concurso de Cuentos de Casa de Teatro (1996), el Premio Nacional de Cuento (1997), el Premio Nacional de Literatura UCE (Universidad Central del Este) 2007 y 2008, en Novela y Poesía, respectivamente. Desde 1998 reside en Texas, desde donde difunde y promociona la literatura dominicana. Es fundador y director de la revista virtual mediaIsla.

Por lo que me decías hace poco en Panamá, en donde fuiste jurado del premio de novela del concurso Ricardo Miró, parece existir una inclinación natural de los dominicanos, y en general de los caribeños, una cualidad por echar cuentos, por ser “vaineros”, por contar historias con mucha pericia y adornarlas con mucha imaginación, eso en la vida diaria. De dónde crees vos que viene eso  y cómo se capitaliza en términos de narradores y narradoras que se deciden en la actualidad, profesionalmente, a poner en papel esas historias con esa manera tan jugosa que tiene el caribeño de contar, porque cabría pensar que esa cualidad natural debería de traducirse en una buena cantera de narradores y narradoras.

—Supongo que de nuestra herencia. Somos fruto de un guiso que se coció a todo vapor en el mismo centro de la plantación; hijos del rumor traslapado y propagado sotto voce de caserío en caserío. El ingenio, que en el principio fue el centro de producción y motor de la vida de las primeras poblaciones del Caribe, debió imprimir en sus habitantes la impronta de su fuerza, de su ritmo. Precisamente esa facilidad para articular, manipular, bien combinar sucesiones de ritmos que cortan otros ritmos. Provenimos del caos y en sus aguas, plácidamente, nadamos o volamos, siempre en fuga. Si de vaineos se trata, sería recomendable deslindar las colindancias entre el discurso literario y el histórico que exudan en toda su corporeidad los textos de los Cronistas de Indias. De entonces acá ha corrido tanta agua bajo los puentes y a orilla de las islas. Un agua que se repite, como diría Benítez Rojo, quien, precisamente sostiene que ese constante vaivén nos empuja “al viaje, a la exploración, a la búsqueda de rutas fluviales y marinas”. Siempre tenemos algo que contar y que cantar, la mayoría de veces con cierta gracia y encanto.

¿Qué obras dominicanas y caribeñas han sido un hito en tu oficio de narrador, y hasta qué punto dirías que te han influenciado o inspirado?

Las fronteras son. Yelida—Como vengo contando, de donde vengo no es un lugar; es el lugar en el universo donde confluyen muchas aguas, muchos vientos y aires de todos los confines. Africanos, malasios, chinos, indios (de la india) y europeos, además del polirritmo, nos legaron sus creencias, sus mitos y leyendas. Nos leemos y nos reflejamos en todos los espejos. No en vano flotamos en el centro de lo mágico y lo real maravilloso, de uno y otros litorales. De ambos cantos de la isla, casi de memoria, cito: Los imbeles (Julio Vega Batlle, 1976), La mujer de agua (Ramón Lacay Polanco, 1949), Los algarrobos también sueñan (Virgilio Díaz Grullón, 1978), Yelidá (Tomás Hernández Franco, 1942), Rosa de tierra (Rafael Américo Henríquez, 1944), La tierra escrita (Aída Cartagena Portalatín, 1967), En el barrio no hay banderas (René del Risco Bermúdez, 1974) Torre de voces (Franklin Mieses Burgos, 1929), La fértil agonía del amor (Marcio Veloz Maggiolo, 1982), Jardines de la lengua (Pastor de Moya, 2003), Mi compadre el general Sol (Jacques Stéphen Alexis, 1955), El palo encebado (René Depestre, 1975), Los gobernadores del rocío (Jacques Roumain, 1944), Perejil (René Philoctete, 1989) y, para que no se me despunte el lápiz, paro de contar. Por ahora.

Para alguien que desconoce por completo la realidad histórica y social dominicana, su relación con la otra mitad de la isla, por ejemplo (algo que no es muy poco frecuente dado los aislamientos culturales en que nos encontramos los países latinoamericanos), y cuyo referente literario a lo mejor sea solo La fiesta del Chivo de Vargas Llosa, ¿qué obras de autores ya sean o no dominicanos le recomendarías para irse adentrando a través de la literatura en esa historia y esa realidad social dominicana, para entenderla desde sus orígenes?

—Recomendaría, en cierto modo, trazar un hilo imaginario que nos lleve desde El Enriquillo (Manuel de Jesús Galván, 1879), pasando por supuesto, a través de La sangre (Tulio Manuel Cestero, 1914), Camino real (Juan Bosch, 1933) Over (Ramón Marrero Aristy, 1939) y La vida no tiene nombre (Marcio Veloz Maggiolo, 1965) hasta llegar a los predios de El personero (Efraím Castillo, 1999). Novela esta última que, además de ser anterior a La fiesta del Chivo (2000), de Mario Vargas Llosa, está mejor articulada como artefacto narrativo y le ofrece al lector una magnífica representación de la turbulencia y el asco en todas sus bifurcaciones y paradojas. Antes y después de los referentes mencionados, por supuesto, hay yardas y yardas de tela para contar. La de la narrativa breve y la poesía es otra travesía, llena de voces y de ecos. No cometeré la perogrullada de esquilmar la guía telefónica o esgrimir un sobado manual de adulaciones y adhesiones. Por suerte, en estos tiempos del retorno de la fe, existe san Google y, a través de su gran poder, nadando en sus aguas, se puede arribar al continente y contenido de las voces referidas en la pregunta anterior y muchas más. Estoy seguro que esas aguas, con sus confluencias, afluencias y trasvases, conducirán a otras fuentes que puedan dar una visión de conjunto de unas letras que se orean a orillas del Mar.

¿Cómo se sigue la trayectoria a partir de estas obras hasta la literatura contemporánea dominicana?

Las fronteras son. Bienvenida y la noche—A pie o en yola, “lo mismo da atrás que alante”, dicen.

Dirigiste una antología de cuento dominicano. Contame más de eso. Cuáles autores, bajo qué criterios.

—Más que antología, yo te diría que armé una apretada selección de cuentos de autores dominicanos. País inverosímil (2007) es una reunión de textos que pretende dar una visión de conjunto sobre el imaginario dominicano; afortunadamente, y contraviniendo los sagrados códigos del stalinismo ambiental (la selección fue hecha a solicitud del Consulado Dominicano en la ciudad de Miami, FL), sin importar con cuál brazo o de qué lado batean los miembros del equipo, cuentan quienes cuentan. Armé una especie de dream team. Lo demás es otra historia. Sin lugar a dudas, el cuento es el género de lujo de las letras dominicanas. Nombres y obras como las de Juan Bosch, Hilma Contreras, Marcio Veloz Maggiolo, Manuel Rueda y René del Risco Bermúdez, lo atestiguan con creces.

Vivís fuera de República Dominicana desde hace doce años, ¿cierto? ¿Cuáles fueron las circunstancias bajo las que decides salir del país, y cómo ha cambiado tu visión, cómo se filtra ahora la realidad literaria de tu país desde la perspectiva del exilio?

—Llevo dicho por ahí, que jamás me fui. Salí a comprar hojitas de mejorana para una tisana de mi madre. Soy del Caribe. Viajo y voy por los caminos, absorto ante el bullicio de la luz, los cántaros y el batir de los cueros. Rememoro la asincopada danza del trapiche y los arneses, danzando sobre los anaranjados atardeceres. Mi realidad viene conmigo, me acompaña y me despierta al cantío de los gallos del amanecer.

—¿Te considerás un autoexiliado?

—Las fronteras son de tiza; y decía Manuelico: “el día más claro llueve”.

Cuáles autores y autoras y obras destacarías de entre las nuevas y quizás no tan nuevas voces literarias de tu tierra natal.

Las fronteras son. Los algarrobos también sueñan—Desde hace ocho años, junto a un grupo de amigos, de esos que como yo llevan siempre a mano un borrador de tiza y aman del inglés el vocablo delete, se nos dio por configurar un espacio en la red. En principio no pretendíamos otra cosa que coquetear con las estrellas, y leernos mutuamente hasta pelearnos. Después, a alguien —no recuerdo a quién— se le ocurrió correr la voz y dejar que entraran y salieran los perros, que rompiéramos fuente y que entraran y salieran los habitantes. Nació mediaIsla. Muchos consideran que es una revista, yo me conformo con la oportunidad de mantenerme al tanto de casi todo lo que pasa por el camino real. A través de ese portal, además de dar cuenta de lo que acontece afuera, pasamos un ajustado balance de los registros de las voces más destacadas de ambos lados de la isla y sus alrededores.

¿Conocés obras de salvadoreños y de centroamericanos?

—Claro que sí, creo que por nuestra condición de vivir a orillas del mar, camino a todas partes, no nos sentimos extranjeros en ningún lugar. La literatura es un viaje que asumo sin visa ni pasaportes. Hace tiempo cayeron en mis manos los textos de Claudia Lars, Salarrué y Francisco Gavidia; Roque Dalton nos duele a todos, Carmen González Huguet nos lo recuerda. Y ahora tú. ¿Qué más te puedo decir? Más que en los mapas, en la literatura las fronteras son de tiza. Incluso, dudo que Rubén Darío, Miguel Ángel Asturias, Carmen Naranjo, Augusto Monterroso, Roberto Sosa, Gioconda Belli, Ana Istarru y Enrique Jaramillo Levi, pertenezcan a algún país centroamericano; son mi voz, y la de todo lector que se respete. | mos, san salvador, el salvador editexto@gmail.com

* Revista de Cultura 110, San Salvador, El Salvador (Octubre, 2013). http://issuu.com/revistacultura/docs/revista_cultura_n__110/39?e=6013423%2F5468981

René Rodríguez Soriano: “El hecho de escribir, de por sí ya es una indignación”

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reneroso. PortadaLUANA DÁVILA [mediaisla] «Trato de hilvanar, con el escaso hilo con el que normalmente cuento, mis historias, mis ambientes y mis tramas. Traumas y milagros de todos los días. Mis personajes, mis historias no son cosas del otro mundo. Beben de la fuente de la vida misma que, afortunadamente, sobrepasa las chatas posibilidades binarias».

Conocí a René Rodríguez Soriano en una presentación literaria en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe para estudiantes doctorales en Filosofía y Letras. Quedé impactada con la originalidad de su estilo, la soltura y desenfado con la que se deslizaba de un tema a otro. El discurso lúdico de su lenguaje, a través del cual se divierte entre la tinta y el papel, deslizándose entre el amor y el desamor, lo efímero y lo constante, lo bello y lo erótico, lo urbano y lo rural, lo real e imaginario, lo diacrónico y sincrónico, entre frases huidizas y palabras rebeldes… sin lugar a dudas, me atraparon.

René Rodríguez Soriano seduce, deslumbra, denuncia, enamora, atrapa a sus lectores y no hay manera de escapar del embeleso que provoca el deleite de la degustación de los exquisitos manjares ante los cuales nos expone, desnudos. Su lenguaje no busca impresionar al lector, es sencillamente el arte que brota de la espontaneidad que fluye como las aguas de un río que desemboca en el mar abierto. Elegí trabajar la cuentística de René Rodríguez Soriano para mi tesis doctoral. Por tal razón, le solicité esta entrevista a la cual accedió amablemente. Es mi deseo compartirla con aquellos que al conocer su obra, no pueden cesar de perseguirla.

¿Qué fue lo que te animó a escribir por vez primera?

Portada Raices3—Ni idea, ni recuerdo el donde ni el cuándo ni por qué. Quizá porque de un momento a otro las palabras comenzaron a apozárseme en la boca, y se me hacía tan cuesta arriba manipularlas, dejarlas salir. Desde entonces, supongo, piensan mis dedos; son ellos los que escriben en realidad.

En varias de tus narraciones escribes sobre el encuentro con el amor, ¿crees que el amor a primera vista existe o esto es parte de una ficción?

—¿El amor? Yo diría que sobre el deslumbramiento. Mis dedos, ya lo he dicho alguna vez, como yo, no buscan; solo encuentran, se encuentran con sus pares. Seres de esos que van por ahí desnudos, sin uniformes ni sotanas, llenos de luz y a toda lámpara apagada.

Existe una simbiosis entre la música y tus historias, ¿por qué la música cobra tanta relevancia en tu obra?

—La música es sonido. El arte de bien combinar los sonidos y el tiempo. Mis personajes están hechos de eso, de sonidos, de palabras que estallan y retornan paridas de instantes y matices.

En tu obra cuentas la historia a través de múltiples voces narrativas, desde el hombre, pero también desde la mujer, la radio, el discapacitado, ¿cómo lo logras? (El discapacitado lo vi en uno de los cuentos de Todos los juegos el juego, cómo logras todo eso, pensar como una mujer, como un radio, como un discapacitado; me imagino que estudias el personaje, lo observas en detalles; porque de hecho esa manera tuya de captar el detalles es monstruosa, eres un gigante; desde un radio

—Trato de hilvanar, con el escaso hilo con el que normalmente cuento, mis historias, mis ambientes y mis tramas. Traumas y milagros de todos los días. Mis personajes, mis historias no son cosas del otro mundo. Beben de la fuente de la vida misma que, afortunadamente, sobrepasa las chatas posibilidades binarias. Sin mucho esfuerzo, con tan sólo un poquito de sensibilidad podemos apreciar que entre el negro conviven sin percudirse ni desteñirse infinidad de tonalidades de grises. Así sucede con los sonidos, sobre todo en este Caribe polifónico y tenaz en que vivimos.

¿De qué manera haber vivido las dictaduras de Trujillo y Balaguer, marcaron tu obra? (obviamente presentas un compromiso social en tu obra, porque no es solo erotismo, lo que se vive, ni majestuosidad…)

El mal del tiempo-1—Uno se curte, se cose un traje de amianto contra la envidia y las bajas pasiones. Yo era un niño todavía cuando oficiaba Trujillo su sainete de sangre, delación y sevicia, pero leía en los sesgos y en los márgenes de las cartillas de lectura, torceduras y manías. Con Balaguer, ya fue otra cosa. Tenía ojos para ver la ceguera con la que se ordeñaba un ganado que de antemano tenía todas las de perder. Eran más burdos la trama y el escenario, o yo, tal vez, era más ducho espectador… Sin lugar a dudas, ser testigo de excepción de dos capítulos infortunadamente escamoteados a la Historia universal de la infamia, afinaron mi olfato y mi visión para cruzar de lado a lado por el entre el cieno y las luces de artificio sin miedo a deslumbrarme ni a caer.

¿Te consideras machista?

—Sí, machista leninista y miembro de número del Partido Comunista del Niño Jesús.

¿Cuáles, en tu opinión, son las características que hacen bella a una mujer?

—Ser fanática de los Tigres del Licey y bailar con su faldita azul sobre el dogaut.

¿Crees que lo efímero de una relación puede tener carácter de eternidad?

—Me importa un bledo el fósforo; me seduce el chispazo de luz, su permanencia.

En el cuento, “No sé de qué me habla, señor”, el personaje protagónico se enloquece al darse cuenta que se enamoró de un travesti, no de una mujer, y lo asesina; ¿esto en alguna manera representa la homofobia del escritor?

CancionesRosa_Cover2a(1)—El personaje no mata a nadie. En realidad no hay ningún travesti. El personaje, ante el acoso de una pertinaz y aviesa interrogación se sale de la realidad o se burla de los gendarmes para no dejarse confundir ni aceptar una culpabilidad que le quieren enrostrar.

En el cuento, “Más que la palabra rosa”, hablas de Malagón, personaje que también conocimos en tu novela, El mal del tiempo, ¿este personaje existió en la vida real o es solo una ficción?

—En la aparente línea que separa lo real de lo real deseado, Malagón es un personaje que excede todos los límites de la mesura y la mensura. Fuera de la ficción, quién sabe, quizás un extra de Luigi Pirandello o de Balzac.

Actualmente se ha considerado en diversos países el matrimonio entre personas del mismo sexo, ¿cuál es tu opinión en torno a este tema?

—No es noticia para nadie, la ley y el orden siempre han ido a la zaga de la costumbre. Desde mucho antes de ser instituido el matrimonio ya existían parejas.

¿Cómo surgió el título Betún melancolía?

—Yo diría que fue fácil. Mucho más fácil de lo que decían en mi pueblo sobre la costumbre de los japoneses para elegir el nombre de los recién nacidos. Aunque tiene que ver con pomos, cristales, hojalatas, cerdas y trapos… para elegir el título del texto que finalmente terminó utilizándose para nombrar la agrupación solo tuve que pensar en mi amigo Olegario, un lustrabotas de mi pueblo que en el declive de algún atardecer perdió el boleto de regreso y se quedó flotando en una nube.

Tu obra ha sido altamente elogiada por el manejo de un lenguaje poético impresionante, sin embargo, en el cuento “Vivir de los recuerdos”, el tono es distinto, el narrador se torna irreverente, desenfrenado, subió de tonos rojos a violetas, ¿qué puede provocar realmente la indignación de René Rodríguez Soriano?

Portada-visiones—Creo que ni lo uno ni lo otro. Con el mismo daltonismo con el que el toro ataca el trapo del color que le pongan, el lector trata de leerse a sí mismo en cada texto. Rara vez ve más allá de lo que quiere ver. Con la misma lengua de nombrar la rosa, se eluden las espinas y se alude lo efímero. El olor, el color y el dolor son gajos de la misma naranja. Las agrias no se pagan, decía el chinero de la esquina. El hecho de escribir, de por sí ya es una indignación. Se es toro o se es vaca.

Eres diverso en tu obra, romántico, osado, apasionado, crítico, tocas también temas como el desamor, la locura, la soledad, el consumismo, la tecnología, la música, el baile, te desplazas del campo a la ciudad, además de tu amada República Dominicana, te extiendes a otros países y recreas lugares europeos, utilizas diversos idiomas, pero ¿cuál consideras que es tu tema y escenario predilecto?

—Más que escribir yo trato de pintar o de nadar con deslavados colores de una acuarela sorda en las aguas más profundas del olvido y la miseria. No estoy seguro de lograrlo, pero lo intento.

¿Qué consejo le darías a los escritores incipientes?

—Dudar sobre todas las cosas. Crear es todo lo contrario de creer; leer todo el tiempo.

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LUANA DÁVILA, postulante al doctorado en literatura caribeña en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, San Juan Puerto Rico.


Miguel Ángel Fornerín: “Aquí somos como allá, extranjeros”

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Miguel Angel Fornerin. EntrevistaINDHIRA SUERO [mediaisla] «La escritura es una actividad marginal. Solo los santificados por el mercado y el poder viven de escribir. Los farsantes, por su parte, usan la escritura para buscar cargos y puestos en las esferas estatales mientras justifican con el silencio el desgobierno y la destrucción»

Con la salida de los hermanos Pedro y Max Henríquez Ureña, entre otros escritores, empieza el proceso migratorio de los intelectuales dominicanos hacia otras latitudes. A juicio de algunos estudiosos del tema, tres razones produjeron la salida de representantes notables de la cultura entre 1900 y 1960.

Primero, el descalabro económico, el malestar político y el desconcierto moral legados al país por el tirano Ulises Hereaux; segundo, el incremento de la emigración europea hacia Norteamérica y, tercero, la persecución ideológica ordenada por el dictador Rafael L. Trujillo.

A partir de 1960, la situación se modificó con el asesinato de Trujillo y la Guerra de Abril de 1965. El sentimiento de inseguridad, junto a la crisis económica, motivó a que cientos de nacionales emigraran a países como Estados Unidos y Venezuela.

En la década de los 70, la presencia de la literatura dominicana en EEUU no fue notoria, “dado que un número considerable de ellos provenía de zonas rurales del país, generalmente con una formación académica muy limitada”. Según Gutiérrez, “la década de los ochenta marca el despegue de la literatura de la diáspora dominicana newyorkina”. Más adelante, a partir de los 90, se define la presencia de los novelistas y poetas en la Gran Urbe y los autores presentan “un marcado interés por la problemática propia del espacio geográfico y social donde desarrollan sus vidas cotidianas”.

¿Por qué decidió partir hacia el extranjero?

—Porque al carrito destartalado de la esperanza y de los sueños utópicos se le había acabado la gasolina.

¿Se puede hablar de una “diáspora” de escritores dominicanos en Puerto Rico?

La escritura de Pedro Mir—No creo. Solo pienso en la diáspora israelita. Lo demás es un invento, muy conveniente para algunos. Aquí hay exiliados económicos que cargaron con sus lapicitos y libretitas y siguen, después del naufragio, pergeñando cuartillas; soñando con el espacio del nunca jamás.

¿Qué género es más cultivado por los escritores dominicanos en el país que reside?

—La desesperanza. Un nuevo género literario… Pues de los clásicos y modernos… el ensayo y la poesía. Ensayista es Eugenio García Cuevas, uno de los mejores de la generación que comenzó a formarse y a publicar en los años ochenta. También escriben ensayos Pedro San Miguel y Giovanni Di Pietro; poesía y ensayos, todos; menos San Miguel. Carlos Roberto Gómez Beras es poeta; un excelente poeta. Doris Melo, es estudiosa y poeta.  De Gómez Beras, Viaje Al corazón del hombre es uno de los mejores libros de poesía que he leído en los últimos años. También escribimos cuentos y novelas…

¿Debe un escritor (a) dedicarse al “pluriempleo” en el país que reside?

—Los escritores de  aquí, como los de allá, sobreviven al capitalismo brutal que ya no necesita más obreros ni empleados en todo el mundo; que tiene un ejército de desempleados, mientras los grandes del capital siguen teniendo buenos dividendos. Note que ya los dominicanos comenzaron a pelear con los haitianos por puestos de trabajo. Lo mismo se siente en Puerto Rico. La miseria es igualadora y desata las luchas y los nacionalismos más crueles. La escritura es una actividad marginal. Solo los santificados por el mercado y el poder viven de escribir. Los farsantes, por su parte, usan la escritura para buscar cargos y puestos en las esferas estatales mientras justifican con el silencio el desgobierno y la destrucción de los recursos naturales en la patria lejana, en el país surreal.

¿Qué retos o limitantes enfrenta un escritor (a) dominicano en el extranjero?

—El mismo reto que en cualquier parte. Escribir una obra que pueda trascender a su tiempo. Las limitaciones, no siempre son las mismas, pero nadie vive aquí de la escritura. Allá tener nombre de escritor e intelectual, lo puede encumbrar en un cargo público. Aquí somos como allá, extranjeros. Tal vez la única divisa sea asumir el discurso de Meursault, en L’ étranger, de Albert Camus.

¿Cómo influye la forma de vida y costumbres del país en que reside en su estilo de escribir?

—No veo diferencias fundamentales. Tal vez que aquí tenemos una concepción del tiempo distinta. Creo que hay una cierta cultura fabril. Solo descansamos durante las vacaciones, que generalmente la ocupamos en escribir.

¿Cómo mantiene un escritor (a), que vive en el exterior,  contacto con sus raíces?

Los letrados—Pienso que ya dejamos de ser árboles. Somos anémonas o líquenes. Nos comunicamos por vía marina. Somos criatura del agua, producto del naufragio de las ideas nacionales. Vemos la política de allá, como la de aquí, cual farsa; una comedia actuada por cínicos que, buena gente como son, nos buscan para aplaudir, para limpiarles el saco, para soplarles el pote o para levantarles la cola. El que no lo hace sufre la invisibilidad, la marginación…

¿Qué diferencias hay entre ser escritor (a) en Republica Dominicana y el país en que reside?

—Por aquí aún quedan algunas universidades en la que se puede enseñar y realizar carrera muy decentemente. En las que hay programas de investigación y en la que se toman en cuenta algunos estándares en los que aun pensar y escribir y crear son importantes. No estoy muy esperanzado en las mejorías. Vamos de reversa. Por lo demás, es lo mismo, o muy parecido. La escritura es siempre un desafío muy individual. Lo que la puede cambiar es, a mi manera de ver, la educación y la lectura. Pero la burguesía ya dio la educación que quería. Lo demás es un fastidio para el presupuesto y un peligro para sus estrategias de dominio. En fin, no se necesita escritores. La gente que puede escribir, pensar y crear con cierta coherencia, belleza… es un lujo en estos tiempos. Lo que la sociedad necesita es payasos, raperos, velinas siliconadas; tipos como Omega…Como lo que aparecen en la alfombra roja del Casandra…  ¿Ha visto Uds. cómo se reinventa el mulataje caribeños y se espejea en la moda de Nueva York? ¿Qué importancia tiene para la sociedad del espectáculo la literatura? ¿Par los programadores de televisión, por ejemplo?  Cuando publiqué mi primer libro en 1984 atendía a dos canales de televisión que me entrevistaron y otros asistieron con sus cámaras al acto.  En estos tiempos, tan comunicables y revocables, ¿ha viso Ud.  la televisión en una actividad cultural letrada? Si la respuesta es negativa, piense que las letras no tienen importancia para la generalidad de las gentes. Le lanzo a Ud. este órdago: ¿por qué no va Ud. Un día y les pregunta que cuál libro o novela leyó esta semana a una presentadora, una de esas que están muy buena, que se retrata con poca ropa, que vende calendarios, que va donde el cirujano plástico cada uno o dos años, que presentan en demasía sus contornos? ¿Cuáles son las lecturas de sus hijos? ¿Pregúntale si leen con ellos? Ud. Podría muy bien hacer la tarea. Pero es una pregunta incómoda. Otra muy incomoda a los políticos y al presidente (que sin dudas es un lector, pero que nadie lo ha visto en la puesta en circulación de un libro o en una exposición de pintura, por lo menos desde que es presidente). Y mire que es un hombre preocupado por la educación, posiblemente el más preocupado de las últimas décadas. ¿Cuántos libros tienen en su casa, los dueños del espectáculo, los dueños del circo nacional? Pregunte el argumento de tres novelas dominicanas a la generalidad de los hombres públicos.  Vaya a la Cámara y al Senado. Pregunte cuantas bibliotecas han inaugurado personajes como Amable Aristy Castro y otros faunos de nuestra selva política… Lo demás es espuma.

“La mayoría de escritores que viven en otros países, generalmente suelen ganar premios en R.D. y publican más libros en su país de origen que en el que residen”… ¿está de acuerdo con esto? ¿A qué lo atribuye?

Miguel-Angel-Fornerin.-Las-palabras-sublevadas-cara-1—Me alegra que ganen premios en cualquier lugar. Es mucho el esfuerzo que hay que hacer para ser escritor y es poca la recompensa. Ganan premio porque escriben bien y en español muchos de ellos que viven en países que no hablan el vernáculo. Una minoría también los gana por componendas. Pero la mayoría realiza un gran trabajo. Por ejemplo, Eugenio García Cuevas, ha ganado dos veces el Premio Nacional Pedro Henríquez Ureña. Ese es un gran logo de uno de nuestros mejores ensayistas, como ya señalé. También René Rodríguez Soriano, que vive en Texas ganó los Premios de Poesía de Novela de la UCE … yo he perdido más premios de los que he ganado. Hasta ahora era un perdedor. Tenía casi veinte años que no ganaba uno.  Pero no se puede ver el resultado de una obra solamente por la obtención de lauros. En los países que residimos no cantamos como creadores porque no somos parte de esa tradición literaria, ni hay un gran mercado para el libro en español. Note que quienes escriben en inglés, como Junot Díaz y Julia Álvarez, tiene otra estimación del mercado.

Creo que la literatura dominicana es una, no importa el lugar donde se realice. Los escritores de adentro que sienten que los de afuera son una competencia, deben escribir cada día mejor y competir. Eso es todo. Lo demás es sociología; de lo que debemos hablar es de arte. Aun así, la literatura de adentro sigue siendo la literatura dominicana; la de afuera es un matiz vivible y extraordinario que la prestigia. Se publica aún en Santo Domingo por la grandeza de nuestros editores, como José Pérez, que ha llevado el libro dominicano a una gran altura y además su don de gente ha permitido que muchos publiquen. Búho y José están en la historia de la literatura aunque nadie los mencione. En cuanto a las ediciones oficiales como Ferilibro o la Editora Nacional, todo el que allí publica es porque ha ganado algún premio, muy poco por “enllavismo” político. Yo he publicado un solo libro con la oficialidad, porque me lo solicitaron. No se lo he pedido a nadie. En Puerto Rico las ediciones son muy caras, pero hemos tenido mucho apoyo universitario para la publicación, como es mi caso. Tanto Eugenio, Di Pietro y Carlos Roberto Gómez publican sin estar anotados en el presupuesto nacional. En fin, es la nuestra una literatura que se vale por sí misma. Sin el Estado y su mal aliento…

¿Cuáles eventos dirigidos a los escritores dominicanos se realizan en  Puerto Rico?

—Ninguno.

¿Piensa volver a República Dominicana?

—Siempre deseo ver a los familiares y charlar con los amigos. Volveré a vacacionar, sí. Creo que  cada vez me despido mejor.

COMENTARIO EXTRA:

Un dato feliz. Ya salió de  prensa “La escritura de Pedro Mir”, un libro que parecía que había nacido para quedar inédito. Toqué muchas puertas y nunca se abrieron. Agradezco infinitamente al Fondo para el Desarrollo de la Investigación, de la Universidad de Puerto rico en Cayey, y al Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe por hacer posible que aparezca después de tantos años. Es un estudio muy detallado de la obra del Poeta nacional dominicano… ¡Ah, y desearía escribir un cuento, para titularlo: “Queremos tanto a Luis”!

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INDHIRA SUERO, periodista dominicana.

Dolor y lucha por Ayotzinapa

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Dolor y lucha 1RODOLFO ALONSO [mediaisla] La verdad está en la calle, y a la vista de todos. Y nada volverá a ser lo mismo. Sólo el pueblo mexicano salvará al pueblo mexicano. Porque todos somos, qué duda cabe, Ayotzinapa.

Un fantasma recorre México. Un fantasma que en realidad son muchos, demasiados. Sólo desde 2006, no menos de 10.000 desaparecidos y más de 120.000 asesinados. En los 2 años que lleva de presidente el neoliberal Peña Nieto (del largamente hegemónico PRI), ya van 7.000 desapariciones forzadas. Es el trágico balance, trágicamente provisorio, de la histórica corrupción político-institucional que se ha ensamblado ahora nada menos que con las sanguinarias bandas del narcotráfico.

Pero una gota más que densa ha derramado el vaso de sangre que está apurando el pueblo hermano. Y a partir de la noche del 26 de septiembre, con la ignominiosa desaparición y muy probable masacre de 43 jóvenes normalistas agrarios en Ayotzinapa, la sociedad mexicana ha recuperado lo mejor de su legendaria tradición de rebeldía, y a lo largo y ancho del país continúa expresando masiva y pacíficamente sus más que justos reclamos de verdad y justicia.

Y para nosotros, los argentinos, que tanto sufrimos vejaciones similares, con la duplicada emoción de que reaparezcan allí, espontáneamente, algunas de nuestras históricas consignas: “Con vida los llevaron, con vida los queremos”. Y con el honor de que sea nuestro muy digno Equipo Argentino de Antropología Forense (que acaba de firmar un convenio semejante con Vietnam), quien se encuentra trabajando arduamente y ha identificado ya los restos quemados de uno de los estudiantes desaparecidos.

Dolor y lucha. Claudio MagrisEn semejante contexto, la alegría de que Argentina fuera por segunda vez “invitada de honor” a la célebre Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la mayor de nuestro idioma, no dejó de producirme cierta leve aprensión. ¿Cómo podríamos hacer convivir nuestra justificada euforia con el hondo, desgarrado dolor que sentimos como hermanos de la patria grande?

Aprensión que pronto fue desechada. Ya en la prolongada ceremonia de inauguración, y dejando aparte el memorable texto final de ese gran intelectual que es el italiano Claudio Magris, galardonado en la ocasión (y con quien coincidimos tanto en La Habana como en su Trieste natal), me sentí bien representado con el discurso claro y vehemente de nuestro canciller Héctor Timmerman, que no sólo recordó a los pueblos originarios sino también la estrecha, profunda, dolorosa relación que ligaba a nuestros desaparecidos con los del hermano país azteca. (Sin olvidar a los fondos buitre.)

Y ya el primer día surgió de nuestra delegación un manifiesto de solidaridad fraternal con el agredido pueblo mexicano, resaltando la relación con nuestra propia historia, que muchos firmamos y que, me temo, no alcanzó tal vez la debida difusión ni aquí ni allá. Solidaridad que se volvió a poner de manifiesto en no pocas intervenciones de nuestra delegación. Invitado por la Feria a abrir su Salón de la Poesía, me descubrí susurrando al concluir, no sin respetuosa emoción: “Yo también soy Ayotzinapa”.

Pero nada fue tan conmovedor como el comienzo de aquella mesa dedicada a la estrecha relación de nuestro Juan Gelman con los derechos humanos, cuando su viuda Mara Lamadrid, su nieta recuperada Macarena Gelman y su gran amigo Horacio Verbitsky no sólo alzaron ambas banderas sino también 43 fotos de otros estudiantes argentinos, desaparecidos del Colegio Nacional de Buenos Aires.

Dolor y luchaEstamos seguros de que esta extraordinaria lucha del pueblo mexicano continuará. Y que, como los “indignados” españoles, ante la desidia, corrupción y cinismo de sus partidos, incluso los supuestamente progresistas, será capaz de crear y aún de enarbolar una nueva fuerza política que pueda llevar sus ideas a la acción.

Porque quizá no todo está perdido. Allí está, por ejemplo, Cuauhtémoc Cárdenas (hijo del justicieramente legendario presidente Lázaro Cárdenas, figura ejemplar), que en 1989 abandonó el Partido Revolucionario Institucional (PRI) para fundar una fuerza destinada a regenerarse y renovar las viejas banderas, el Partido de la Revolución Democrática (PRD). El mismo partido al cual acaba de renunciar también ahora, justamente indignado no sólo por su corrupción y complicidad, sino porque (¡cosa terrible!) era suyo el alcalde de Iguala, responsable directo de los crímenes de Ayotzinapa, de quien acaba de saberse que no sólo todos sus policías municipales estaban “aprobados”, sino que se rodeaba además de casi 100 parapoliciales,  y allí está también Andrés Manuel López Obrador, a quien le fue robada la presidencia ganada en elecciones y que ya hace 2 años había renunciado al PRD para fundar su Morena (Movimiento de Renovación Nacional).

Pero la verdad está ahora en la calle, y a la vista de todos. Y nada volverá a ser lo mismo. Sólo el pueblo mexicano salvará al pueblo mexicano. Porque todos somos, qué duda cabe, Ayotzinapa.

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RODOLFO ALONSO. Poeta, traductor y ensayista argentino. Voz reconocida de la poesía iberoamericana. Publicó más de 30 libros. Primer traductor de Fernando Pessoa en América Latina, y primero con sus heterónimos en castellano. Junto a Klaus Dieter Vervuert, primeros en traducir Paul Celan. Tradujo Ungaretti, Marguerite Duras, Pavese, Éluard, Drummond de Andrade, Montale, Prévert, Apollinaire, Murilo Mendes, Pasolini, Rosalía de Castro, Artaud, Bandeira, Baudelaire, Valéry, Mallarmé, Olavo Bilac, Lêdo Ivo, Breton, Schehadé.

El cine de la mente sana en el cuerpo sano (1 de 3)

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El cine. Ali RUBÉN LAMARCHE El cine deportivo, visto como un cuerpo particular de obras independientes, ha vivido supeditado a los rigores del mercadeo, ya que más del 90% de las producciones clasificables dentro de la nomenclatura de “deportivo” son películas hechas y distribuidas por los grandes estudios…

La cultura popular encuentra uno de sus aspectos esenciales en el estudio de la historia del trabajo y sus instituciones. Para ejecutar determinado interés en estos fenómenos se debe intentar corregir sus desbalances inherentes, y así marcar los olvidos significativos, a través de la observación. Pero, al final, se trata de fenómenos que generan una mayor recompensa si son analizados o vistos como parte de una historia concreta más amplia y general”.
Stuart Hall

Profesor Wagstaff (dirigiéndose a dos profesores), como flamante presidente de la Huxley College: ¿tenemos equipo de fútbol?
Profesor 1: sí, tenemos.
Profesor Wagstaff: bueno, como universidad, no podemos mantenerlos a ambos… así que mañana comenzamos a demoler la universidad.
Horse Feathers (1932)| Los Hermanos Marx

I

Primero lo primero. El cine deportivo, como género cinematográfico, es un reflejo (como el cine de horror y el cine fantástico), de esas corrientes, situaciones, fenómenos y tormentas que perfilan el comportamiento colectivo del momento (el cuento cinematográfico resumiendo sus premisas centrales, concentrándolas y enfocándolas sobre el quehacer que le ocupa y que es marco de referencia y acción de su decir… en este caso, el deporte… en el tiempo y en el espacio, alimentándose de hazañas y anecdotarios, de mitos y reportajes, de admiración de masa y de objetividad noticiosa) en un cuerpo de trabajo que puede ser analizado como parte de un todo histórico para ganar la ventaja de una perspectiva completa sobre el oficio de vida, profesión, afición, o bien, ese rasgo definitorio de una colectividad (el fanático deportivo, el sabihondo de esquina, el comentarista profesional) de determinado grupo social o civilización. En cuanto a las hazañas deportivas documentadas y clasificadas al paso del tiempo (y lo que éstas significan… aunque el prisma cronológico otorga nuevas fuentes de interpretación a cualquier fenómeno humano, deporte incluido y, en todo, hasta la política, la guerra, los negocios, el amor y la amistad, las heridas curan y la nostalgia dignifica), independientemente del medio o la confluencia de medios utilizados para dicho proceso, los deportes son un espejo calle abajo que funciona como un ensayo antropológico sobre la forma en que el hombre evoluciona y se comporta en circunstancias adversas, y en el peor de los casos, un cúmulo de historias que son moralmente aleccionadoras pero superficiales, películas donde no hay grises, y el universo es blanco o negro, sobre el hombre en sus mejores, y peores, momentos.

El cine. Pulp FictionEso, como una colectividad de obras catalogadas y analizadas como un todo…

Pero el cine deportivo, visto como un cuerpo particular de obras independientes (con sus circunstancias particulares, sus interpretaciones existenciales propias, y sus contextos peculiares), en general ha vivido supeditado a los rigores del mercadeo, ya que más del 90% de las producciones clasificables dentro de la nomenclatura de “deportivo” son películas hechas y distribuidas por los grandes estudios: como emisión de comunicación, son identificadores de grandes nichos o porciones del mercado.

Digo al mercadeo porque, quizá más que cualquier otro género cinematográfico, el deporte se presta para la pontificación moralizante que ensalza a la figura reseñada hasta el plano del heroísmo, y el drama se incrementa mientras más profundo es el agujero de donde nuestro héroe resurge, dignificado, para ganar el juego en el último segundo, el último inning, con el último canasto, el upper-cut espectacular por inesperado… y así sucesivamente.

Más adelante explicaré por qué…

El cine. Million dollarPero antes, debo aclarar lo siguiente: lo que explique lo explicaré como lo que soy, un dominicano en cuyo consumo (o ingesta) deportiva hay un ingrediente esencial y determinante, algo a lo que no me puedo sustraer aunque quiera o lo intente, y a pesar de que como especie el “macho caribeño” está en claras, iluminadas, seguras, bien mantenidas, vías de extinción. Habiendo dicho esto, declaro lo siguiente: mi amor por el cine no deriva de la misma fuente que mi amor por el deporte. Ahora bien, entre ambos amores, de hecho, no hay conflictos aparentes, controles horarios, consumos matizados, condicionados, por determinado compromiso contractual. Utilizando una metáfora conyugal (en el mismo tono en que “Escenas de la vida conyugal” es una metáfora de la existencia por sí misma, auto sostenible e independiente de los deportes), podría aseverar que estoy casado con el cine y el deporte provee diversión ocasional, divertimentos rayanos en lo obsceno (el cine, debido a sus requerimientos y demandas de atención incondicional, de entrega casi ritual, no combina con la ingesta etílica, mientras que el deporte necesita de la ingesta etílica (un fenómeno transcultural: “todo el que ve deportes bebe romo”, o lo que sea, como le llamen o lo prefieran, aquí, allá y acullá, desde Francia hasta Borneo, Chicago, Londres, Río de Janeiro y allí arriba, en La Venganza) para provocar el desenfreno pasional que lo caracteriza, aunque estas dos amantes se conocen pero no se canibalizan. Cada una tiene su espacio, y la segunda (el deporte), sabe que la primera es la señora de la casa… y que nunca la abandonaré. Así, el cine, mi vida, el deporte, la seductora de la buena (o mala) vida (digamos, mejor, “la vida divertida” que haya el pretexto para ser en el “voy a ver el juego con lo-tíguere”), cuyos dones y bondades se consumen en un arranque momentáneo de apasionamiento por determinada enseña a la que hemos dedicado un juramento heredado de fidelidad incondicional que mantenemos vigente gracias a estos pilares que dan racional, sentido, a nuestra dedicación.

El mundo no es perfecto: ¿de qué sirve que todos seamos liceístas?

II

El cine. Raging BullAaron Baker en su ensayo Sports Films, History and Identity” (Journal of Sport History, verano de 1998, pág. 217) aborda el tema del cine deportivo con la sencillez de términos que caracteriza a quien le ha dado el tiempo justo al análisis del tema: la erudición es el premio del sacrificio. “Desde los inicios de la industria cinematográfica en los Estados Unidos, los deportes profesionales han sido el objeto de numerosas películas”… dice. El próximo párrafo establece el punto verdaderamente interesante de su ensayo: “Cientos de películas sobre deportes han sido producidas bajo los mismos parámetros de sinergia que han sido establecidos entre el cine y el teatro, la literatura, el mundo de la moda, la televisión, los juguetes y la publicidad”. El término “sinergia”, en el contexto de este ensayo, es de una importancia capital y dimensiona la interacción entre el arte (en este caso el cine) y ese “otro” quehacer (en este caso el deporte), entre los cuales se establece una relación de retroalimentación, de convivencia, de connubio y, ¿por qué no?, de amor y odio (creo que el cine nunca ha tratado al deporte con justicia, mientras el deporte le sigue dando al cine historias memorables que han sido, en muchas ocasiones, totalmente pisoteadas, y en la mayoría de los casos, mal contadas, y en extraños precedentes, increíbles anecdotarios repletos de sabiduría y elocuencia en cuanto al uso de los rudimentos y términos que componen el lenguaje cinematográfico… pero éste tema lo desarrollaremos más adelante).

El balance dialéctico entre cine y deporte, esa codependencia casi cósmica, no es lo perfecto que nos quieren vender. Baker continúa llevándonos de la mano por la historia mediatizada de la imagen deportiva (sea ésta imagen en movimiento, o estática… poco importa), al decirnos que “desde la película documental hasta los reportajes sobre peleas por títulos de boxeo, Series Mundiales o de Campeonato de importancia esencial para la industria cinematográfica que luego se convirtieron en grandes éxitos de taquilla… la colaboración entre el deporte y el cine ha ayudado, más que a nadie, al cine a vender entradas”.

Y esto es cierto.

Tomemos, por ejemplo, al boxeo.

El cine. The figtherNo recuerdo una buena película de boxeo que no haya sido una biografía, excepto unos pocos casos: la recientemente dirigida por Mark Wahlberg y protagonizada por, aparte de él mismo, un Christian Bale cuya interpretación me dejó hipnotizado, The Fighter (2010), y otras pocas más que se me pierden por ser, a todas luces, menos meritorias. De las biopics, The Hurricane (dir. Norman Jewison, con Denzel Washington, de 1999), narra la historia de Rubin Carter, un famoso boxeador cuya vida profesional y personal fue coartada por una acusación de un crimen que no cometió. Ali, de Michael Mann (2001), con Will Smith, Jamie Foxx, Jada Pinckett Smith, entre otros tantos es, bueno, ¿qué decir?, la vida de Ali… el más grande o boxeador, o showman metido a boxeador, o ambas cosas a la vez, de toda la historia. Nada más, nada menos y, en suma, una película, a mi juicio, inflada a pesar de que le dio a Smith una nominación al Oscar como mejor actor del año. También, una película demasiado larga y totalmente llana, sin relieves, curvas inesperadas, colinas, llanos y los demás accidentes y sorpresas que dan a la topografía o mapa de una narración cinematográfica ese carácter de ser un paisaje desconocido y, por lo tanto, cautivador para el expectador.

Don King, esa extravagante figura del boxeo de, prácticamente, todos los tiempos, fue objeto de una biografía protagonizada por Ving Rhames, con su nombre como título (Don King: Only in America, de 1997), a mi juicio la mejor actuación de su carrera y, después de ahí, para el corpulento actor que interpretó, de forma igualmente memorable, a Marcelo Wallace en Pulp Fiction, ‘monte y culebra’, como dicen en “ei sitio”.

Pero mis dos favoritas son Toro Salvaje (Raging Bull, 1980), ganadora del Oscar a la mejor película en su año, al igual que Oscar al mejor actor (Robert DeNiro), y una de las mejores cintas de su carrera para Martin Scorsese. Toro Salvaje es la biografía de Jake LaMotta, el iconoclasta peso medio que puso un restaurante en Miami luego de convertirse en peso pesado (¡mal chiste!), y de que su temperamento lo noqueó (¡peor chiste!), arruinó sus vidas matrimonial y profesional, para que luego éste (¡América, América¡) se reinventara al mejor estilo “land of opportunity”… y eso, que ya no vivía en New York, sino en la Florida.

Mi otra favorita, aunque no menos importante, es Million Dollar Baby (2004), dirigida por Clint Eastwood, y protagonizada por él mismo, Morgan Freeman y Hillary Swank (otra de ficción que acompaña a la de Wahlberg), la película más fría, calculada, y aplastante que he visto jamás sobre deporte alguno.

Cinderella Man (dir., Ron Howard, con Russell Crowe, y Rene Zellweger, de 2005), es otra cinta que recuerdo con simpatía, aunque no me pareció especialmente conmovedora, al menos, no más que Rocky (1976, dir. John G. Avildsen, con Sylvester Stallone, Talia Shire, y Burt Young) un brillante guión (que le dio un Oscar a Stallone), en su primera versión, claro está (con una última parte de la saga, Rocky Balboa, de 2006, que me pareció extrañamente simpática).

Y, ¿la peor? Sin duda alguna, El Campeón (The Champ, con Jon Voigt, dir. Faye Dunnaway, de de Franco Zefirelli, hecha en 1979)… una “drama-mina” interminable que me hizo pensar que hay minusválidos que merecen serlo cuando la vi, con menos de diez años de edad, opinión que quedó fatalmente reafirmada cuando volví a verla hace poco tiempo… ¡y sobrio! (pero no solo una de las peores sobre boxeo, sino una de las peores en todo lo que es cine… y ya…).

El cine. The champ¿Qué tienen en común todas estas películas? Profundidad, las buenas, y falta de profundidad, las malas, las olvidables, las mediocres, las cursis. Otra parte de las buenas (Rocky), constituyen narraciones dignas de ser objeto de un master-class de desarrollo de personajes en el guión cinematográfico.

Resumiendo: los boxeadores, de todos los deportistas profesionales, son lo más parecido a un gladiador que podamos imaginar o que pueda existir (para mí, los participantes en los “Ultimate Fighting Championship” no son más que barriles de ira y no valen una película). Cuando les va bien, terminan con el cerebro pulverizado a mediano plazo. Y hay pantanos de sordidez rodeando las más prolíficas carreras. ¿Hay mejor tema para una película, que la de un atleta que camina, durante su vida, en el filo de la navaja, entre el sueño y la pesadilla? No lo creo. Por eso nunca he comprendido cómo a nadie se le ha ocurrido realizar la biografía de Sonny Liston… sobre todo con ese magistral libro titulado “The Devil and Sonny Liston¨, de Nick Tosches.

Sobre el tono narrativo en el nivel de representación del cine deportivo: “la mayoría de las películas deportivas que argumentan tener determinado significado histórico lo hacen a través del retrato del pasado como recuerdo, a través de las preocupaciones del presente”, dice Robert Rosenstone, en Victims of the Past, de Harvard University Press, 1995, pág. 3.

Es decir: hasta la historia tiene que estar bien contada. Aparte de lo plausible como fundamento, el manejo de las reglas del lenguaje cinematográfico, de la estructuración innovadora de una narración tienen que ser elementos presentes. Y, como decía Hunter Thompson, padre del Gonzo, “la mejor noticia es ficción”. O Balzac: “esta historia es totalmente cierta, por cuanto me la inventé de cabo a rabo”. Llenar los espacios vacíos de la historia real es lo más fascinante y el reto más insólito que pueden enfrentar los narradores.

Pero es ahí, también, donde a cualquiera lo noquean.

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RUBÉN LAMARCHE, escritor, editor de revistas y periodista. Colaborador radial de El Matutino Alternativo y All We Need Is Love. Profesor de Escritura Creativa y Guión Cinematográfico de Altos de Chavón La Escuela de Diseño. Nació en 1970.

En silenciosa soledad

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En silenciosa soledaSANTIAGO DAYDÍ-TOLSON [mediaisla] No hay soledad más dichosa que la del que se retira a escuchar el silencio. No hay silencio más pletórico de verbo que el de la celda monacal del creador, centro del vórtice incesante. Nudo gordiano que no hay espada que lo cercene.

En silencio y soledad trabaja el creador, el que aparentemente de la nada saca, como lo hace el mago, lo inesperado y sorprendente de un palpitante conejo o unos trapos de flamante colorido.

Crear es una sorpresa.

Bien lo saben, entre otros, poetas y científicos, iluminados y taumaturgos. Como también lo supo, según lo documental el Libro, el propio generador de todo, que se admiró de lo que había hecho al separar la luz de las tinieblas, las vastas aguas de la tierra promisoria (Génesis 1, 31).

Si al propio demiurgo, el viento creador, le gusta su obra y la aprueba, ¿no puede el hombre acaso —semidios él mismo en su poder generativo— asombrarse complacido de su hacer y no sentirse insatisfecho de su labor, pasmado de expectativa? También sintió la insuficiencia de su obra el creador y se creyó obligado a corregirla por incompleta —faltaba la mujer— o por errónea —mala raza fue la del creado a su semejanza— y hubo de arrancar una costilla y aniquilar la especie a golpes de aguas diluviales. Pero ha habido correcciones a partir de entonces y sólo el ser humano, el deficiente barro creador, sigue sumido en la ansiedad de lo perfecto.

Lo acosa la ilusión de la belleza: lo que no es posible perfeccionar.

Bello es el verso, como es bella la ecuación y el timbre de la voz en canto.

En silenciosa soledadProfundo el silencio en que timbre, fórmula y palabra se conciben. Retiro de la caverna sagrada, escondite necesario que el sésamo protege de intrusiones de lo baladí de oropeles y trompetas de la fama.

Labra en silencio el creador su obra maestra, la que nunca acaba. En soledad trabaja, apartado del vocerío callejero —marchas nupciales, faraónicos funerales, procesiones de la apariencia—, encerrado en sí mismo, atento a los susurros de ese interior de laberinto de infinitos recovecos. Ecos que le sugieren lo que ha de hacer al hacedor y le dictan —musa o ángel— sus palabras al que ha de hablar.

A solas se hablan a sí mismos —locos de atar— los creadores. Se interpelan, se acusan, se cuestionan.

No hay soledad más dichosa que la del que se retira a escuchar el silencio. No hay silencio más pletórico de verbo que el de la celda monacal del creador, centro del vórtice incesante. Nudo gordiano que no hay espada que lo cercene.

Hay que añadir, corrigiendo un torpe verso famoso, que no es verdad que quien habla a solas lo hace porque ha de hablarle a algún dios el improbable día de la eternidad inconcebible. Quien se habla a sí mismo lo hace desesperadamente y a veces son otros —desesperados como él, pero sin voz— los que por casualidad lo escuchan y asienten.

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SANTIAGO DAYDÍ-TOLSON (Valparaíso, Chile, 1943), ha vivido en los Estados Unidos desde la década de los sesenta. Recibió en 1973 el Doctorado en Filosofía y Letras por la Universidad de Kansas y actualmente, después de enseñar en las universidades de Fordham, Virginia y Wisconsin-Milwaukee —de la que es profesor emérito—, es catedrático de literaturas hispánicas en la Universidad de Texas en San Antonio. Ha publicado en su campo de especialización, entre sus publicaciones recientes destacan Under the Walnut Tree (2013) e Insectario (2014)

René Rodríguez Soriano: “Nadie escribe de lo que no conoce”

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rrs.2.2CAMILA GARCÍA [mediaisla] «Escribo con los diez dedos, sin mirar el teclado. Creo que soy de los últimos dinosaurios que asistieron a una academia de mecanografía. Escribo con la misma pasión y ritmo con las que tocaría un bongó o unas congas, con la música que generan y me pautan los dedos».

Del valle de las flores, las lechugas y las fresas es oriundo el escritor dominicano René Rodríguez Soriano; si bien es cierto que ya hace casi veinte años que reside en Estados Unidos, tanto su prosa como su carácter se siguen viendo influenciados por la sencillez, la cotidianidad y las memorias de su natal Constanza.

René Rodríguez Soriano llegó a la ciudad de Miami en 1998 donde fundó la revista digital mediaIsla. Hoy día vive en Texas, desde donde desarrolla una intensa labor de difusión y promoción de la literatura latinoamericana. Esta vez nos habla de cómo se las ingenia para lograr esa mezcla difusa de cuentos y poemas, sin métrica ni rima, pero plagados de un ritmo y una dulzura literaria que obligan a seguir leyendo sus letras.

¿Cómo se inicia en la escritura? ¿Cómo nace en usted el gusto por las letras?

—Quizás haya un punto de partida, no lo sé; son tan endebles las huellas que el polvillo del tiempo termina borrándolas. Tal vez, quién sabe, se remonten a los días en que junto a mis compañeros de la escuela secundaria nos propusimos cambiar el mundo desde las páginas de un semanario que, en principio bautizamos El burrito y luego, finalmente, terminamos llamando, muy filosóficamente, El Ananké. Más de una vez fuimos a parar a la oficina del director del Liceo Secundario Gastón F. Deligne, o frente a la superiora del Colegio Nuestra Señora del Valle. Llegó el momento en que nos tocó viajar casi dos horas y media cada semana hasta el pueblo más cercano, donde finalmente terminaron facilitándonos un mimeógrafo en una institución que no tenía que rendirle ninguna pleitesía a Síndicos ni Ayudantes Civiles del Presidente. Claro, se trataba de Balaguer, por supuesto. El gusto por las letras, si no nació por ósmosis habrá surgido en los insondables páramos de pálidos domingos sin radio y sin tanda Matinée.

¿Existe o no la inspiración?

— Puede que sí. Lo cierto es que como no la busco, jamás la encuentro.

rrs¡Pero, para tan buenas ideas, algún estímulo creador debe tener por ahí, ¿tiene alguna musa?

—Tener, tengo y he tenido, un enjambre de insomnios que me habitan desde niño. Creo que tenía una; era verde y un burro se la comió.

¿Tiene alguna metodología específica a la hora de escribir?

—Escribo con los diez dedos, sin mirar el teclado. Creo que soy de los últimos dinosaurios que asistieron a una academia de mecanografía. Escribo con la misma pasión y ritmo con las que tocaría un bongó o unas congas, con la música que generan y me pautan los dedos. Ya he dicho alguna vez que son ellos —mis dedos— los que piensan y escriben. Sustituyen el frustrado limpiavidrios de combo que siempre quise ser. Inventan ritmos y fantasmas, mis dedos. Escribo con pasión, con sed. Despierto.

¿En qué sitio se siente cómodo para escribir?

—Al borde del barranco, casi a punto de caer.

¿Qué surge primero en sus obras, la historia o los personajes?

—Diría que es una mixtura. A veces, caminando por las calles o en las plazas, me tropiezo con los personajes y los arrastro hasta el teclado. Llegado el momento, los dejo ser. Que sean. No los tiranizo; juego con ellos y me inmiscuyo en sus asuntos, voy y vengo por los nudos e internodios de sus tramas. Otras, tiendo trampas y termino cazado, seducido por las historias que me dictan el azar y la memoria. En el fondo creo que son uno mismo, historias y personajes vienen del fondo de la misma vasija antigua. La mayoría de las historias que conozco me las contaba Manuelico, un señor muy viejo con un tabaco enorme y una mujer callada y dulce; con Manuelico aprendí a volar…

Cuando entonces... Garpeco¡Cuénteme más de ese personaje, de Manuelico!

—Debo tener alguna foto por ahí de Manuelico con mis hijos. Lo recuerdo ya viejo, era un señor que trabajaba en nuestra casa del campo; cuidaba, sobre todo, el ganado. Era experto en montería, cazaba cerdos cimarrones y sabía más historias que el libro de lectura de mis hermanos. Nos sentábamos junto a él por las noches, alrededor de una fogata, cada uno de nosotros, éramos nueve hermanos. Apartábamos la mitad de la cena para él (ese era el trato), a su lado íbamos cayendo uno a uno. Al otro día otras y otras cientos de historias nos esperaban.

¿Cuál es su principal aspiración como escritor?

—Despertar sentimientos dormidos, ausencias.

¿Qué lecturas le causan más placer?

—Las de las tardes, en las cafeterías.

¿Qué tanto le interesa que se vendan sus libros?

—Preferiría que se leyeran, lo demás es Marketing.

¿Cuál es la problemática que tiene con la casa editorial un escritor que busca publicar por primera vez?

—No estoy seguro de que haya ninguna problemática a vencer, la casa editorial es un negocio. Vende una mercancía que se llama libro, y precisa de potros bien probados en la pista, no arriesgarse a perder antes de doblar la curvita de la Paraguay.

¿Cuáles son los escritores que han influido en su creación literaria?

—Aquellos que, como los toros bravos, se bañan en los alambres, sin melindres.

La liquida compania de la palabra. 1¿Qué tan beneficioso es para un escritor que su libro sea atacado?

—El escritor no vende libros, los escribe.

¿Influyen las creencias políticas, sociales y filosóficas en el éxito o fracaso de su obra?

—Supongo que sí. Fue por ello que hace tiempo cerré filas con el azul celeste de los tigres del Licey y, aunque me deshice no recuerdo cuándo del Libro rojo de Mao, soy radical; sigo a pie juntillas los lineamientos del glorioso Partido Comunista del Niño Jesús…

¿Para escribir un libro es necesaria una investigación previa?

—Se me enreda en la memoria si fue a Guillo Pérez o a Picasso que un amigo le pidió alguna vez que le pintara un gallo. Sin dilación, el pintor tiró tres trazos sobre un papel, y se lo pasó. Cuando quiso saber cuánto le cobraría por el dibujo, el pintor le pidió una cantidad que al adquiriente le pareció exorbitante. No te ha tomado ni cinco minutos hacer esto, le dijo. Es cierto, lo pinté en menos que canta un gallo. Sin embargo, son muchos los años que he invertido en aprender a pintarlos… Cada libro tiene su propia estructura; necesita su propia maduración y gestación. De ello depende el camino a seguir. Siempre se parte de algo. Nadie escribe de lo que no conoce.

¿Algún escritor que admire o le guste leer?

—Muchos, tantos que resultaría prolijo enumerar. Más que escribir me desvivo por leer; mido las distancias de una ciudad a otra por la cantidad de páginas que puedo leer durante el vuelo; leo hasta en la sopa, por eso la prefiero de letras. Y sí, entre los libros que amo, uno al que siempre vuelvo es La vida perdurable de Juan García Ponce. Adoro esa última línea donde Virginia abre la puerta y deja entrar a los perros…

¿Para quién escribe? ¿Escribe para un determinado grupo de lectores?

—Para lectores ociosos, distraídos. No olvides que el ciclo no se cierra hasta que el lector no toca el libro y le da curso a aquella doble seducción de la hablaran que el viejo Barthes o el tío Julio…

¿Existe alguna presión del lector sobre el escritor?

—No lo sé, ni quisiera saberlo. Escribo porque las palabras se me supuran por los dedos, para no morirme de sed o de impotencia; escribo contra la intolerancia, el tedio y la falsa mesura de los jueces.

¿Cómo se sigue vinculando con República Dominicana?

—Jamás me fui; salgo algunas noches, y al día siguiente regreso con más fe a la esquina acostumbrada.

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CAMILA GARCÍA. (Santo Domingo, RD, 1991) Cursa una maestría en Periodismo y Comunicación de Masas en la Universidad Internacional de la Florida (FIU), Miami, FL.

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